Seis alumnos: tres cursos y dos ciclos en una misma clase
La Xunta impulsa la reagrupación de estudiantes de diferentes edades
Christian tiene seis años y está aprendiendo a sumar. A su lado, Uxía, de cinco, esboza por primera vez la letra p. "El palito tiene que ir más para abajo", le explica Bea, la profesora, mientras ayuda a los más pequeños con los puzles de animales. Lois, Paula y Sofía, de tres años, se han convertido en los reyes de la clase. Empezaron el colegio hace tres semanas, pero a alguno todavía le cuesta despegarse de los pantalones de mamá antes de entrar en el aula. El berrinche dura poco. La atenta mirada de los mayores y los mimos de la profesora son el mejor antídoto contra las lágrimas de Paula, que ignora las insistentes preguntas de Lois: "¿Por qué lloras? ¿Por qué lloras, Paula?". Junto con Sofía, él es el único compañero de su edad. Los demás, en este centro rural agrupado de Oza (Teo), tienen cinco y seis años.
"Las diferencias entre los niños son abismales", explica una profesora
Una sola maestra lidia todos los días con seis alumnos de tres cursos diferentes y dos ciclos educativos distintos, una situación que no es nueva en el rural. En Galicia hay 429 escuelas que tienen alguna unidad reagrupada. Y el modelo se extiende. Este curso, la unificación afectará a entre 4.500 y 5.000 niños a raíz de una de las primeras decisiones de la nueva Consellería de Educación.
"A ver, Christian, ¿cuánto suman uno más seis?", "muy bien, Raúl, efe y u... fu". Bea lleva cuatro años enseñando a la carta. Lo bueno, dice, es que la atención a los alumnos es casi personalizada. Lo malo, la falta de concentración de los más pequeños. ¿Y el secreto para no volverse loca? "Organización", responde sin pensarlo. "Hay que combinar currículos muy diferentes y adaptarlos a seis ritmos de aprendizaje", explica. Christian y Raúl, por ejemplo, empiezan ahora a formar palabras, sílaba a sílaba. Uxía, en cambio, sólo sabe escribir vocales. "La diferencia entre alumnos es abismal", explica Bea, "pero los pequeños le sacan mucho partido. Avanzan más deprisa y a veces, sin ser conscientes, aprenden cosas que, por edad, no les corresponden".
Eso sí, la enseñanza está más dirigida que en un aula convencional y los niños no son tan autónomos. Cuenta Bea que "aunque trabajan solos, reclaman mucho la atención del profesor". Los mayores se toman su tiempo para hacer las fichas que les da Bea, ejercicios de matemáticas y de lengua. Ella va revisando lo que hacen y ayuda a los que tienen más dificultades. "Eso no se puede hacer en una clase con 25 niños", defiende. Y sabe de lo que habla, porque también dio clases en centros convencionales, "donde es imposible estar pendiente de todos los alumnos".
¿Cómo les afecta compartir aula con compañeros que no son de su misma edad? Bea asegura que "ni lo notan". A Lois, representante de los más pequeños, le encanta. "Los mayores me quieren", grita desde su sitio. Christian, uno de los más revoltosos, asiente. Y, orgulloso de pertenecer por fin a ese grupo, el de los mayores, alardea de su gran privilegio: "Cuando era pequeño llevaba mandilón, ahora ya no, claro".
Sobre las 12 de la mañana, después de las fichas de matemáticas y lengua para los de Primaria y los puzles para los de Infantil, toca una actividad colectiva. Como bienvenida al otoño, Bea explica el cuento de la hoja Catalina. Al principio logra captar la atención de todos, pero en seguida Lois se remueve en la silla. Se levanta y empieza a correr por la clase. Bea lo vuelve a sentar y los mayores intentan que se reenganche a la historia de la hoja Catalina. "Los de Primaria cuidan de los pequeños porque les gusta ir de mayores".
Finalmente, Lois se tranquiliza y termina de escuchar el cuento. Luego, los alumnos vuelven remolones a las matemáticas y a los rompecabezas. Cinco minutos de quejas y ya están otra vez enfrascados en sus fichas. A David se le atraviesan las sumas. Con el ceño fruncido, se pelea con los números ante la mirada de Uxía, que espera paciente a que Bea le corrija sus primeros garabatos en forma de letra. "No todos se portan tan bien", reconoce la profesora, "pero lo que es seguro es que trabajan mucho más que los alumnos que están en un aula normal".
El problema llega cuando los mayores aparcan sus fichas para atender a las explicaciones de Bea. Por ejemplo, sobre conocimiento del medio. En ese momento, la profe afronta su mayor reto: lograr que tres alumnos no aparten los ojos de la pizarra y que, mientras tanto, los otros tres hagan plastilina o jueguen sin hacer mucho ruido.
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