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Crónica:FUERA DE CASA | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sin misericordia, sin letra, sin himno

Hace años, tentaron al poeta Joan Margarit para participar en la Operación Letra para el Himno de España. Hizo el viaje, trajo unos versos y comió con amigos poetas convocados para la causa. Rieron y bebieron hasta que llegó el momento de la verdad. Había que visitar La Moncloa y conocer a aquel prosaico presidente que decía amar la poesía, aquel lector que hablaba el catalán en la intimidad. Margarit, que conserva el catalán de La Segarra mezclado con el de Barcelona, contaminado por el castellano del franquismo, mostró sus versos para el himno que estaban escritos en su idioma materno, el catalán. Y así se deberían quedar. Allí terminó la reunión. El poeta fuese y no hubo letra.

Somos una nación sin himno, pero, al fin, somos un premio nacional que sabe que la patria del poeta es la poesía

Seguimos siendo una nación sin himno, pero, al fin, somos un premio nacional que sabe que la patria del poeta es la poesía. Margarit habla un preciso español que se forjó escuchando canciones de amor por la radio, mirando a las mujeres, jugando a la pelota en la calle, creciendo en el Tenerife de los años cincuenta y sin turismo, viajando en barcos hasta la Península, cruzando las ásperas tierras en trenes nocturnos, viendo niños que miraban con ojos de color de hospicio, recordando casas de misericordia, hipócritas caridades, refugios que no hogares, no casas, de una patria cruel, sin perdón, sin piedad. ¿Qué himno podría hacer Margarit? ¿Qué himno esperaba aquel que sería señor de la guerra? ¿Qué versos esperaban de un poeta que no esconde la tristeza, ni la alegría, ni el llanto, ni la misteriosa felicidad? No es poeta para himnos.

En Madrid, y en otros lugares de nuestra tierra sin himnos, hemos podido disfrutar con las palabras, los poemas, de un poeta que se reencontró con su idioma catalán. El de sus sueños rurales y el de la vida barcelonesa, el que le sirve para escribir con la precisión del que calcula estructuras y con la libertad de Art Tatum en noches de jazz y lluvia. Cuando un jurado premia a Margarit, está premiando a todos. La poesía no es sólo de jardines cerrados, ni ínsulas extrañas. La poesía, como la belleza, puede estar lejos de Florencia, en las agujas del edificio Chrysler, en el mar Muerto, a pie de barra en el último bar, en la boca de Maribel Verdú o en los hierros melancólicos de un basurero industrial.

El poeta Margarit nos hizo feliz un día madrileño con aguacero. A él le habían dado el Nacional de Poesía y nosotros nos refugiábamos de la lluvia en un teatro tomado por las palabras, las piernas, el cuerpo y los rostros de Aitana Sánchez-Gijón y Maribel Verdú. No serán poesía, pero son evasión y un poco de descanso. Encontrarte con la Verdú es tropezar con la alegría. A Margarit, que sabe buscar la alegría, que es un joven viejo que canta, le tengo que invitar al teatro. -

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