Dos en la luna

Habla don Felipe y Alemayehu Bezabeh no puede evitar que se le caigan los párpados. Sentado detrás de una columna, intentando pasar inadvertido, el atleta de origen etíope se sobresalta cuando alguien le toca el codo. Abre los ojos, mirada soñadora aún, de golpe. "No, no es que me aburra. No, no es que no le entienda", se disculpa; "es que no he dormido nada en el avión. Estoy que me caigo". Unos metros más allá, en el mismo ático de la Casa de España en Pekín en el que los Príncipes de Asturias recibieron en audiencia el jueves al equipo olímpico español, Carlos Sastre no tiene ese problema. Los ojos los tiene abiertos y brillantes. El brillo de quien aún no ha aterrizado después de haber vivido una de las experiencias más deseadas por un ciclista, la de saludar al mundo vestido de amarillo desde los Campos Elíseos. Dos deportistas en la luna, en los dos extremos del mismo arco, personalizan los grados de emoción que puede generar participar por primera vez en unos Juegos Olímpicos.

El etíope, que llegó a dormir en un parque, ha logrado días atrás el pasaporte español

Hace dos años, Alemayehu Bezabeh dormía en un banco en un parque de Madrid. Un africano sin papeles más. Pero no uno más. Fuera de los planes de los dirigentes atléticos de Etiopía, el joven Bezabeh, fondista de talento, y pobre, se embarcó en Addis Abeba y aterrizó en Madrid, donde, animado por las historias de otros que viajaban regularmente, pensaba vivir del atletismo. Lo consiguió, pero después de una peripecia más enrevesada de lo que pensaba. No entendía ni una palabra de español ni de inglés, pero gracias a la ayuda de la asociación Caribú logró documentos de refugiado político y gracias a un compatriota atleta, Fedaku Bekele, y al club Bikila acabó demostrando su capacidad. Ahora está ahí, con el niqui rojo del equipo español, con pasaporte español desde hace unos días, a punto de debutar como español en unos Juegos. Se pellizca. No tanto para despertarse como para cerciorarse de que no es un sueño. "No me lo puedo creer", repite en su español aún rudimentario; "no me lo puedo creer".

"Está muy bien", dice Jesús España, que forma con Alberto García y Bezabeh el trío español de los 5.000 metros; "me parece bien que hayan acelerado su nacionalización para que llegara a los Juegos. Sobre todo, porque no le ha quitado la plaza a nadie. Tiene la marca mínima y ningún otro atleta español la tenía".

Sastre tampoco se baja de su nube. "No lo haré hasta que acabe la temporada", advierte el ciclista abulense, que aún no ha vivido un momento de tranquilidad, entre critériums benéficos, homenajes varios, competiciones y viajes, desde el último domingo de julio y que, empujado por su fuerte sentido del compromiso, fue el único ciclista del equipo que acudió a la recepción. Los demás, Contador, Valverde, Freire y Samuel, se quedaron descansando en la Villa Olímpica, obligados casi a la fuerza por los responsables del grupo. "Sólo entonces, después de los Juegos, de la Vuelta, me sentaré a recordar lo que he vivido, a saborearlo, a leer los recortes de prensa, a ver las grabaciones de mi Tour", apunta. Hasta entonces, Sastre, que hoy forma parte del quinteto español que intentará conquistar la Gran Muralla, aprovechará para gozar de la experiencia de vivir en la Villa junto a miles de deportistas de todo el mundo. Una experiencia corta porque mañana regresará a España para preparar la Vuelta, su último compromiso. "Y menuda Vuelta va a ser", avisa; "ahí es nada, Contador y yo, los ganadores de los dos últimos Tours".