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OPINIÓN
Columna
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Puntos suspensivos

Juan Cruz

A Mariano Rajoy no le gusta que le pregunten; le gusta preguntar.

Le preguntó el miércoles al presidente Rodríguez Zapatero, cuando éste acabó de hablar en el Parlamento:

-¿A qué ha venido usted?

Zapatero le pudo haber respondido como le respondió Rajoy a Vicente Jiménez y a José Manuel Romero en la entrevista que le hicieron para este periódico el 31 de agosto.

Le preguntaron por qué le había perseguido el PP de Madrid y esto respondió Rajoy:

Les pregunté a los periodistas por los puntos suspensivos. Parece que Rajoy se echó hacia atrás en el sillón, extendió los brazos como si se sintiera desamparado en medio de un naufragio, y contestó eso:

Lo peor de la pregunta de Rajoy del último miércoles no es que se parezca a una grosería, que también; lo peor es que la tenía escrita.

Miguel Ángel Aguilar suele subrayar este hecho: los políticos no escuchan, nadie escucha; antes de que el otro les hable, ya han distribuido su respuesta por los pasillos de la Cámara. Y como Rajoy no debía de tener un día muy emprendedor, en lugar de tachar de su discurso ya escrito esa pregunta innecesaria, la leyó obediente a su escriba:

-¿A qué ha venido usted?

Qué idea. Ese día no improvisó casi nadie. Todos se llevaron su chuleta sacada del ordenador. Un diálogo de sordos, o de engreídos. Habla, que me voy. Y no debieron de preparar las chuletas ellos mismos, porque las leían con puntos y comas. Incluso la parlamentaria nacionalista canaria, Ana Oramas, que es muy hábil en la dialéctica de la improvisación, se entretuvo en leer unos folios, como si le diera igual lo que tuvo que decir Zapatero.

Muy extraño todo. Que aprendan del portavoz popular Esteban González Pons, que subido en la cucaña del cinismo ha hallado respuesta para todo. El otro día dijo en Radio Nacional que este Gobierno (eso es muy suyo: "este Gobierno") gobierna para los suicidas. Como deja a la mitad la realidad que le sirve de metáfora, luego añade esta coletilla: "Ésta es la pura verdad". Mientras tanto llama por su nombre propio a sus interlocutores, y se va con las metáforas en busca de otros titulares. Él no le hace ascos a ninguna pregunta, acaso porque todavía no le cabe ninguna duda, o porque no tiene en su almacén suficientes puntos suspensivos.

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