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Reportaje:

El órdago de Djokovic

El tenista serbio asegura que intentará arrebatar a Nadal el 'número dos' mundial en Madrid

La batalla por el número dos del tenis mundial se pelea entre botellas de champán. Ocurrió en el restaurante Buona Notte de Montreal. Novak Djokovic, que se acababa de coronar campeón del torneo canadiense, cenaba con los suyos. Pidió risotto. Un buen filete. Y lo que le trajeron fue una botella de champán. "Se lo manda el caballero", vino a decirle el camarero. Djokovic se giró hacia donde apuntaba la bandeja. Unas mesas más allá estaba Rafael Nadal. El número tres y el dos del mundo, dos hombres peleados por un puesto, cenaban a metros de distancia. La botella firmó la felicitación de Nadal al serbio por su título y el inicio de una complicidad. Las palabras de Djokovic, de estreno ayer en el Masters de Madrid, un aviso para navegantes.

"No quiero presión extra, pero he probado que tengo la suficiente calidad para llegar arriba"

"Sé que hay una pequeña posibilidad de conseguir el número dos antes de finales de año", dijo. "Voy a trabajar duro y lo intentaré aquí, en Madrid, porque ya jugué los cuartos en 2006", continuó; "no quiero presión extra. El Masters de Miami [ganó a Nadal en los cuartos] fue el punto de inflexión. Empecé a creer incluso más en mí mismo. A tener más fe. He tenido un éxito increíble en cualquier superficie en la que haya jugado este año. He sido uno de los jugadores más consistentes. Tengo 20 años y no puedo decir que me vea como número uno la temporada que viene, aunque he probado que tengo la suficiente calidad para llegar arriba, para estar en lo más alto del tenis".

Djokovic demostró el domingo que no le gusta perder el tiempo. Ganó el torneo de Viena. Celebró el título. Corrió al aeropuerto, se subió a un avión y llegó a Madrid. Le esperaba un coche de lujo. Una habitación en el hotel Puerta América. Y la fiesta oficial del torneo, en la azotea del edificio. Djokovic vive a ritmo de rock. Siempre acelerando. Ayer por la tarde llegó al Madrid Arena, le señaló a todo el mundo su sudadera del Madrid -"si me ven los del Atlético, me matan"-, y reclamó a voz en grito entradas para el fútbol. Era un chico en su salsa. Puro buen humor. Un tenista aferrado a su definición: Djokovic is no djoke [Djokovic no es una broma], que dicen los aficionados anglosajones.

La batalla por el número dos le habría cambiado el humor a cualquier otro. Se disputa a cara de perro por todo el mundo. Y está siendo extenuante. Nadal ha jugado 73 partidos este año. Djokovic, 79. Federer, que debuta hoy ante Roby Ginepri, sólo 60.

"Visto cómo está jugando Djokovic", le dijeron al número uno, "¿cree que Nadal debe preocuparse más por mantener el número dos que por arrebatarle a usted el puesto?". "Sí", dijo el suizo, que enseguida se lanzó a apagar el fuego; "pero tampoco ninguno de ellos piensa tanto en el número tres o el dos. Lo que ellos quieren es el número uno. Es lo que de verdad les importa. A Rafa no le importaría perder el número dos si eso luego le lleva a ser el número uno". "Va a ser interesante ver qué pasa en Madrid. Después de que Rafa y yo hayamos estado en lo más alto durante tanto tiempo, el tenis vive un gran momento: hay un montón de personalidades entre las que elegir", añadió.

La de Nadal vivió ayer un ataque en toda regla. El mallorquín, tenista serio, tenista duro, se entrenó como si fuera Jesulín de Ubrique. Ha nacido la Vamos Brigade. Son quinceañeras que le piden a gritos pelotas, toallas e hijos. Niñas que cuelgan banderas de España mientras ven sus entrenamientos y le proclaman amor eterno entre chillidos. Fue que Nadal les regalara una pelota y que 400 personas se pusieran a gritar. La histeria fue generalizada. Con una excepción: a Nadal no le alteró más allá de alguna sonrisa. Siguió trabajando. Concentrado. Preocupado por encontrar el ritmo. La confianza. Y las armas con las que enfrentarse al chipriota Marcos Baghdatis, probablemente mañana.

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