Elogio del crucigrama
Dice mi quiosquera que últimamente se está incrementando mucho la venta de publicaciones crucigrameras y de pasatiempos. Ella lo atribuye al paro y la crisis: "La gente necesita distraerse para no andar todo el día comiéndose el coco con sus problemas". En tiempos esquivos, perder el tiempo es un despropósito; matarlo es un placer sereno. Matar el rato es también asesinato, pequeño pero matón igualmente, es decir, digno de elogio. De alguna manera, en Madrid aumenta el número de matones y matonas, camaradas y camarados (se va a acordar usted, doña Bibiana).
Entre los matones, están los 35.864 cazadores que abrieron el jueves la veda de caza en un territorio que abarca el 70% de la Comunidad. Matan el tiempo matando bichos, vituperio para ecologistas. Nadie afearía la conducta de un ciudadano que mata el tiempo plácidamente enfrentado a un crucigrama. Ambos son asesinos, lo cual da a su vida un toque romántico para sobrevivir.
Los crucigramas son orgía de palabras. Tiene su punto licencioso el hecho de que se crucen impunemente el dios Ra y una santa del 2 de enero, o una cabra e Iván El terrible. Cada palabra es un mundo. La imaginación vuela a su aire por donde le dé la gana. Meterse en un crucigrama es infiltrarse con Alicia en el país de la maravillas.
Hay crucigrafistas geniales, como Fortuny, de La Vanguardia. Se trata de hallar la palabra de cuatro letras que responda a esta definición: "Algunos no aguantan la amargura de su soledad". Solución: "café". No pierda usted el tiempo. Mátelo sin contemplaciones.
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