"No me quería retirar"
Nadal, que aseguró tras el partido haber jugado lesionado, cae arrollado por el chileno Fernando González
Un insulto, tan solo cuatro letras, resumió la derrota de Nadal ante el chileno Fernando González. Por una vez, Nadal se desesperó. Meneó la cabeza constantemente, en busca de explicaciones que no llegaban. Y gritó "¡puta!" en dos ocasiones. El taco, por lo excepcional, es significativo: Nadal, que ha construido su carrera sobre su fortaleza mental, no acostumbra a mostrar sus inseguridades. Tampoco a jugar lesionado: un pinchazo en el gluteo y el isquio izquierdos, consecuencia de su partido contra Murray, le dejó, según explicó, sin posibilidades de competir. Nunca estuvo cerca de arañar un set. Sufrió frente al tenis de rompe y rasga que le propuso el chileno. Y acabó despidiéndose en tres sets. No es una estadística cualquiera: desde 2004, cuando el estadounidense Roddick le eliminó del Open de Estados Unidos, el español no se iba de un Grand Slam sin disputar al menos cuatro mangas.
"Creo que es un desgarramiento, aunque puede ser algo más. Me levanté medio cojo"
Es un juego de vasos comunicantes: si uno juega largo, el otro devuelve bolas blandas
"Creo que es un desgarramiento muscular, pero puede que sea algo más. Hoy me levanté medio cojo. Estaba en los cuartos de final de un Grand Slam y yo siempre intento llegar al límite. No me quería retirar", resumió el español tras el partido. "Me cuesta andar. Era una oportunidad, con un rival en semifinales que no se me da mal...es una desilusión", continuó Nadal, al que se le administró Voltaren, un antiinflamatorio. "En el calentamiento no me sentía mal, pero cuando he intentado correr no podía. Antes del partido esperaba ganar. Durante el partido, no. Me duele mucho en mi famoso culo y en el isquio. Necesito hacerme pruebas para ver qué tengo y si llego a la Copa Davis", añadió tras pasar el control antidopaje. "Me costaba correr de lado a lado en los puntos largos, me sentía mal. No quiero desmerecer a González, nunca pongo excusas cuando pierdo, pero en ningún momento ha sido un partido en igualdad".
Nadal fue un tenista desconocido. El partido permite medir la importancia de las piernas en su juego. Al balear le faltó todo lo que le caracteriza. No tuvo intensidad. Nunca corrió. No pudo ni supo restar ante un González excelente, brutal en el saque. El tenis es un juego de vasos comunicantes: cuando un tenista juega largo y profundo, la fuerza de sus golpes obliga al contrario a devolverle pelotas cortas y blandas. Cuando un tenista ataca, el otro pierde la iniciativa. Y cuando se sirve bien, no hay resto que valga. Nadal fue el vaso sin agua. La coartada de la lesión sólo dejó una cosa sin explicar: que acabara intimidado, con la derecha encogida, asustada, al verse incapaz de mantener el ritmo del drive de González. Por algo al chileno le llaman mano de piedra.
Con el partido yéndosele por el desagüe, Nadal intentó las dejadas. Y González llegó a todas. Probó a subir a la red. Y siempre fue superado. Por probar, Nadal probó hasta a llamar al médico, que no consiguió arreglarle la avería del cuerpo ni la del partido: el parón no rompió el ritmo de su rival. "No me podía tocar mucho porque me dolía", explicó luego Nadal. "Cuando me puso las manos le pedí que parara, porque no podía. Sólo me puso crema".
Siendo dos tenistas de corte industrial, a Nadal y a González les separa el gusto. Al español le va una mezcla de juego duro y sutileza, el rock and roll. Al chileno, la dinamita en el drive, lo salvaje. El heavy metal. Bajo la noche de Melbourne, entre el viento y el frío, sólo se escuchó la música de González. A Nadal le afectó la temperatura, jugar una hora más tarde por el retraso del partido anterior, y su lesión. A su rival, nada. Fue un tenista imperturbable, convencido de sus posibilidades y superior. A él, que despreció la lesión de Rafael -"En ningún momento vi que no corriera. Le estaba jugando puntos cortos y los hubiera jugado más largos si hubiera sabido que estaba lesionado", dijo-, le despidió la grada entre aplausos. A Nadal, con ovación y silbidos.
El español volará mañana a España para hacerse un escáner, si no se lo hace antes en Melbourne. Junto a las maletas, se lleva a su juego atrapado en una paradoja: Nadal ha trabajado a destajo durante las vacaciones para mejorar su saque, los golpes ganadores de su drive y su adaptación a la pista rápida. Casi nada ha funcionado en Melbourne, un torneo en el que nunca se sintió a gusto. Marchó a trancas y barrancas, más fiado de su capacidad competitiva que de su momento de juego.
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