Todos quieren ser 'canarinhos'
Aficionados de varios países apoyan al equipo brasileño desde la grada
Las tres líneas de metro por las que se llega al Estadio Olímpico de Berlín iban tan cargaditas que a Irina Swizaer se le despanzurró el pastel de zanahoria con el que viajaba en la línea U2 a la fiesta de cumpleaños de su amiga Katia, rusa como ella. Los brasileños que abarrotaban el vagón cantaron y bailaron con Irina hasta que, encerrados cual sardina en lata, ya no había quién se moviera. Entonces, aparecieron los croatas y se chafó el pastel: no eran más de cinco, pero la caja de cervezas abultaba lo suyo y por su comportamiento, pronto fueron como setecientos ingleses. A la cuarta parada, entendieron que tenían las de perder, por altos, fuertes y borrachos que fueran, y escamparon rumbo al andén, como buscando un vagón con más amigos, aire que respirar o algo con qué abrir más cervezas.
"La diferencia respecto a los croatas es que los brasileños, de perder, hubieran llorado"
Un mexicano dio en la clave: "La diferencia entre los croatas y los brasileños es que si pierden el partido, seguirán bebiendo tan tranquilos. En cambio, los brasileños llorarán durante años una humillación enorme". A unos les gusta el fútbol y a otros, la cerveza y la pelea como a nadie. La mayoría de los aficionados que lucían camisetas con apellidos acabados en c, casi todas de cuadraditos rojos y blancos, engullían una cerveza tras otra. Puestos a jugar un Mundial paralelo, serían tan favoritos como lo era Brasil cuando salió del Hotel Kampinski rumbo al campo. Allí, en la puerta, como un aficionado más, Roman Abramovich asistió a la puesta en marcha del campeón del mundo. Mientras se sonaba la nariz con una servilleta de papel dijo que no, que Ronaldo no le había parecido gordo y que no sabía si Roberto Carlos jugaría el año que viene en el equipo que preside. Antes de despreciar al periodista con la mirada, tuvo tiempo para reconocer que un Campeonato del Mundo le parece algo fantástico y recordar que hace cuatro años estuvo en Corea. De finalizar la charla se encargó la mirada de un "asistente".
Está por saber quién quería Abramovich que ganara el partido pero no sería raro que apoyara a Brasil. Cuando juega el pentacampeón, todos quieren ser Brasil. Ayer, por los caminos que atraviesan los bosques que pueblan los alrededores del estadio de Berlín, además de los ya tradicionales japoneses con el cartelito de I need a ticket colgado del cuello -hasta 600 euros se pagaban por una entrada- eran muchísimas las camisetas cuadriculadas que representan a la afición croata. Y por cada blanca y roja -eran poquísimas las mujeres- al menos una cerveza en cada mano. "Les gusta más beber que el fútbol, ¿no los ves?", consideraba una bella brasileña, de las muchas que acompañan a la canarinha. Por eso sí, si se habla de Brasil se habla de una afición mixta como pocas. Puede que en las gradas del Olímpico alemán diera la sensación de que los croatas eran mayoría. Puede. Puede, incluso, que gritarán más, que animaran más a su equipo, porque a decir verdad, en el tren, por los bosques y de pie en la tribuna, a veces parecía que rugían. Por ejemplo, cuando en el minuto 19 Kranjcar sacó un corner. Pero sin duda, si juega Brasil, en la grada los brasileños siempre son más.
Por ejemplo, en Berlín, había alemanes con la bandera del globo sobre fondo verde pintada en la cara, mexicanos con la misma bandera, pero colgada del cuello a modo de capa; españoles, con la camiseta amarilla puesta, japoneses con caretas que imitaban el careto de Ronaldo y otros con dientes parecidos a los de Ronaldinho. Era, pequeñito, con gafas y los rasgos de su cara eran los propios de quien nació en Osaka hace 22 años, pero con esos dientes y una camiseta amarilla con el diez, en Berlín, bailó samba y animó a la canarinha, así que durante hora y media, creyó haber nacido en Barra de Tijuca. Cosas del fútbol, cosas de la canarinha en un Mundial.
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