Daniel Luque huele a torero
El sevillano Daniel Luque tiene pinta de torero; pero que muy buena pinta. No hay más que verlo moverse por el ruedo; desborda ilusión, irradia personalidad y busca el triunfo con vivo interés. Le adornan, además, condiciones artísticas, mueve los engaños con elegancia y empaque y conecta con rapidez con los tendidos. Va directo al estrellato si le acompaña la suerte y mantiene el hambre por alcanzar el éxito.
Luque fue la cara de la corrida; y la cruz fue Talavante, un torero perdido, sin rumbo, como sonámbulo, sin ideas, torpe e inseguro. Su fracaso fue gordo, pues permitió que le echaran su primer toro al corral, y escuchó una sonora bronca en el quinto, un animal deslucido al que no quiso ni ver. Tejela pasó sin pena ni gloria. Ni tuvo toros ni su actitud fue la esperada. Cada cual está donde tiene que estar.
San Miguel/Tejela, Talavante, Luque
Toros de San Miguel, corrector de presentación, blandos, mansos, y deslucidos; segundo y tercero, inválidos.
Matías Tejela: estocada (silencio); estocada (silencio). Alejandro Talavante: media, dos descabellos _aviso_, cuatro descabellos _2º aviso_, y cuatro descabellos _tercer aviso_ (pitos); dos pinchazos y media tendida (pitos). Daniel Luque: media (oreja); estocada (oreja)
Plaza de la Malagueta. 18 de agosto. Corrida de feria. Tres cuartos.
Pero aún hubo la cruz de la cruz, que fueron los toros de San Miguel, que sólo se salvaron por sus astifinos pitones, pero sus entrañas son dignas de estudio. Vamos que esta mañana las estarían estudiando si hubiera vergüenza torera en esta fiesta. Pero como no la hay... El primero salió renqueante, lisiado y noqueado, y la presidenta, vaya usted a saber por qué, se empeñó en dejarlo en el ruedo entre las débiles protestas del respetable. Sería por eso, quién sabe...De parecida condición fue el segundo, al que no pudo matar Talavante, y ninguno sobresalió por su fuerza ni codicia. En una palabra, una corrida lamentable y podrida, sin gota de sangre brava en su venas y con sospechas de enfermedad o borrachera entre sus miembros.
Lo que no se olvidará, sin duda, es la buena concepción del toreo que tiene en la cabeza Daniel Luque. Y el hambre, que es condición fundamental para el triunfo. Y, por añadidura, el valor suficiente y necesario.
Acaba de empezar en la profesión y se le nota una madurez impropia para su corta carrera. Su carta de presentación fue el toreo a la verónica con el que recibió a su primero. Garbosas, templadas, ejecutadas con un gusto exquisito. Momentos después protagonizó un quite de toreo excelso: cuatro verónicas con las manos muy bajas, con la pierna contraria adelantada y jugando los brazos con maestría, y una media de cartel, arrebujándose el capote en la cintura. Tomó la muleta y empezó de dulce con un trincherazo, un cambio de manos, un pase de la firma y todo ello ligado con un largo pase de pecho. El toreo con la mano derecha -en realidad, el toro no embistió por el pitón izquierdo- fue un dechado de prestancia, elegancia, templanza, emoción y ligazón. Fueron tres tandas de derechazos hondos, muy sentidos, que brotaron de la magia torera del chaval. Muy deslucido fue sexto, y se peleó con él como un jabato, valentísimo, con conocimiento y capacidad. Se tiró a matar por derecho y cobró una estocada que mató al toro sin puntilla. Este Luque desprende un fuerte olor a torero.
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