Quijano con Tarzán
Todo el mundo sabe quién es don Quijote aunque pocos hayan leído el libro de Cervantes. Su nombre se ha convertido en calificativo: "ser un quijote" o "hacer el quijote" se dice de aquellas personas dispuestas a meterse en cualquier fregado para defender un ideal de justicia, como le ocurría al personaje cervantino.
Pese a ello, Cervantes nos presenta en Don Quijote a un loco de remate, en parte, a consecuencia de la lectura de los libros de caballerías, cuyos valores caducos trata de imponer. De esa manía caballeresca se burla su creador y con él las gentes de la época, que se rieron de las locuras del caballero andante, puesto que el libro fue considerado una parodia humorística del desatado universo de los libros de caballerías, los best sellers de entonces.
Mejor inventarse a Dulcinea a tener que reconocer, en tiempos sin Viagra, sus mermadas dotes amatorias
Y ¿quién no habría de reírse, incluso hoy, de un viejo en paños menores haciendo cabriolas como penitencia por una dama que ni siquiera existe fuera de su imaginación? ¿Pero podía haber sido de otra manera? ¿Qué dama estaría dispuesta a aceptar como enamorado a tamaño viejo loco? No olvidemos que en el siglo XVII un cincuentón como don Quijote era un vejestorio, de manera que mejor inventarse a Dulcinea, permanecerle fiel, y en consecuencia castísimo, a tener que reconocer, en tiempos sin Viagra, sus mermadas dotes amatorias. La excusa de la fidelidad a Dulcinea le sirve a don Quijote para obviar que ya no está para según qué trotes por mucho que quienes se le insinúen, por equivocación o burla -Maritornes o de Altisidora-, sean consideradas, en su megalomanía caballeresca, bellísimas princesas traspasadas de amor por su persona.
La interpretación romántica del libro cervantino suele obviar que Alonso Quijano es un viejo que ni sabe ni acepta serlo. Engañándose a sí mismo se hace la ilusión que aún le falta por vivir buena parte de lo vivido y da en la locura, insiste Cervantes en ello, de creer que la vida vicaria que los libros proporcionan puede hacerse realidad en su persona.
Al darse a luz a sí mismo como otro, en una partogénesis estupenda que le convierte de hidalgo de aldea en caballero andante, se quita 30 años de encima y por eso considera que la acción y la pasión se adecuan a su nueva personalidad. Se olvida de que la vejez comportaba entonces otros intereses en consonancia con la edad que nada tenían que ver con la actividad caballeresca ni con el deseo sexual. Nada hubiera resultado más ridículo que un Calixto cincuentón y reumático escalando el huerto de Melibea o un Don Juan con achaques prostáticos tratando aún de seducir a las doñas Anas de turno. De los viejos se esperaba el consejo derivado de la experiencia puesto que eran pocos los que superaban las expectativas de vida cifradas, por entonces, en 30 años. Quizá por eso don Quijote cuando se comporta de manera cuerda, eso es cuando olvida su obsesión por la caballería andante, es una persona razonable y ecuánime. Sin embargo, más que el hidalgo sensato nos atrae el caballero loco, quizá porque es un perdedor nato que nos subyuga por su empecinamiento en imposibles quimeras.
Pocos personajes literarios han tenido la suerte de poder abandonar las páginas de los libros para convertirse en iconos. Borges advirtió que aún si no quedara en el mundo un solo ejemplar del Quijote, caballero y escudero continuarían su camino acompañados por Sherlock Holmes, por Chaplin, por Mickey Mouse, por Tarzán. Los protagonistas del Quijote, que ya en 1605 se independizaron para aparecer en mascaradas y procesiones de lugares tan alejados entre sí como Heidelberg y Lima, forman parte de una iconografía mítica, junto con otros más recientes, procedentes de la cultura de masas. Ni su antigüedad, cuentan cuatro siglos, ni su procedencia literaria, hoy prima la audiovisual, han mermado su reconocimiento.
Aunque ver a don Quijote codearse con el ratón Mickey Mouse o compartir selva con Tarzán de los monos pueda resultar para algunos abracadabrante, me parece que no habría de molestar a Cervantes. Al contrario, le ofrecería la prueba de que su hijo también fuera del libro se había convertido en inmortal.
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