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FUERA DE CASA.
Columna
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De zarzuelas y 'performances'

Madrid es una zarzuela. Es muchas veces un argumento tragicómico en el que se canta, se baila, se habla y se chulea. Lo zarzuelero tiene la gracia del pasado; nos vincula al mundo de nuestros padres, de nuestros abuelos, y nos podemos encontrar, como si el tiempo se hubiera detenido, cantando La del Soto del Parral. La banda musical castiza de una ciudad que siempre quiere dejar el casticismo sigue siendo la zarzuela. Ya no la conocen los jóvenes, no está presente en las fiestas, no pertenece a las historias de la ciudad contemporánea, y, sin embargo, ahora que se están celebrando los 150 años del teatro de la Zarzuela, nos encontramos que sigue vigente en los jóvenes cantantes que vienen del mundo de la ópera- Carlos Álvarez a la cabeza o María Antonia Sánchez al cuerpo-, aunque encontrar público joven sea una complicada e incierta aventura. Mis esperanzas estaban más del lado de un candidato a la alcaldía como José Bono -que no es madrileño, como tantos músicos y letristas de la zarzuela-, pero que sí tiene algo de antiguo, presumido, castizo y algo chulapo. Como si de mayor estuviera todavía con la duda de cuál de las dos le gusta más. No hay mucho público joven en la Zarzuela, aunque no me extrañó nada encontrarme a dos jóvenes maduros como son el belcantista Enrique Viana y el editor Enrique Polanco. Los dos tenían excusa: Viana, por razones de interés profesional y de educación sentimental de niño madrileño, de castizos barrios, y Polanco, tan entregado a las causas literarias y culinarias con su pequeña y cuidada editorial El Tercer Nombre, siempre está a punto de cantar una zarzuela, hacer un dúo o sumarse a algún coro familiar, no en vano desciende del compositor Soutullo. Sus amores por la zarzuela tienen raíces en el pasado y aseguran estar más cerca de otro de los espectáculos de la escena madrileña en este principio del otoño. Abrió su Festival de Otoño la performer Laurie Anderson. Una artista que está en las antípodas de la zarzuela. Y ésa era la opción del alcalde Alberto Ruiz- Gallardón. La zarzuela, para los castizos. Para los modernos, el discurso crítico de la guapa izquierda neoyorquina, el nuevo moralismo de la progresía americana, que se encuentra metida en guerras que no le gustan y bajo las amenazas de enemigos que ellos no se buscaron. Me volvió a gustar, a mí y a muchos viejos rockeros que todavía resisten en el teatro Albéniz sin fiarse nada de su incierto futuro, esa mujer delgada, de ojos grandes y pelo de pato mareado, que con su peculiar violín, su voz limpia, unas velas, un vídeo y sus palabras es capaz de hacer pasar una hora llena de inteligencia y belleza desde su discurso minimal, desde su moralismo de señora soltera con perro y desde su humor inteligente de una chica de Manhattan que era amiga de Gordon Matta-Clark o de Philip Glass. Y eso también es Madrid. Un mundo sin zarzuelas. Unas músicas distorsionadas, un clima cool y una suave ironía para jugar con las palabras. Les parecerá un poco raro, quizá no sea así, pero así me parecía. Cuando estuve en la Zarzuela pensaba en el Madrid de Bono. Tranquilos, ya es un pensamiento del pasado.Y cuando acudí a la suave performance de Laurie Anderson me encontré pensando que esa moderna frialdad era la del mundo de Gallardón. Ése era un Madrid menos castizo, pero menos chulesco. No estaría mal. Aunque en mis sueños, en mi imaginación, cuando surge la imagen de Gallardón, lo veo como aquel protagonista de la película surrealista de Buñuel y Dalí, El perro andaluz. El hombre estaba muy limpio, pero le brotaban hormigas del centro de su mano. El hombre quiere moverse ligero, persigue sus deseos, pero tiene que desplazarse arrastrando cargas muy pesadas: tira de una cuerda y arrastra dos calabazas secas, un piano de cola, unos burros podridos encima del piano, dos hermanos maristas, un cañón... En fin, mucha carga que arrastrar como para convencernos de que puede ir moderno y ligero de equipaje a la reconquista de la ciudad que pasa de la zarzuela a Laurie Anderson.Madrid sí ha tenido quien le escriba. Pero yo creo que a esta ciudad zarzuelera y deconstruida no le vendría mal un escritor que sepa entrar en esa alma contradictoria, misteriosa, antigua y moderna como ha sabido entrar en la suya el nuevo premio Nobel, el maduro joven Orhan PamukUn escritor que sepa entrar en los callejones de la realidad y de la historia de una ciudad que no se merece juegos tan zarzueleros ni aburrimientos posmodernos. Un escritor que ponga luz en este enigma de ciudad. No es Madrid tan complicada como Estambul, pero con estas dudas ante su futuro gobierno, la cosa se puede ir complicando. Salvados de Bono, seguimos esperando el nuevo que nos dé el cante.

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