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Los corredores hablan de plante

Aún no han llegado las figuras a Stuttgart, excepto las que hoy disputen la contrarreloj del Mundial -el suizo Cancellara y el alemán Grabsch, favoritos, y el cántabro Iván Gutiérrez a ver qué pasa-, pero tampoco se les adivinan muchas ganas de establecerse en la ciudad de los suevos y el Mercedes. Y no sólo porque haga frío o porque la belleza urbana sea inexistente, sino, sobre todo, por el ambiente deletéreo que se respira en la sede del Mundial, donde, pese a lo que opinen las viñas de Riesling que la rodean, el aire es irrespirable.

Si la decisión del TAS sobre Valverde puede haber hecho imponerse al derecho a la presunción de inocencia sobre la ley de la sospecha, en Stuttgart aún domina el ambiente de caza de brujas. "¿Qué están haciendo a los dioses de nuestro deporte?", se pregunta, consternado, José Miguel Echávarri, el director de Valverde, que no ha hecho el viaje.

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Se refiere al veto impuesto por el comité local de organización a la presencia del gran Eddy Merckx; del mito local Rudi Altig, campeón del mundo en el año 1966, y de Gianni Bugno, el italiano que ganó el anterior Mundial disputado en Stuttgart, en 1991, tres figuras de la historia del ciclismo a las que se achaca que su historial de dopaje no sea inmaculado.

"Idiotas hay en todas partes, y por lo visto también en Alemania", dijo el belga, triple campeón del mundo, que se encuentra de vacaciones en Egipto. "De todas formas, no pensaba ir", añadió.

Los esfuerzos del comité local -que se encuentra presionado por la amenaza del Gobierno federal alemán de no financiar el Mundial si se dan problemas de dopaje-, por reescribir una historia del ciclismo absurda pueden acabar también rehaciendo el presente.

La situación de sospecha permanente, en la que también entró ayer el actual maillot arcoiris, el italiano Paolo Bettini -todo el podio de Salzburgo en el año 2006, Bettini, Valverde y Zabel, que confesó haberse dopado en 1996, está en entredicho, pues-, puede haber acabado con la frialdad, el individualismo y el miedo del colectivo ciclista, que poco a poco está asumiendo la necesidad de una demostración de fuerza y dignidad.

Así, en círculos cada vez más amplios, alentados desde la CPA, su sindicato internacional, se habla de la organización de un plante, de unos 10-15 minutos el domingo, para hacer oír su voz.

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