"Podría haber sido peor"
Nadal, tras mes y medio sin competir, vence a Baghdatis
El día que Rafael Nadal se sintió morir, Marcos Baghdatis estaba enfrente. Ocurrió en Wimbledon y fotografió uno de los momentos más importantes de la carrera del español: el número dos del mundo venció al chipriota y se clasificó para su primera final en Londres. "Me moría por dentro", resumió el tenista mallorquín. Ayer, en otro momento señalado para Nadal, Baghdatis volvió a ser el contrario. Nadal reaparecía en Madrid, el torneo que le ha entronizado como su héroe, tras mes y medio sin competir. Lo hacía entre dudas. Lamentando un cuadro temible, la falta de ritmo y la presión de jugarse las habichuelas con un tenista que es fuego y agua, ciclón y brisa, peligroso pero desconectado desde hace meses. Nadal tentó a la suerte con un arranque que de tibio pareció congelado. Venció por un doble 6-4 tras calentar el horno de su juego. Y se fue al vestuario sabiendo que en la próxima ronda toca sacar el mazo: esta tarde le espera el escocés Andy Murray, que le llevó al límite en el último Abierto de Australia.
"El saque me costó bastante al principio, y de fondo me sentía bien, pero las tiraba fuera"
Baghdatis es hoy por hoy un tenista a la deriva. Navega por el circuito sin rumbo ni brújula, embebido en su aire de bohemio ajado. No siempre fue así. En enero de 2006, Baghdatis era el no va más. La sensación chipriota, le llamaban. El chico se presentó ante el gran público perdiendo la final del Open de Australia ante Roger Federer. Lo hizo con estilo y mechas a la moda. Saltó a la fama. Y contribuyó a su éxito mezclando un tenis moderno con frases que le dieron imagen de vividor irredimible. "¿Qué nos cuenta de este partido?", le preguntaban. "Que mi último ace me ha hecho disfrutar más que el sexo", contestaba. "¿Va a espiar a su próximo rival?", le insistían. "No. Creo que lo hará mi entrenador mientras yo duermo con mi novia".
El partido enfrentó a dos tenistas alejados de su mejor momento. Igualados por lo bajo, compensaron el óxido con emoción y pasiones desatadas. La comunión de Nadal con la grada del Madrid Arena es completa, profunda y agitada. Se expresa en palmas para el héroe y tímidos pitidos para el rival. En palabras de ánimo, declaraciones de amor y gritos pidiendo guerra. "¡Rafa, quiero un hijo tuyo!", le repetían. El sentimiento del público tiene mucho de sana diversión y bastante de admiración bien ganada: en 2005, Nadal ganó el título en la capital cojo de las dos rodillas. Se rumió su abandono durante todo el torneo. Ganó y no volvió a competir en todo el año. Las rodillas no le aguantaron.
Empujado por el gentío, Nadal se enfrentó al efecto Baghdatis. El chipriota se ha especializado en encerrar a sus rivales en una paradoja. Es un especialista al contraataque. Aprovecha el ritmo del contrario. Cuando mejor juega su oponente, mejor lo hace él. Nadie le discute el talento. Se le busca, sin embargo, el nervio competitivo. Baghdatis se crió en París, interno en la escuela Mouratoglou. No paraba de llorar. Echaba Chipre de menos. Nadal nunca supo de lágrimas. Y por ese camino, el del convencimiento en las propias posibilidades por encima de la realidad del juego, se impuso ayer.
"Ha sido lo lógico después de un mes y medio sin competir: he jugado con un poquito de dudas", analizó tras el partido. "El saque me costó bastante al principio del partido. De fondo me he sentido bastante bien, pero las tiraba fuera", siguió. "Podría haber sido mucho peor", se sinceró.
El español creyó en sí mismo cuando apuntaba pocas razones. No como Tommy Robredo, que cayó de madrugada ante el argentino Juan Martín del Potro por 7-6 (4), 4-6 y 3-6. Nadal jugó entre dos mundos, incapaz de decidirse entre el golpeo y tentetieso o el aguante y recuperación. Vivió en peligro. Y con Baghdatis pegado a su sombra. Del embrollo, un break abajo y el chipriota crecido, le sacó el público, su apuesta por el riesgo y el ataque de vértigo del rival. Del laberinto, su juego, en progresión ascendente. Y del pesimismo, una noticia y un reto. Tomas Berdych, el hombre que le eliminó el año pasado, ya no juega en Madrid. Le apeó Nalbandián. Eso le despeja algo el camino a Nadal. Y le coloca ante un desafío: Murray, mortífero, le espera hoy con pinturas de guerra.
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