El fenómeno de La Pulga
La italiana Vanessa Ferrari, de 34 kilos, unió otro oro a su triunfo en el concurso completo
Hace mucho que Italia dejó de ser una potencia gimnástica. Como España, en las últimas décadas ha tenido algún que otro campeón del mundo, algún medallista olímpico, un gran Yuri Chechi, abanderado olímpico en Atenas y hoy comentarista televisivo, y poco más. Hasta que apareció Vanessa Ferrari. Como un torbellino. Arrasó en los Juegos del Mediterráneo de Almería hace dos años; se confirmó en los Mundiales de 2006, donde ganó el concurso completo, algo que no había logrado ninguna gimnasta italiana, y dos bronces por aparatos, y lo ha confirmado este fin de semana en Ámsterdam, donde ha vuelto a ganar el título individual y el oro en suelo, su gran especialidad.
Vani, como la gritan desde la grada sus seguidores, se ha convertido en un verdadero fenómeno en Italia. Los periodistas la adoran por su carácter fuerte, su ambición casi sin fin y, claro, porque gana. Y eso que en Ámsterdam cedió dos de los oros a los que aspiraba -en paralelas y barra- por sus propios fallos. "Vanessa es muy ambiciosa, muy fuerte y tremendamente tenaz", resume Folco Donati, presidente del club Brixia de Brescia, en el norte de Italia, donde se entrena Ferrari, y que es, probablemente, el hombre que más fuerte grita cuando la gimnasta acaba sus ejercicios.
Camino de los 17 años, su cuerpo es el de una niña de 12 (oficialmente, mide 1,43 metros y pesa 34 kilos). La cara es otra cosa. Con la coleta siempre muy alta, las cejas depiladas y una raya de en los ojos, como sacada de una revista de moda de los años 60, vuelven su mirada algo gatuna, un tanto desafiante, y parece mayor.
Hija de italiano y búlgara, que viajan con ella a todas las competiciones, a la niña se le metió entre ceja y ceja hacer gimnasia viendo una competición por la tele. Entones vivía en Soncino, donde no existía ningún gimnasio, así que probó el ballet y el patinaje. Pero Ferrari quería ser gimnasta. Un cambio de residencia de su familia, a un pueblo a 45 minutos en coche de Brescia, facilitó las cosas. Tenía ocho años. Desde entonces ha estado a las órdenes de Enrico Casella, que a su lado parece un oso y que suele emocionarse más que su pupila en cada triunfo.
Vanessa, que sólo ha sufrido en su carrera una lesión grave de muñeca de la que está totalmente recuperada, es además un buen ejemplo de las nuevas normas de la gimnasia, nacidas del escándalo arbitral de los jueces en los Juegos de Atenas. Sus ejercicios tienen más dificultad que los de sus rivales, lo que hace que la gimnasta italiana parta con ventaja. El suelo, a ritmo de ópera italiana, es el elemento en el que más brilla.
Pero su mérito no sólo es mantenerse arriba en un deporte en el que rusas y rumanas escupen nuevos fenómenos en cada campeonato. También es haber puesto en el mapa a la gimnasia femenina de su país. Con Ferrari al frente, las italianas lograron por vez primera el título europeo por equipos el año pasado y una compatriota suya, Carlotta Giovannini, logró ayer el oro en salto. Y todos saben que si la pulga o la caníbal, como la ha apodado la prensa italiana, no se hubiera caído en barra y paralelas, Italia habría hecho pleno en estos Europeos. El desafío es Pekín. La italiana llegará a los Juegos con la edad perfecta para la gimnasia, pero con más presión. Ya no sólo se celebran sus títulos. Ahora se le exigen.
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