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Crítica:XIV BIENAL DE FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Entre luces y sombras

Con Mercedes Ruiz, frente a otras propuestas más mediatizadas, llegó a la Bienal el baile encastado y de fuerza que la jerezana tiene por bandera. Es el baile de su tierra que ella, aunque joven, lleva vivido desde muy pequeña. Empieza a aflorar ya la madurez, pero todavía habrá que esperar para verla en mejores condiciones, porque su arte por sí solo se muestra insuficiente para llenar todas las expectativas que se pueden tener de un espectáculo. En la conjunción de esos valores suyos con los otros elementos que lo acompañan debe residir el que se logre o no el objetivo propuesto, porque su baile está sobrado de buenas hechuras.

Mercedes tiene unos pies prodigiosos de los que hace un uso al límite, y que son un elemento fundamental a la hora de transmitir el baile que ella representa. Además, no se queda sólo en eso, pues también sabe conjugar la cintura y elevar los brazos logrando, en conjunto, contagiarnos de una fuerza y una tensión, una intensidad y una convicción que no abandona en ningún momento.

Juncá

Baile: Mercedes Ruiz, Antonio Molina El Choro, El Nano. Cante: David Palomar, Jesús Méndez, El Londro. Guitarras: Santiago Lara, Javier Ibáñez. Piano: Jesús Lavilla. Percusión: Perico Navarro. Sevilla. Teatro Alameda, 24 de septiembre de 2006.

A su arte sólo le falta el engarce en un conjunto que no la deje tan en soledad

En este espectáculo principió su actuación con unas bulerías que fueron toda una tarjeta de visita, pues cuando regresó con los martinetes se mantuvo en la misma línea de expresión con los pies -escobilla, zapateado, corrido...- a la que añadió hermosas poses de figura estática. En cambio, con la zambra se ajustó al perfil pausado que el estilo requiere usando brazos y cintura para, con bata de cola, configurar imágenes flamencas de cuerpo entero. La soleá bien pudo ser una síntesis de todo su baile con una llamada a la templanza, el regreso posterior al brío y el juego gestual que también forma parte del baile. La convicción en forma de sonrisa y complicidad con un público al que quiere transmitir su bienestar.

Pero la descripción de estos valores suyos dentro del espectáculo poco añaden a su reconocida solvencia técnica y a su valía de bailaora solista. A su arte sólo le falta el engarce en un conjunto -llámese dirección escénica o coreográfica- que lo resalte y no la deje tan en soledad. Porque las aportaciones de sus compañeros de baile no estuvieron para nada a su altura. En la coreografía inicial en triángulo, por ejemplo, hay poco que destacar. Y en el baile en solitario que ofrecieron en la soleá por bulerías, primó la fuerza por encima del orden.

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Juncá se plantea como un homenaje y una vuelta a los orígenes, los del barrio de San Miguel del que la bailaora procede y de cuyos artistas tanto ha aprendido. La conocida entrá por bulerías de La Paquera -reproducida en off- abre y cierra una función en la que los cantaores también recuerdan a Manuel Torre y a Chacón, como ocurriera en la tanda de malagueñas. La evocación a Lola Flores, vecina del mismo barrio, se hizo presente con la interpretación de una zambra -Soleá, mi soleá- en la que Palomar deja aflorar su gusto por Caracol y el pianista Lavilla, lejos de ceñirse al patrón tradicional, deja esencias jazzeras en la introducción. Poderío de nuestros jóvenes músicos.

Esas buenas intenciones chocan con una precariedad escénica que desluce el resultado final. Entre esos deméritos ocupan un primer lugar las transiciones que, en los tiempos que corren, no resultan admisibles de la forma que se presentaron. Va después la luz, que no defendió a la artista en ningún momento y en los más le restó protagonismo. Demasiadas sombras para un Jerez que se pretende luminoso. El cante, aunque puro Jerez por momentos, no terminó de escucharse todo lo bien que debiera, aunque a veces fuera por razones técnicas. Aún así, se agradecen los ecos de la plazuela de Méndez, a pesar de que esta vez sonasen algo apagados. En este conjunto sí resalta el trabajo musical de Santiago Lara, atento a todas las cuestiones rítmicas -lo que no es poco en este caso-, dejando retazos compositivos de excelente factura. Habrá que quedarse, pues, con el baile de Mercedes, que se paladea en los momentos de quietud y transmiten toda su fuerza cuando entra en esos trances que se llenan de flamencura.

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