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PERFIL

Las hazañas del señor Hernández Fernández

El entrenador de la selección de baloncesto es un autodidacta con una enorme capacidad para liderar equipos

Luis Gómez

El señor Hernández Fernández, de nombre José Vicente y mejor conocido como Pepu, parece ser un hombre corriente a quien últimamente le suceden hechos extraordinarios. Hernández Fernández -mediana estatura y mediana edad, gesto serio acentuado por una barba que le acompaña casi desde el principio de los tiempos- entró hace unos días en un restaurante acompañado de unos amigos cuando entre los comensales se desató el furor y puestos en pie irrumpieron en una cálida ovación. Su figura despierta admiración en todo el país, y es lógico que así sea: es el técnico que ha dirigido la selección española de baloncesto que acaba de conseguir el título mundial. Pero del reconocimiento a la admiración hay un largo trecho, propiciado, en este caso en particular, porque es un hombre que ha sabido mantener la distancia. ¿Cómo es Pepu, el entrenador capaz de hacer ganar a un equipo y conseguir al mismo tiempo que todos los jugadores se hayan sentido igualmente felices y partícipes del éxito?

"No sólo mira la calidad y el talento. Observa cómo es el jugador socialmente, se comunica con él y sabe sacarle siempre un extra. Valora lo que dice"
"No me gustan los vestuarios sumisos donde el entrenador habla y todos callan. Me gusta la gente que pregunta el porqué de las cosas"

Uno de sus ex jugadores llegó a definirle como un alquimista, un hombre especialmente dotado para moderar egoísmos, aunar voluntades, rebajar tensiones y desatar ambiciones dentro de un grupo humano en la búsqueda de un objetivo común. Pepu es además un director que sabe utilizar el mensaje (no obstante, se matriculó para estudiar periodismo e hizo unas prácticas en la cadena SER), y su biblia particular se resume en una palabra que difunde en numerosas ocasiones: compromiso. Se enfrenta ahora ante un fenómeno nuevo en su carrera: la gestión del éxito. ¿Será capaz de resolverlo con la misma eficacia?

Hace unos días, un periodista chino le solicitó una entrevista para la portada de una revista de gran tirada. En el número anterior, la portada estuvo dedicada a Yao Ming, el gigante chino en la NBA y quizá el deportista más famoso en aquel país. Ahora el turno era para al señor Hernández Fernández. El periodista le comentó que en su país la final del Mundial había sido vista por 150 millones de ciudadanos, pero que, lejos del impacto deportivo, había causado un profundo interés hacia su persona la noticia de que dirigió aquel partido horas después de haber conocido la noticia de la muerte de su padre. "Me explicó que en China las cuestiones relativas a la familia y la sangre tienen un especial interés", explica Pepu, todavía bajo los efectos del Mundial. No se le ha pasado por alto que se han dirigido a él numerosos periódicos y revistas económicas. A todo el mundo le interesa saber cómo se gestiona un grupo humano para que el éxito no tenga exclusiones. Y en el secreto de esa fórmula mágica parece que está Pepu Hernández.

Puede decirse que su carrera profesional, hasta el momento de ser nombrado seleccionador, era difícilmente comparable con la de cualquier otro entrenador en activo. Nadie podía presentar un currículo al mismo tiempo tan dilatado como sucinto: sólo había entrenado a un club, el Estudiantes, que es una rareza deportiva nacida de un colegio madrileño, el Ramiro de Maeztu; un club caracterizado por ser uno de los de más bajo presupuesto de la élite del baloncesto español. Nunca salió de ese misterioso universo. Nunca fue despedido. Las dos únicas interrupciones que ha sufrido su carrera sucedieron a petición propia.

En el Estudiantes fue el entrenador del primer equipo durante 11 temporadas, en ocho de las cuales logró alcanzar las semifinales de la Liga ACB: conquistó una Copa del Rey, disputó una final de la Liga ACB y una final de la Copa Korac. En ese club, Pepu Hernández se hizo entrenador a los 15 años, así que no ha tenido tiempo de ser otra cosa en esta vida. Para quien ha cumplido los 49 años, llevar 34 en el oficio ya es decir bastante. Cuando se le pregunta sobre su currículo, Pepu siempre añadirá una cifra que las estadísticas olvidan: ha sacado a 18 jugadores de cantera en nueve años. Pasaba por ser un entrenador tan respetado como desconocido. Quien más y quien menos le identificaba como un producto local.

De hecho, cuando Ángel Palmi, director deportivo de la Federación de Baloncesto, le propone a su presidente, José Luis Sáez, el nombre de Pepu Hernández como seleccionador, aquél reconoce que se trata del técnico con el que menos trato personal había tenido. "Por un lado pensé que era una ventaja porque venía de una situación muy complicada con el anterior seleccionador, Mario Pesquera, a quien acababa de destituir y de quien me consideraba un amigo personal", recuerda Sáez.

Por aquel entonces, mes de diciembre de 2005, Pepu Hernández se encontraba disfrutando de un año sabático. Era la segunda interrupción voluntaria que hacía en su carrera. Curiosa esa parte de su trayectoria: Pepu Hernández siempre comienza sus peripecias en diciembre. Así sucedió cuando se estrenó como técnico del primer equipo (1994), cuando regresa tras su primer parón (2001) y cuando le llaman para la selección (diciembre 2005). Estas casualidades tienen algo que ver con cierta leyenda urbana que circula acerca de su relación con la fortuna. A Pepu se le considera un hombre con baraka, y hace años corrió por el Estudiantes el rumor de que le había tocado un buen pellizco de millones en la lotería, rumor coincidente en el tiempo con su primera decisión de tomarse un año sabático. Él siempre lo negó y lo ha seguido negando. Uno de sus íntimos amigos, Curro Blanco, reconoce que a resultas de esa leyenda ha tenido que aguantar muchos comentarios. "Una vez, entre bromas, le echamos en cara que lo negara. Estábamos en un bar. Pues bien, mientras lo negaba una y otra vez, se le ocurrió echar una moneda en una máquina tragaperras. ¡Y reventó la máquina!".

Eficacia y juego a bajo precio

En el haber de Pepu no estaba tanto una cosecha de títulos como la curiosa mezcla de eficacia y buen juego a bajo precio del Estudiantes. El Estudiantes jugaba con un extranjero menos que los demás por propia decisión de Pepu. La extraña mezcla de chicos jóvenes y americanos baratos, algunos de ellos literalmente cojos, daba como resultado un juego desenfadado no exento de buenos resultados. Eran equipos rápidos y agresivos en la cancha. Y los americanos estaban tan comprometidos que parecían capaces de irse a tomar unas cañas con los demás después de un partido. El riesgo era suponer si esas características eran exportables a otro club.

"Pepu gestiona bien las personalidades dentro de un vestuario", explica Nacho Azofra, uno de los jugadores que han estado más tiempo a su mando. "Siempre mantiene un tira y afloja con el jugador. Sabe apretar y abrir la mano, y con cada uno aplica una fórmula distinta. Te sientes cómodo, pero sin dejar de notar la responsabilidad". "No sólo mira la calidad y el talento", añade Rafa Vecina, ex jugador y ayudante suyo en la selección. "Observa cómo es el jugador socialmente, se comunica con él y sabe sacarle un extra. Escucha al jugador y valora lo que dice".

El caso de Rafa Vecina es peculiar. Procedente del Joventut, Vecina fue a parar al Estudiantes. Era un jugador veterano y con personalidad, el típico hombre que no se calla las cosas, un perfil que no se ajusta demasiado a los gustos de muchos entrenadores. No es el caso de Pepu Hernández, una de cuyas máximas se resume en una de sus célebres sentencias: "En un equipo siempre debe haber un cabroncete". Rafa Vecina era uno de esos cabroncetes. Un provocador. "A mí no me gusta un equipo de gente sumisa", explica Pepu. "No me gustan los vestuarios donde habla uno y todos callan. Me gusta la gente que pregunta el porqué de las cosas". Vecina terminó siendo amigo íntimo. Tanto es así que, cuando dejó el baloncesto, Pepu le animó a ser entrenador. "No paró hasta que saqué el título", añade. Sin experiencia, recibió la propuesta de ser ayudante en la selección.

Vecina le sería útil para trabajar la armonía del vestuario. Con Pepu, la disciplina no es severa, pero tampoco relajada. "Acepta la negociación, pero tiene sus normas: quiere que el jugador acuda a la comida del equipo adecuadamente vestido y no abandone la mesa hasta que no lo hagan todos", apunta Azofra. Le gusta la puntualidad. "Con las multas de la temporada, Pepu organizaba una cena a la que se invitaba a todos los empleados del club con la única excepción de los directivos", explica con sorna Alejandro González Varona, ex presidente del Estudiantes.

No es maniático, salvo para una cosa: la lectura de EL PAÍS, periódico que lee ceremoniosamente cada día, de atrás hacia adelante, sin perderse el crucigrama y su "imprescindible" Forges. "Lo curioso", apunta Ángel Goñi, su segundo en el Estudiantes, "es cómo lo lee, siempre bien dobladito. No se lo des mal doblado o arrugado porque te pone a parir".

Su formación es autodidacta. A pesar de ser un hombre que ha vivido exclusivamente dentro del baloncesto y que no ha tenido ninguna otra actividad laboral, Pepu es reconocido como una persona culta y poco obsesiva de su deporte. Esa cultura le viene de una afición impenitente por la lectura, sobre todo de libros de historia. "Pepu es además un gran conversador", añade González Varona. El inglés es otra característica peculiar, un idioma que domina en su jerga americana; dominio labrado en sus años jóvenes, cuando entrenaba en el colegio americano, durante sus idas y venidas por la base de Torrejón de Ardoz. Pepu es un gran conocedor de la vida americana, de su geografía, de su historia, a pesar de no haber vivido en aquel país. "En el caso de los americanos, te dabas cuenta de que no fichaba jugadores, sino personalidades", explica Azofra. "Hablaba mucho con ellos y los integraba en el equipo, todo eso facilitado por su dominio del inglés".

El resultado final es el de un hombre con un discurso y capacidad para transmitirlo. Es uno de sus secretos: saber enviar el mensaje adecuado en el momento justo. Generalmente, frases cortas y sintéticas, mensajes precisos.

"La Liga se te hace larga, y muchos equipos tienden a llegar a la fase final muy gastados mentalmente. A nosotros nos pasaba todo lo contrario", cuenta Ángel Goñi, su segundo en el Estudiantes. Pepu sabía cambiar la dinámica del equipo con sus mensajes. Podía decirle al vestuario: "Hagamos tabla rasa, eliminemos los prejuicios. Nos limpiamos la cabeza todos, empezando por mí".

En esa fase final, Pepu cambiaba las cosas justas para que el equipo apareciera fresco en la cancha. "Por eso en los play offs éramos siempre un equipo peligroso", dice Goñi, "porque nos consideraban acabados y se equivocaban". A veces comenzaban una eliminatoria en condiciones desiguales, al grito de "¡Vamos a vacilarles un rato!". O empezaban una fase final con el siguiente mensaje: "Señores, ahora toca divertirnos".

Puesta en escena

Pepu Hernández domina la puesta en escena. Viene ello de su admiración por los grandes equipos de las universidades americanas. Le gusta el perfil del técnico que se dirige ceremoniosamente a sus muchachos y los envía a la batalla. La diferencia estriba en que él siempre elige, puertas afuera, quedarse en un segundo plano. "Sí, tengo que reconocer que Pepu es un poco predicador", apunta Azofra. En ese punto, busca el mensaje adecuado según las condiciones de cada partido. "El año en el que casi ganamos la Liga", explica Goñi, "nos tocó el Real Madrid en cuartos de final. Perdimos el primer partido en casa, así que la gente nos daba por sentenciados. Los jugadores llegaron excitados y cabreados al vestuario. Pepu observó su mirada y se dirigió a ellos: 'Esto lo ganamos, lo ganamos seguro, está hecho'. Transmitió tal convencimiento, se le vio tan seguro, que le derrotamos al Madrid los siguientes partidos y le eliminamos de un plumazo".

Esa puesta en escena se reprodujo en la charla previa al comienzo de la final del Mundial de baloncesto. "No había que motivar a los jugadores porque bastaba verles la cara. La mirada de todos era excelente", explica Vecina. "En el vestuario reprodujimos la rutina de todos los partidos. Todos nos colocamos en el mismo sitio, unos de pie, otros sentados, tal y como lo habíamos hecho a lo largo de todo el campeonato". Pepu había dado las últimas indicaciones técnicas, hasta que llegó la hora de su mensaje: "Hoy es el último día. Hemos llegado aquí para jugar este partido. Vamos a disfrutarlo. Vamos a ganar. Pasároslo bien y volvamos a casa a celebrarlo".

Habían pasado 56 días juntos para disputar el Mundial. Y desde el primer momento, Pepu Hernández difundió que el objetivo era el oro. No buscó excusas ni recurrió al exceso de prudencia. "Deseaban el oro, era el sentir general. ¿Por qué íbamos a decir otra cosa?", dice Pepu. Así, 56 días después y tras 18 victorias consecutivas, el objetivo se hizo realidad.

Pasadas unas semanas, un jugador llamó a sus compañeros en la selección para felicitarles. Entre los muchos comentarios que se cruzaron hubo uno unánime: "Oye, tio, ¡qué bien ha estado Pepu!".

Pepu Hernández, apoyado en una de las vitrinas del Foro Ferrándiz.
Pepu Hernández, apoyado en una de las vitrinas del Foro Ferrándiz.PEPE ANDRÉS (DIARIO AS)
El equipo español en pleno celebra la victoria en el Mundial de baloncesto celebrado en Japón.
El equipo español en pleno celebra la victoria en el Mundial de baloncesto celebrado en Japón.CRISTÓBAL MANUEL

"Ayudadme por si no estoy como tengo que estar"

LA FINAL DEL MUNDIAL se disputó en unas circunstancias difíciles para Pepu Hernández. Aquella mañana en Japón, casi de madrugada en España, Rafa Vecina, uno de sus ayudantes, además de amigo

personal, recibió varias llamadas.

Su mujer le comunicaba que Belén, la esposa de Pepu, no sabía cómo comunicarle a su marido que su

padre acababa de fallecer. Vecina habló con Belén y tomaron ambos la decisión de que sería él quien

se lo comunicaría en persona.

Salió al pasillo y esperó a estar seguro de que Pepu se había levantado. Ambos habían llegado a Japón preocupados por la salud de sus

respectivos padres, motivo por el que sus esposas se habían quedado en España. Tras el impacto, Pepu decidió que la noticia no saliera

del conocimiento de sus ayudantes y del presidente de la federación. "Estábamos de acuerdo en que los jugadores no debían saber nada".

Pepu les hizo una petición especial a sus ayudantes: que estuvieran atentos a él. "Por si no estoy como tengo que estar", les dijo.

"La verdad es que durante la

final no tuve problemas. Me sentí siempre metido en el partido",

recuerda Pepu. "Las emociones llegaron después, cuando acabó el partido, hasta el punto de que ahora mismo no me acuerdo muy bien

de todo lo que pasó después. Sólo logro recordar que me enganché

a Carlos Jiménez y que me vi de pronto en un podio con una copa entre los brazos".

Pepu no recuerda si los jugadores lo supieron tras acabar el partido después o mucho después. En realidad, le quedan pocos detalles de aquellos primeros minutos de

euforia. Recibió en ese momento algunas llamadas teléfónicas de amigos y colaboradores. Una de las personas que lograron hablar con él en esos momentos tuvo esa rara sensación de no saber cómo dar el pésame y la enhorabuena al mismo tiempo. Se inclinó por felicitarle emocionado por lo que consideraba un gran trabajo personal. Y entonces, Pepu, atento siempre a socializar cualquier éxito, le dijo: "He hecho lo que me habéis enseñado vosotros".

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