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Columna
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Lo nuclear

Una de las grandes controversias ideológicas del siglo XX fue la que enfrentó, en los dibujos animados, al propietario y cazador Elmer Fudd con Bugs Bunny, el llamado "conejo de la suerte". Nosotros, en la infancia, no teníamos ni idea. Y supongo que tampoco estaban muy al tanto los ministros de Información, es decir, de Censura. Ahora está claro, fíjense en las fotos, que ministros como Fraga y Sánchez Bella pertenecían al partido de Elmer. En cambio, todas nuestras simpatías eran para aquel conejo que disparaba preguntas, que tenía por única propiedad un buzón de correos (Bugs Bunny Sq.) y que siempre se salvaba por los pelos, a tiempo para despedirse: "No creáis que ha sido divertido, porque no lo ha sido".

Bugs Bunny fue una de las mascotas más populares de los combatientes antifascistas en la II Guerra Mundial. Como Chaplin en carne viva, él ridiculizó a Hitler o Mussolini en las películas de animación. El poeta Abeleira, brillante traductor de la obra de Sylvia Plath (Bartleby Ediciones), me alerta de un libro con los textos del Grupo Surrealista de Chicago. El impagable volumen está publicado por una editorial de Logroño llamada Pepitas de Calabaza. ¿Ven como existe el conejo de la suerte? Por supuesto, el Grupo Surrealista de Chicago dedica una de sus mejores proclamas a Bugs Bunny, a quien consideran un líder de la clase obrera opuesto al "esclavismo asalariado en todas sus formas". Humorístico y erótico, el espíritu de Bugs es muy actual, pero lo que parece evidente es que la sombra que hoy se extiende por Europa es la de Elmer Fudd, esa simbiosis de burócrata, reaccionario y muy celoso de la propiedad, siempre que sea propia. Los veo ante la caduca central de Garoña. Elmer ha reciclado su discurso. Dice que la nuclear es la energía del futuro. Y Bunny vuelve a preguntarle: "¿Qué hay de nuevo, viejo?".

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