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EL VIAJERO ERRANTE
Columna
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Desembarco en Catoira

¡Vikingos!

-¡Uj, uj, uj!

En el palo mayor de la nave Úrsula, el jefe Moncho se dirige a las hordas.

-¡Guerreros, escuchad! Sólo dos órdenes: primera, nadie desembarcará antes que Ambrosio, y segunda, y más importante: pillad todo lo que podáis.

-¡Uj, uj, uj, uj!

Una tercera ley no escrita es que el último en desembarcar es el Faldri, que duerme todo lo largo y ancho que es en la proa del barco, así ha sido siempre y así seguirá.

La flota vikinga avanza lentamente hacia las torres de Catoira, defensa contra sarracenos y, en este momento, vikingos que quieren conquistar Santiago. Los gallegos, a miles, se arremolinan ante las torres y ante los puentes, ignorantes de lo que se les avecina.

Mande su sugerencia al blog de nuestro viajero: http://blogs.elpais.com/el_viajero_errante/ en ELPAIS.com

El río Ulla había amanecido entre una densa niebla, lo que favorecía la incursión vikinga, un drakkar con una veintena de guerreros y el gran Úrsula, con casi un centenar. Detrás, como gran novedad, otro drakkar traído desde Noruega por fornidas mujeres, las únicas que reman. Dicen que vienen en son de paz.

Las naves vikingas esperan a la marea baja para atacar. La soldadesca se impacienta, unos duermen y otros intentan ligar con la socorrista de la Zodiac. La bodega del Úrsula va cargada de vino y los guerreros tienen borda libre. Alguno intenta practicar las órdenes de su general.

-A meter mano, al cura, le suelta la vikinga al vikingo.

El vino empieza a hacer estragos en el ejército invasor, pero las torres ya están a la vista. La excitación del inminente ataque a punto está de provocar un motín.

Vinho, vinho, vinho!

El General Miguel, el del casco con cabeza de zorro, ataja la insurrección.

-Ni más vino ni más cigarrillos ni nada. Apagadlos. Botellas, vasos de plásticos y cualquier otro desperdicio, a la bodega.

La tripulación se coloca sus cascos y blande espadas, hachas y mazos. Los cámaras apuntan, los gacetilleros recogen los últimos testimonios. Tonono explica la historia de la auténtica batalla de Catoira.

"¿No tenemos nada mejor?", grita un vikingo en sus cabales. "Pero si Tonono no acabó la EGB".

La marea dificulta la aproximación del Úrsula. Habrá bajas antes de pisar la playa, pero confían en Odín, y allá van, jóvenes guerreros, viejos barrigones, mozas muy perjudicadas, mozalbetes con espadas de madera; saltan todos detrás de Ambrosio, como les han ordenado. Algunos se hunden en el fango, pero reflotan. La población contempla cómo los vikingos se reúnen a pie de playa y no oponen resistencia. Huelen fatal. El ejército invasor va en busca de barriles de vino, que escancian a chorro sobre los cascos o sobre las bocas, luego destrozan el poblado improvisado y se comen todo lo que encuentran, mejillones sobre todo. Saciados y satisfechos, van en busca de mujeres, principalmente las suyas. El Faldri, misión cumplida, se lleva a hombros a una vecina. La población autóctona se congracia con los invasores, se fotografía con ellos cuando no se ponen en medio para que les rieguen. En las explanadas de la ribera, las noruegas de la asociación Embla no pierden el tiempo. Serán pacifistas, pero también negociantas. Quince euros por un delantal normando. Las bandas de gaiteros recorren la romería vikinga, genial invento de un grupo de intelectuales del pueblo en un día de parranda, hace ya 47 años. Hoy es una de las tres fiestas internacionales con que cuenta Galicia. Gracias a la anual invasión vikinga, una vez al año el pueblecito de Catoira está en el mapa.

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