El recital de Mendilibar
El Valladolid encadena récords con el técnico vasco en el banquillo
Muy pocos se atrevían a afirmar allá por septiembre que el Valladolid tenía por objetivo el ascenso a la Primera División. Incluso el presidente, Carlos Suárez, contenía la respiración cuando delante de un micrófono insistía en que lo suyo era un proyecto a dos años, que había que tener paciencia. Ese proyecto tenía por piedra angular a un técnico, José Luis Mendilibar, un viejo anhelo del dirigente y cuyo currículo decía que había estado a punto de ascender al Eibar; que había colocado en papeles estelares a dos jovencísimos jugadores, Silva y Llorente; que, después de quedarse a las puertas de ese ascenso histórico, el Athletic le había reclamado y que San Mamés, como a tantos otros, le había devorado en un par de meses.
El líder acumula 24 partidos sin perder y ya tiene un 'colchón' de 20 puntos para ascender
Suárez llevó a Mendilibar a Valladolid y el técnico comenzó a trabajar en un equipo que había de tener todos los rasgos de la Segunda División: duro, correoso, de físico potente y acostumbrado a organizarse para un fin común; un grupo sin estrellas, pero con hambre al que fio su fortuna. Borja fue rescatado del Castilla e Iñaki Bea del Lorca; García Calvo buscó la oportunidad de continuar siendo alguien en el fútbol en el sitio que le dio a conocer y llegó De la Cuesta desde Colombia. Pero la base estaba en casa, en jugadores que habían ido llegando desde el descenso de categoría y a los que nadie había entendido. Llorente había sido la estrella de aquel Eibar, pero desde su llegada al Valladolid no había enganchado una sola racha de goles; Víctor no encontraba su hueco en el equipo; Pedro López, un lateral que apuntó mucho en su debut con el Valencia en la Liga de Campeones, ni siquiera era titular. La lista de decepciones era enorme.
Mendilibar consiguió dotar a los suyos del espíritu de la rotación. Entrara quien entrase, saliera quien saliese, el equipo funcionaba de la misma manera. El primer contratiempo, la lesión de De la Cuesta, se solucionó con la llegada de García Calvo, que enseguida asumió los galones que le correspondían. La aparición de Borja en el centro del campo, con Álvaro Rubio de socio, dio solidez a una línea tradicionalmente raquítica en el Valladolid. Víctor halló su hueco. Aunque el equipo empezó la temporada con muchas dudas, no pierde en la Liga desde el 1 de octubre de 2006, cuando cayó contra el Salamanca en Zorrilla. Han transcurrido 24 jornadas y el margen de puntos para lograr el objetivo antes inalcanzable del ascenso es mayor (20 puntos) que el que cualquier equipo haya tenido en los últimos años.
El Valladolid no ha tenido altibajos. Se ha comportado siempre de forma lineal, con un nivel altísimo. Y, sobre todo, ha aprendido a sufrir en el campo y agarrarse con fuerza a todos los partidos. Un ejemplo de esto fue el segundo tiempo en El Ejido dos meses atrás, el momento en el que el Valladolid creyó en el ascenso definitivamente. Aquella mañana remontó dos goles en sólo 20 minutos con una demostración de juego colectivo. Para colmo de bondades, los fichajes de invierno, algo extraño en este fútbol actual, le han salido bien, sobre todo el de Manchev, que ha regresado a aquella versión que maravilló a todos en las primeras jornadas del Levante de Bernd Schuster.
El resultado de todo ello es que el Valladolid ha roto un récord mítico: el del Espanyol de José Antonio Camacho, que se pasó cuatro meses, 22 partidos, sin perder. En la Segunda División ya no se recuerda el hito de Camacho. Ahora es el récord de Mendilibar.
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