_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lugares sagrados

Las emociones, los espacios en los que uno puede hundirse como en el mar, los paisajes donde la vida adquiere una dimensión profunda, son realidades sagradas. Los individuos religiosos acuden a sus lugares sagrados para diluir la propia identidad en el todo de una verdad absoluta. Las iglesias consiguen que los fieles se fundan como gotas de aguas en el mar de una liturgia celeste, superior y perfecta. Los individuos laicos tienen también lugares sagrados, pero acuden a ellos para poder vivir en primera persona las ilusiones colectivas. Pasear por la casa de un escritor admirado, habitar algunos rincones históricos de una ciudad, imaginarse los paisajes de aquellos episodios decisivos por su poder de plenitud o de tragedia, supone tomar conciencia del pasado, aceptar que, bajo las prisas superficiales, la existencia adquiere una lentitud de matices compartidos, de huellas sigilosas, de palabras y sentimientos heredados. Los oficios y los géneros literarios tienen también sus mitologías, sus mapas de lugares sagrados. Sentirse periodista, médico, político, arquitecto, poeta, significa desde luego poseer una técnica determinada. Pero, además, hace falta una memoria de respetos y de situaciones, de acontecimientos y personajes inolvidables, maestros fundadores, noches difíciles en un laboratorio o en una mesa dominada por el humo del tabaco, instantes marcados por la luz de los descubrimientos. La leyenda de la poesía contemporánea empezó a formarse cuando el joven Rimbaud llegó a París con la fuerza de un ángel maldito y deslumbró a Verlaine hasta arrastrarlo a un drama de versos maravillosos, habitaciones sórdidas, heridas de bala y comisarías. Tan sagrada es la bendición de Dios como la sonrisa del diablo, y la poesía moderna, al enfrentarse a los burgueses pragmáticos y a la mediocridad fea de las ciudades industriales, fundó su fe en lugares malditos, en la llama oscura de los deseos prohibidos, los excesos y los suburbios.

Esta semana se ha inaugurado en la Huerta de San Vicente la exposición Vida y hechos de Arthur Rimbaud. Se trata de la misma exposición que pudo verse el año pasado en La Casa Encendida de Madrid. Pero la residencia de la familia García Lorca en Granada es un lugar sagrado para todos los que buscaron la huella del poeta bajo la capa espesa del silencio, la muerte y las humillaciones de una ciudad derrotada no sólo por el ejército rebelde, sino también por los óxidos del franquismo. Como altares poéticos se ordenan ahora las vitrinas sagradas de la historia de Rimbaud, sus ejercicios escolares, los primeros poemas, los dibujos, las fotografías que uno ha visto mil veces en los libros, las cartas que uno ha leído, el manuscrito del soneto de las vocales, los informes policiales, los testimonios de sus aventuras comerciales en las costas del Mar Rojo y Abisinia. Rimbaud apenas dedicó cinco o seis años a la creación poética. Después de que Verlaine le disparara en medio de un ataque de cólera, el muchacho dejó la poesía, cambió de vida y se dedicó al comercio. No tenía más de veinte años cuando renunció a la escritura, pero a él se debe una parte definitiva de la leyenda contemporánea. La exposición, preparada por Lola Martínez de Albornoz y Gonzalo Armero, nos conduce por los episodios del adolescente que quiso convertirse en un visionario, buscando la confusión de los sentidos y el alma de las palabras. Las ciudades, las caligrafías, los rostros, son lugares sagrados de una historia poética que quiso romper las costuras de un honor oficial y turbio, sostenido por la represión, la avaricia y la indiferencia. Resulta emocionante ver objetos sagrados en un lugar sagrado, vivir la historia de todos en primera persona. Aquí los fieles no desaparecemos en la liturgia, comprendemos la historia y las contradicciones de nuestro corazón.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_