El misterio cotidiano
"Querer hacer frases hermosas es tan miserable como querer ser coherente". Con esta contundencia se expresa el personaje central de uno de los relatos reunidos en El cobrador, de Rubem Fonseca (Minas Gerais, Brasil, 1925), un excelente libro que muestra lo mejor del autor y de su obsesivo universo de ficción. RBA recupera con acierto esta obra (ya publicada en España en 1980, en la misma traducción -estupenda- de Basilio Losada) de un autor que forma parte, junto con Machado de Assis, Guimarães Rosa, Jorge Amado y Clarece Lispector, del grupo más selecto de la ficción brasileña contemporánea, y que no es en absoluto un desconocido en nuestro país gracias al esfuerzo desarrollado desde finales de los años setenta por editoriales como Seix Barral (El gran arte, 1984; Pasado negro, 1986; Secreciones, excreciones y desatinos, 2003, o Bufo & Spallanzani, 2003), Bruguera (El caso Morel, 1978, y El cobrador, 1980) o Alfaguara (Feliz año nuevo, 1977).
El cobrador
Rubem Fonseca
Traducción de Basilio Losada
RBA. Barcelona, 2009
176 páginas. 16 euros
El cobrador ofrece al lector 11 relatos entre los que es posible descubrir piezas realmente magistrales, como la que da título al volumen o 'Pierrot de la caverna'. En ellos asistimos a una galería de existencias solitarias, de seres atormentados y conducidos por un destino trágico en el que el erotismo y la muerte se convierten en presencias estables que conviven oscuramente en un mundo dominado por la democratización de la violencia. Porque Rubem Fonseca es un verdadero maestro en escudriñar los laberintos de la violencia psicológica, a menudo enfocada desde una perspectiva irónica o cínica, con personajes que viven en los límites del mundo y de sí mismos. Su universo es, por ello, asocial y obsesivo, perturbador, con un estilo directo y penetrante que se maneja a la perfección en el arte de, al mismo tiempo, decir y ocultar. Su contención narrativa y su extraordinaria capacidad para mostrar lo más oscuro del ser humano a través de un estilo plenamente natural, sin brillos ni sombras excesivas, arrastra sin concesiones al lector, que se introduce en un espacio en el que se funden lo mejor de la tradición de Eça de Queirós o de Machado de Assis con fogonazos del mejor Chandler o de Bellow. La brevedad del relato favorece el estilo de Fonseca (galardonado en 2003 con el Premio Camões y con el Juan Rulfo), cuya sobriedad expresiva, afilada como un punzón, cede con una sonrisa desvergonzada una dimensión extraordinaria al misterio que nos acecha en cada acto cotidiano.
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