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ARTE | Exposiciones
Columna
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Sprezzatura

Como muy bien apunta Roberto Calasso (Florencia, 1941) en su libro El rosa Tiépolo (Anagrama), el término italiano sprezzatura, que literalmente significa "desdén", fue usado por Baldassare Castiglione, en Il Libro del Cortegiano, el manual de urbanidad más célebre en el mundo moderno occidental, como la noble disimulación del esfuerzo a la que estaba obligado el caballero cortés, fuera cual fuera la acción emprendida. Con el paso del tiempo, dicho concepto se trasladó al mundo del arte para expresar, sobre todo, en pintura, esa elegante soltura con que los grandes decoradores del barroco acometían con presteza las más complejas máquinas figurativas que ornaban monumentales bóvedas de amplios salones aristocráticos o de iglesias. Este recordatorio de Calasso es, sin duda, imprescindible para describir, no sólo la técnica, sino la actitud estética y moral de Giambattista Tiépolo (Venecia, 1696-Madrid, 1770), uno de los pintores más apreciados, aunque no sin polémica, en la Europa del siglo XVIII y, por lo general, más despreciados después, como si hubiese sido uno de esos supervivientes intempestivos que encarnan una época pasada y odiosa. Aunque afortunadamente el arte es un territorio de casi imposible unanimidad, no parece que este prejuicio estigmatizante contra Tiépolo haya, ni mucho menos, desaparecido.

Pero ¿por qué un editor, erudito, fino ensayista y magnífico escritor como Roberto Calasso dedica, sin ser un historiador del arte académico, un amplio, muy bien fundamentado y sagacísimo estudio a la denostada obra de G. B. Tiépolo? En principio, el móvil es tratar de explicar y poner en su debido excepcional valor los 33 grabados del artista veneciano, que son conocidos como Caprichos y Scherzi di fantasia, sobre los que ha pesado un olvido y una incomprensión ominosos. Desde luego, el esfuerzo empeñado al respecto por Calasso no ha sido baldío, y no sólo porque prácticamente nadie hasta él hubiese tenido la mínima fe y pasión imprescindibles para afrontar el desciframiento del inquietante sentido subyacente a esta hermética obra gráfica.

De todas formas, antes y después del comentario de estas enigmáticas series, y quizá como vía para penetrar en su trasfondo, Calasso repasa toda la vida, la obra y la muy desigual fortuna crítica de Tiépolo, pero, por encima de todo, lo hace para tundir y voltear la ridícula concepción del arte que se ha establecido como norma dogmática a lo largo y a lo ancho de nuestra época contemporánea, porque no deja de ser paradójicamente aleccionador que, en el momento histórico en el que el arte se declara esencialmente libre y desregulado, se hayan multiplicado los catecismos más burdos. En cualquier caso, con una prosa brillante y apasionada y un sarcasmo dialécticamente letal, Calasso no sólo resitúa a Tiépolo en su justo valor, sino que, razonadamente, lo considera el genuino "pintor de la vida moderna", empleando para ello los argumentos, ni más ni menos, que de Baudelaire y Nietzsche, los cuales no dejaron de advertirnos sobre la profundidad o el espesor de las apariencias, o, si se quiere, sobre la esencia teatral del mundo. Por lo demás, aunque es imposible resumir la riqueza argumentativa y cultural que Calasso despliega en este extraordinario ensayo, lo más adecuado para calificarlo es que constituye en su género el mejor ejemplo literario de sprezzatura.

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