_
_
_
_
_
TEATRO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

PunchDrunk: teatro de inmersión

Son "lo último de lo último" del teatro británico. Felix Barret (director artístico), Maxine Doyle (coreógrafa), Robin Harvey (diseñador de espectáculos) y Colin Marsh (productor) se conocieron en la escuela de Arte Dramático de Exeter, al suroeste de Inglaterra, y crearon PunchDrunk. Sus espectáculos han sido definidos como "teatro físico" porque están a caballo entre la danza, la performance y la instalación, aunque también hay texto. Ellos los llaman "teatro de inmersión" o "asalto a los sentidos". PunchDrunk elige espacios desiertos o abandonados y trabaja con un sentido cinematográfico del detalle y la atmósfera para sumergir al público en el universo de cada montaje. Se trata, dice Felix Barret, de "volver a jugar como niños, redescubrir el sentido de la anticipación, explorar lo desconocido con espíritu de aventura". Comenzaron en 1999 con ocupaciones puntuales en función única. Tenías que llamar a un número de teléfono, te citaban y te conducían a un lugar desconocido. Su debut fue una versión radical y concentrada de El jardín de los cerezos en una vieja mansión de Pennsylvania Road, en Exeter. Al año siguiente fusionaron Edipo Rey y Antígona, que ofrecieron, bajo el título de The House of Oedipus, en un inmenso jardín victoriano de Pinhoe (Devon): otra casa en ruinas, Poltimore House, cubierta por la hiedra, era el palacio del rey ciego de Tebas. ¿Cómo consiguen los permisos, en la reglamentadísima Inglaterra, para trabajar en lugares públicos que pueden venirse abajo en cualquier momento? Misterio. También hay golpes de suerte: un millonario, Arne Maynard, vio The House of Oedipus y en 2002 les encargó montar Midsummer Night Dream para una fiesta de verano en su casa de Parsons Drove, en Norfolk. En diciembre de 2003 pegaron el salto a Londres, y a lo grande: una escuela del siglo XIX -el Beaufoy Building, en Kennington- acogió Sleep No More, una versión de Macbeth con estética de película de Hitchcock de los años treinta: 14 actores y bailarines, música en directo y cantantes de jazz, todo ello al servicio de una narrativa onírica y atomizada. Sleep No More fue su lanzamiento en la capital inglesa. En 2004, nuevo espacio y nuevo éxito, esta vez por partida doble: en la planta baja de una destilería, The Old Seager, en Deptford, en el East End, Ariel guiaba a los espectadores como si fueran la tripulación del barco naufragado de The Tempest; en la planta superior podían ver Chair, un homenaje al mundo de Ionesco a partir de la vieja pareja protagonista de Las sillas. En octubre de 2006, el National Theater coprodujo Faust, el proyecto más ambicioso de PunchDrunk, que agotó entradas durante tres meses y hubo de prorrogarse hasta marzo. El boca a oreja fue velocísimo. La cita era en una fábrica de azúcar de cinco pisos, en el 21 de Wapping Lane (East End, en Tobacco Dock). Un miembro de PunchDrunk reparte máscaras como las que usaban los invitados a la misteriosa fiesta de Eyes Wide Shut, de Kubrick. Los espectadores suben en un montacargas. En cada planta bajan seis. El espectáculo dura tres horas, en dos ciclos de noventa minutos. De la oscuridad brotan deslumbrantes escenarios oníricos. El laboratorio del viejo Fausto, y un campo de maíz con un siniestro espantapájaros en el centro, y la calle principal de una pequeña ciudad americana. Farolas solitarias, tiendas abiertas pero vacías. Ecos de Stephen King, de Lynch, de Edward Hopper. Un cine, The Temple, donde proyectan Sed de mal, de Welles. Un diner, en el que Mefisto es un camarero que sirve la poción rejuvenecedora. Y, al final, un motel solitario. En una habitación se encuentran por primera vez Fausto y Gretchen; en la siguiente, un grupo de máscaras rodea a la muchacha abandonada, que arrastra a su cama a un espectador y llora en sus brazos. No hay continuidad narrativa, como si todo pasara en tiempos alternos. La noche de Walpurgis tiene lugar en un club nocturno, donde se agita un grupo de adolescentes enfebrecidas, y el infierno de Mefisto está en el sótano, un honky tonk del profundísimo Sur. No es teatro, no es danza, no es cine, no es un sueño y es todo a la vez: es PunchDrunk.

¿Quién se anima a montar aquí una aventura similar? -

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_