Coney Island contra Disneylandia
La especulación puede acabar con el 'paraíso recreativo de los pobres' neoyorquinos. Una constructora compra allí terrenos para levantar apartamentos y un gran parque de atracciones
Mucho antes de que Hollywood inventara Disneylandia, existía un lugar llamado Coney Island. Cuenta la leyenda que allí, arrullados por las olas del mar que baña Brooklyn, en el sur de Nueva York, entre norias, montañas rusas, freaks y calles con nombres tan azules como Avenida de las Sirenas o Boulevar de Neptuno, Al Capone se ganó el apodo de Scarface, Woody Guthrie y Bob Dylan intercambiaron secretos musicales y Charles Feltman, un emigrante alemán, cocinó el primer hot dog de América. "Si no existiera este lugar, con su playa y sus atracciones, la mayor parte de los neoyorquinos humildes, que son varios millones, no tendrían adónde ir". Son las palabras del capitán Bob, marinero reconvertido en guía extraoficial de este parque de atracciones decadente, donde tiendas, bares y restaurantes a pie de playa han resistido hasta este año el empuje de la modernidad.
Pero es difícil renunciar al progreso cuando empuja a golpe de talonario. Y aunque esta pequeña península, idealizada en las canciones de Lou Reed, inmortalizada en la película The warriors y alabada en los poemas de Ferlinghetti, sea parte de la historia popular de Nueva York, éste podría ser su último verano. "Especulación inmobiliaria. Ocurrió en Times Square, que es hoy una oda al consumismo y a la uniformidad. Y si no lo evitamos, Coney Island acabará igual. Hay una constructora, Thor Equities, que está comprando todos los terrenos, incluido Astroland, el parque de atracciones más grande, que cerrará después del verano. Su proyecto es construir hoteles, apartamentos de lujo y algo tipo Disneyworld. Compran caro y por eso nadie se les resiste", explica Charles Denson, autor de dos libros sobre Coney Island, impulsor del Coney Island History Project y defensor de la memoria de un barrio que desde mediados del siglo XIX, cuando el tranvía lo conectó con el resto de Brooklyn, se convirtió en lo que aún se llama el paraíso recreativo de los pobres.
"Thor Equities quiere que el Ayuntamiento recalifique la zona como residencial. Para eso está subiendo los alquileres y obligando a las familias a renunciar a sus chiringuitos", denuncia Anthony Raimondi. Desde su puesto de venta de puros Gangster Cigars se ve una larga hilera de establecimientos con las persianas bajadas en pleno domingo de julio. "Los arrendatarios no han podido pagar las nuevas rentas. Si esto sigue así, todos tendremos que cerrar. ¿Y adónde irá esta gente? Negros e hispanos, personas con pocos recursos. Aquí aún pueden subirse a la noria por cinco dólares o comerse un perrito caliente por tres. Si hacen hoteles, apartamentos y un parque temático, aquí sólo vendrán turistas blancos", vaticina.
Pero el capitán Bob, menos dramático, asegura que la historia de Coney Island está marcada por los cambios. "En el siglo XIX había un parque de liliputienses. Aquello se quemó. Se construyeron entonces dos parques de atracciones, que también fueron pasto de las llamas. Hubo cabaré, prostitución, mafia... Ahora se habla del fin de Coney Island, pero no acabo de creérmelo. Es incombustible".
Entre el millar de empleados que trabajan en las atracciones, la inquietud es palpable. Aun así, muchos reconocen que una mano de pintura y un poco de modernidad tampoco vendrían mal. En todo caso, ahora sólo les queda luchar por evitar que Coney Island se transforme en otro Disneyworld para ricos, como dice Denson.
Ironía entre sirenas y Neptunos
Sirenas con pelo de erizo y pezones al descubierto, Neptunos de colores insólitos y tridentes improvisados, criaturas del océano envueltas en algas de papel, bandas de música disfrazadas de peces tropicales... Es el carnaval de las sirenas, la Mermaid Parade. Desde hace 25 años, Coney Island recibe la llegada del verano con un desfile de disfraces irreverentes que nada tienen que ver con la formalidad que impera en los que se celebran en la Quinta Avenida de Manhattan a lo largo del año. La Mermaid Parade se creó en 1983 para revivir el Mardi Gras que durante los primeros cincuenta años del siglo XX se celebraba en esta mítica playa. Es un canto a la creatividad y a la imaginación y también a la impostura: para desfilar y aspirar a alguno de los premios es necesario, entre otras cosas, sobornar a los jueces, cuyo nivel etílico al terminar la marcha suele inducirles a meterse en el mar con peluca y traje. La Mermaid Parade también ha sido, tradicionalmente, soporte de comentarios sociales mordaces: este año un grupo se disfrazó de hoteles de lujo para criticar el posible fin de Coney Island, otros señalaron el final de la serie Los Sopranos creando el grupo The Sea (mar) Sopranos y tras la muerte de Joey Ramone desfiló una banda de sirenas melenudas en una furgoneta denominada The Mermones.
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