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Cambio de rumbo

El Festival de Salzburgo, una explosión de óperas, obras teatrales, conciertos y propuestas musicales de todo tipo, convoca en la ciudad natal de Mozart a visitantes de todo el planeta dispuestos a vivir esos momentos de excepcionalidad que no se encuentran en otros lugares y cuya contemplación justifica los trabajos y fatigas de todo un año. Salzburgo cambia en esta edición de dirección artística, después de la era Ruzicka (2002-2006), que finalizó con la representación el verano pasado de todas las óperas de Mozart, y de la década Mortier (1992-2001), una etapa de luces y sombras, controvertida y genial, que ahora se recuerda con añoranza en los sectores incluso más hostiles en su día.

Jürgen Flimm, el nuevo responsable artístico, es director de escena y persona de probadas habilidades en las relaciones públicas. Cuentan las malas lenguas que hace cinco años brindó con champán desde Zúrich por la caída de Mortier en Salzburgo, y desde entonces está obsesionado en seguir sus pasos. A mediados de octubre finaliza su periodo de tres años como máximo responsable de la

II Trienal del Ruhr,

al frente de la cual sucedió también al actual director de la Ópera Nacional de París.

Flimm aterriza en Salzburgo con ideas nuevas, y eso siempre hay que contemplarlo con benevolencia y simpatía. La plaza es complicada. Habrá que desearle, como a los toreros, "que Dios reparta suerte".

La apertura del festival es triple. El primer espectáculo, hoy, es una obra de teatro, Una fiesta para Boris, de Thomas Bernhard, escrita para Salzburgo y no representada hasta ahora allí. Un gesto valiente, comenzar reivindicando la transgresión. Después viene el concierto oficial de inauguración con la Filarmónica de Viena, dirigida por Franz Welser-Möst, y con el pianista Alfred Brendel. Para muchos, la inauguración real del festival es al día siguiente con la primera de las óperas, Armida, de Haydn, en una puesta en escena de Christof Loy, con dirección musical de Ivor Bolton.

Las apuestas fuertes están centradas en dos títulos operísticos que se representan por primera vez en el festival. Para la extraordinaria Eugenio Oneguin, de Chaikovski, a partir del domingo, se cuenta con Daniel Barenboim y la dirección teatral de Andrea Breth, y para Benvenuto Cellini, de Berlioz, desde el 10 de agosto, con Valery Gergiev y el siempre sorprendente Philipp Stölzl.

Plácido Domingo vuelve a Salzburgo con un programa de zarzuela que lleva por título Amor, vida de mi vida, los días 9 y 12 de agosto. A su lado, en escena, el tenor mexicano Rolando Villazón, y en el foso, Jesús López Cobos dirigiendo a la orquesta del Mozarteum.

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