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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

La prueba de las 10.000 horas

Manuel Rodríguez Rivero

Como la frondosidad de los árboles impide apreciar la profundidad del bosque, así la acumulación de trivialidades mediáticamente orquestadas y avaladas por el incontestable éxito de ventas dificulta a menudo la separación del trigo de la paja literarios. En Fueras de serie (Outliers), subtitulado Por qué unas personas tienen éxito y otras no (Taurus), uno de esos libros que se convierten en best sellers por el único mérito de expresar con seguridad y desparpajo -apoyado en significativos ejemplos "investigados"- lo que es de sentido común, Malcolm Gladwell atribuye el éxito, entre otras cosas, a la mezcla de talento innato y preparación. Claro que el talento es en nuestra época cada vez menos importante. Y pone ejemplos: divididos en tres grupos -las estrellas, los simplemente buenos y los mediocres-, y habiendo empezado sus estudios de música a la misma edad (a los 5 añitos), los alumnos de la "elitista" Academia de Música de Berlín con "potencial para convertirse en solistas de categoría mundial" resultaron ser los que habían practicado más horas. Total: el Mediterráneo. Frente a los normalitos, que a los veinte años sumaban 4.000 horas de práctica, o los "simplemente buenos", que habían practicado 8.000, las "estrellas" habían arrancado notas a su instrumento durante más de 10.000. De ahí, una primera conclusión: los mejores son los que más trabajan, aunque el talento ayude; entre otras cosas porque sin él nadie podría dedicarse tanto tiempo a una sola cosa. Aplicado a la novela, el asunto no tiene vuelta de hoja. Las mesas de novedades de las librerías están abarrotadas de historias inanes compuestas sin talento y torpemente. Contar historias -como sabe cualquiera que repite una anécdota autobiográfica y va mejorándola cada vez que la relata- requiere técnica y oficio. Y, desde luego, talento. A Manuel de Lope (Burgos, 1949), no le falta ninguno de esos ingredientes. Desde 1978, cuando publicó (en Barral Editores) Albertina en el país de los Garamantes, ha ido construyendo lentamente una obra rigurosa, sin obsesionarse por obtener un reconocimiento popular que le fue esquivo hasta Bella en las tinieblas (Alfaguara, 1996). Ahora, dueño y señor de una mitología literaria característica, ha logrado con Otras islas (RBA) la que para mí es su mejor novela. Y la más benetiana: el aliento mítico-realista del dueño de Región se rastrea en las historias (rurales y urbanas) y personajes (tipos y arquetipos) que se entretejen en esta narración de pasiones y frustraciones a la que De Lope ha dotado de una trama con ingrediente detectivesco. Si usted cree que la (buena) literatura también requiere que el lector haga el esfuerzo de dejarse impregnar por una historia que en ningún momento disimula su ambición, no se la pierda. Y olvídese de los árboles de la mesa de novedades: aunque sólo sea por tres días, practique el bosque.

Ahora, dueño y señor de una mitología literaria característica, Manuel de Lope ha logrado con 'Otras islas' la que para mí es su mejor novela
Álvaro Delgado-Gal es un filósofo con una marcada tendencia a aceptar determinados retos que le propone la realidad de su tiempo

Despedida

A estas alturas, casi todo está dicho acerca del nuevo Gobierno. Un paseo por los periódicos, por los llamados "confidenciales" y por los blogs y tertulias de los opinadores permite evaluar el amplio abanico de matices con el que es saludado o despotricado (casi nadie respeta lo de los 100 días): desde quienes afirman que la única respuesta posible es el exilio a los que opinan que la remodelación demuestra que Zapatero, el último hijo ilustre de la histórica Valladolid, es el nuevo Carlomagno: una especie de Obama europeo capaz de sacarnos del valle de lágrimas financiero y dar cohesión a un continente desnortado y segundón. Respecto al antiguo ministro CAM (no confundir esas siglas con las del notable escritor, diarista y poeta César Antonio Molina, a quien ahora -espero- recuperamos), casi todo el mundo coincide en lo que hizo bien -gestionar, racionalizar, mover ideas- y lo que no hizo tan bien -enfrentarse con quienes llevaba las de perder-. En opinión de muchos -entre los que me cuento- llevaba razón en su exigencia de que la acción cultural exterior debería coordinarse desde su ministerio. Sólo que a Moratinos, su antiguo valedor, no le gustaron ni el modo -por medio de la prensa- ni las formas con las que reivindicó tal posición. Tampoco agradó en Moncloa el pique con Caffarel, su sucesora en el Instituto Cervantes, con la que manifestó el típico síndrome de quien, tras desempeñar con éxito y acierto un puesto, y ser destinado luego a otro superior, todavía desea imponer sus criterios y su estilo en el primero, al que no puede evitar seguir considerando su negociado. El desencuentro con la gente del cine y un umbral de tolerancia demasiado bajo para la crítica (la de la prensa o la de la oposición) han perjudicado a un, en general, buen ministro. Y por despedirme con el título de una película nada española: buenas noches, y buena suerte, don César.

Ideas

En el primer fragmento de sus Tesis de Filosofía de la Historia, Walter Benjamin evoca al legendario turco ajedrecista creado en 1769 por el artesano Wolfgang von Kempelen. Como se sabe -y también recoge El rival de Prometeo (Impedimenta), una estupenda antología de textos sobre los autómatas compilada y comentada por Sonia Bueno Gómez-Tejedor y Marta Peirano-, la asombrosa "máquina" que, durante cerca de un siglo, habría derrotado a los más conspicuos ajedrecistas de Europa (incluyendo a Federico el Grande y a Napoleón) no fue más que un fraude. En el interior de la máquina, disimulado mediante un ingenioso sistema de espejos e imanes, se ocultaba un experto jugador de carne y hueso, auténtico "cerebro" del autómata. Benjamin lo imagina como un enano jorobado que "guiaba por medio de unos hilos la mano del muñeco". Y utiliza la imagen para proyectar sobre ella un equivalente para la filosofía: un muñeco llamado "materialismo histórico" que, "si toma a la teología a su servicio", siempre debía ganar. Álvaro Delgado-Gal no es ni enano ni jorobado, y mucho menos (si cabe) materialista histórico, pero es un filósofo con una marcada tendencia a aceptar, desde planteamientos filosóficos, determinados retos -juegos, partidas- que le propone la realidad de su tiempo. En su último ensayo, El hombre endiosado (Trotta), el matrimonio homosexual y la polémica que provocó su aprobación sirven de pretexto para un elegante, y a menudo irónico, doble ensayo, en el que se dilucidan y se discuten diversos aspectos en torno a la teología y la psicología voluntaristas. Y en el que viene a argumentarse que lo que en la antigua teología era atributo de Dios lo es ahora de un pueblo hobbesiano en el que se ha realizado el "triunfo póstumo de Nietzsche, en formato popular". En un país como el nuestro en el que "nadie se toma demasiado en serio las ideas", Delgado-Gal expone las suyas brillantemente: tejiendo una rica red de referencias -desde la teología política a la literatura- y desplegándolas con una de las prosas más exigentes del actual ensayismo español.

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