En otra dimensión
Contador da el golpe de gracia a Armstrong y los Schleck ganando también la contrarreloj
Cuando dos de la misma cuadrilla se disputan la misma amiga, uno de ellos acaba, inevitablemente, como cornudo, dice la sabiduría, o lo que sea, popular belga. Cuando Lance Armstrong intenta hacer de Lancelot como un poseso en el lago de Annecy, y a los 20 minutos de lo que cree una exhibición portentosa ve cómo un chiquillo de Pinto vestido de amarillo le recuerda que, por mucho que la tiente la reina Ginebra le seguirá siendo fiel, queda más bien con una cara de no enterarse de nada. Lo que es más doloroso, para el orgullo de un caballero, un campeón, que la cornamenta. "Me ha dolido muchísimo", escribió el tejano, quien, rival derrotado, claro, no felicitó a Contador, en su twitter.
Para el español fue quizá la prueba más titánica en sus duros días de julio
El estadounidense era de nuevo el corredor feroz, hambriento, de sus tiempos mozos
Contador está en otra dimensión, y Armstrong, viejo voluntarioso ahora, aunque intentaba hacer creer que lo sabía, no se percató finalmente hasta que en el primer punto intermedio de la vuelta de 40 kilómetros al lago de Annecy, hasta cumplidos los 18 primeros kilómetros, los más llanos, los más favorables, no le dijeron por el pinganillo que perdía 27s con Contador. Fue enterarse y hundirse. "Me quedé sin gasolina. Debí de pagar los esfuerzos de ayer [el miércoles], supongo", añadió en su twitter, en alusión a la descomunal caza emprendida en la parte final de La Colombière y en el descenso hasta el Grand Bornand tras Contador y los hermanos Schleck. Contra toda lógica, visto cómo ha marchado el Tour, con Contador siempre superior a Armstrong en los territorios donde se marcan las diferencias, contrarreloj y montaña, el tejano pensaba que podía derrotarle ayer. Se basaba en los datos fisiológicos de la subida a Verbier, en la que Contador, pese a ganarle con claridad, desarrolló menos potencia media (417 vatios) que Armstrong (450). Contador tardó un par de minutos menos sencillamente porque pesa diez kilos menos, puede ir mucho más deprisa con menos motor. Pero en una contrarreloj llana como la de ayer, en la que sólo un puerto de tres kilómetros, "un repecho bonito", en palabras del de Pinto, rompía las largas rectas, los vatios absolutos, no los relativos al peso, son los decisivos. Y Armstrong aún puede más. O eso creía. O eso intentó demostrar sobre su magnífica bicicleta, pura rabia agresiva desde la primera pedalada en la Trek de cuadro amarillo decorado por Nara, niñitas boxeando, de ruedas turquesas con más dibujos de Nara.
Era de nuevo el Armstrong feroz, hambriento, de sus tiempos mozos. En dos bocados desalojó a Frank, el hermano mayor, de la tercera plaza del podio (le restó 35s en un plis plas). Corrió muy deprisa, pero más rápido fue Contador, que voló a 53 por hora en ese tramo. Armstrong fue a por más, sin embargo, hasta chocar con el vacío, con los músculos que se negaban a seguir contrayéndose a la velocidad que les exigía, con Contador, que, toc, toc, toc, decidido y tranquilo, martilleó el cuarto clavo en su ataúd. El primero, pequeñito, en Mónaco; el segundo, también simbólico, en Arcalis; el tercero, ya de grueso calibre y considerable longitud, en Verbier; el cuarto, el más dañino, el más inesperado, ayer.
Inesperado para Armstrong, porque Contador, hermoso con sus calcetines amarillos, ya sabía. Sabía que en Verbier no había dado el máximo, que aún podía ir más deprisa. Creía también que su rival ayer no era Armstrong, sino Cancellara, el coloso suizo que le había dejado en nada con uno de sus descensos excesivos en los Juegos de Pekín; el mismo Cancellara que le provocó en Mónaco -en la primera contrarreloj, en la parte de subida, Contador aventajó al suizo en 6s; en el descenso hasta el puerto del lujo, perdió 24s- la única frustración de este Tour al privarle un maillot amarillo que hubiera aclarado más aún las cosas en el Astana. Pero se equivocaba, en la nueva dimensión en la que se maneja con tanta soltura, con tanta soledad, tan soberbiamente, su rival era la grandeza. Pensando en el Cancellara amigo de machacarle cerró los dientes con rabia en el descenso final hacia la apacible Annecy desde una cima en la que aventajaba al panadero de Berna en 46s. Le quedaban apenas 12 kilómetros. En teoría, tarea fácil, pese a que el viento en contra había aumentado.
En la práctica fue quizás la prueba más titánica a la que se ha enfrentado en sus complicados días de julio. A tres kilómetros de la avenida de plátanos en que le esperaba el podio, la ventaja se había reducido a 15s. Era una lucha desigual, 62 kilos contra 80, 420 vatios contra más de 500, pero en la que finalmente la voluntad, el deseo, fue el combustible decisivo. Por 3s, Contador, que por poco se cae de la bici en su ansia por volver el cuello y ver en el cronómetro de la pancarta el tiempo final, ganó la contrarreloj. Y como hacía los días especiales, únicos, aquel que representa en España la grandeza máxima del ciclismo, como Miguel Indurain, y a quien asoció su imagen de ganador de contrarreloj de Tour vestido de amarillo, levantó el puño. Su segundo Tour está ahí: afrontará mañana el Ventoux, con más de 4m sobre Andy Schleck, más de 5m sobre Armstrong, dos que sólo pensarán en aguantar donde están.
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