No es lo mismo jugar que dar bolas
Olazábal, desafortunado con los hierros, comienza con cuatro golpes sobre par
"Una cosa es dar buenos golpes y otra jugar bien al golf". Sí, y una cosa es nutrirse y otra comer, dice Miguel Ángel Jiménez. "Jugar al golf es una cuestión de tiento, de estrategia, de buscar situaciones cómodas", explica el malagueño, contento consigo mismo; "de saber dónde estás, lo que eres, lo que puedes hacer, lo que he hecho hoy, vamos".
Toda una declaración de principios a contracorriente para estos tiempos que vienen. Una toma de partido reforzada para el jugador español de la rizada melena pelirroja por una tarjeta de 72 golpes, al par del campo, en la primera jornada del Masters de Augusta: "Y eso que se me han ido un par de oportunidades de birdie para haber podido al campo. Estamos ahí. No estoy tan fino como me gustaría estar, pero he jugado bastante bien al golf".
Buen inicio de Miguel Ángel Jiménez mientras Vijay Singh perfila sus posibilidades
Al cierre de esta edición, el líder era uno de los grandes favoritos para la victoria final, el fiyiano Vijay Singh, el hombre del cerebro, la sensibilidad y las manos, con 67 golpes (-5). José María Olazábal marchaba el sexagésimo entre 90 participantes, con 76 (+4: no terminaba un primer día en Augusta con tantos desde 1992). A su vez, el estadounidense Tiger Woods, el golfista de 30 años que busca su quinta chaqueta verde, iba el 26º, con +1. Sergio García, el tercer español en el torneo, aún no había terminado su primera andadura.
Ligera brisa en Augusta, temperatura primaveral, espléndida, greenes duros y un campo que traicionó a los visionarios que prometían hambre y calamidades, el desastre: nada menos que 25 jugadores, casi un tercio de los participantes, terminó al par o por debajo.
Cuando otros van, Olazábal, un adelantado a su época, vuelve. Cuando medio mundo del golf se lanza, fascinado por lo que se avecina, a una égloga al músculo, a la tecnología, a la modernidad plana, Olazábal, que tiene 40 años y está como nunca, ya lleva dos sabiendo lo que va a pasar, preparándose para ello. Anticipándose, lo que en un campo tan complejo como el Augusta Nacional Golf Club acaba generando contradicciones dialécticas.
"En el golf moderno, en Augusta, ya no hay que pensar", advertía el jugador de Hondarribia, reputado y admirado por su juego corto, por la sutileza de sus hierros, por el temple de sus brazos; "se trata de darle lo más fuerte posible a la bola, fuerte y recto, desde el tee y de dejarla en el green con el segundo golpe".
Una declaración que contradecía precisamente todo lo que los libros de la sabiduría del golf glosaban de Augusta, el campo que Jack Nicklaus y compañía jugaban de atrás adelante, como los toreros buenos: primero se pensaba dónde se quería tener la bola en el green, y desde allí hacia atrás se decidía desde qué parte de la calle sería más fácil llegar a ese punto, y más atrás, se decidía en el tee cómo dale con el driver.
Al revés jugó efectivamente Olazábal, quien asumió la jornada como una agonía, un día de lucha: largos drives, perfectos, al centro de las calles, pétreos hierros, casi infames, como un jugador más del circuito americano, ahormado por el golf del pim, pam, pum. "Los hierros han sido un poema", dijo Olazábal, quien tampoco anduvo muy acertado con el putter. Se descartó prácticamente para la victoria y anotó en la tarjeta un eagle, un birdie, nueves pares y siete bogeys. "En un campo tan exigente como éste hay que jugar de otra manera", reconoció el ganador de 1994 y 1999, quien quizás debiera cenar con Jiménez, quien le recordará la diferencia entre pegarle a la bola y jugar al golf, entre nutrirse y comer.
Quizás también debería Olazábal analizar la ronda de Ben Crenshaw, un doble ganador de Augusta que ya ha cumplido 54 años y que se sintió rejuvenecer curiosamente cuando Byron Nelson, de 94, el abuelo del Masters, le llamó hace unas semanas para decirle que, como él estaba muy viejo para ser anfitrión de la cena de los campeones, debía ser él quien se ocupara de los discursos. Se emocionó el muy emotivo Crenshaw y se creció, se sintió legitimado para representar en el Masters el juego a la antigua manera, el juego de drivers cortos y hierros astutos, el juego de estudio y estrategia. Terminó bajo el par Crenshaw, un milagro según aquéllos para quienes el alargamiento del campo acababa con la sensibilidad y forzó a Jiménez a afirmar: "Es que Ben es perro viejo. Sabe de esto. Dónde dejar la bola, buscar las zonas bajas de los greenes".
-¿Y no se le ha hecho pesado un partido que ha durado casi cinco horas y media? ¿No se ha aburrido, Miguel Ángel?
-No, no me ha dado tiempo. Vas jugando y vas nutriéndote todo el tiempo, cuidando la alimentación. Y te cansas pero no te aburres. Y, ahora, permitidme, dejadme que me vaya a comer...
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