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VIAJE DE CERCANÍAS
Columna
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La cultura es la primera industria

Acabo de regresar de Huntington, una pequeña ciudad norteamericana del estado de West Virginia, cuya principal industria es cultural: la Universidad Marshall. Se da la circunstancia de que este es el estado más pobre y de menor extensión de los Estados Unidos, pero hay que entender que la vida aquí, a orillas del caudaloso río Ohio, es segura y apacible.

Huntington rara vez aparece en la televisión, ni hace titulares gruesos en los periódicos, lo cual es bueno en estos tiempos que corren. Pero la ciudad se hizo tristemente célebre en todo el mundo en 1970 cuando el equipo de fútbol de la Universidad se mató al completo, incluso con algunos familiares y amigos de los jugadores que volvían en el mismo avión después de un encuentro fuera de casa. Era una noche de tormenta, niebla y viento que nadie olvida. Y que ahora, 35 años después de la tragedia, va a ser llevada al cine por unos estudios de Hollywood que ya empezaron a entrevistar a los vecinos y a realizar el casting. El director del periódico local me dijo: "La película nos traerá dinero pero también dolor".

"Cuando en EE UU se retira un presidente se va a su casa, o escribe, o enseña..."

La Marshall University, que tiene 14.000 estudiantes matriculados, me había invitado a pronunciar dos conferencias en inglés que preparé lo mejor que pude. Elegí dos temas muy distintos. Uno trataba de la relación que existe entre el lenguaje y la realidad. El otro, más político que literario, abordaba los conflictos y tensiones en la España de hoy.

Lo interesante para mí no fue tanto lo que yo dije al centenar de estudiantes que acudieron a escucharme, como lo que estos estudiantes dijeron de mí como conferenciante. Me explico. Es norma en las Universidades de los EE UU pedir a los alumnos que evalúen a sus profesores y, por añadidura, a los conferenciantes que intervienen en las distintas facultades. De manera que en cada asiento encontraban los asistentes un formulario que debían cumplimentar anónimamente. Y las preguntas se referían tan pronto a la organización del acto, la megafonía y el modo en que había sido anunciado, como al nivel de preparación del conferenciante, la calidad de su exposición y, por supuesto, el interés del contenido de esa charla. Por suerte el aplauso que recibí al terminar las dos conferencias se correspondía con la evaluación que al día siguiente se me comunicó. Y respiré tranquilo, por no decir satisfecho.

Pero puedes llevarte sorpresas. Un famoso piloto (creo que se trataba del primero que batió un récord en su especialidad) fue invitado hace varios años a hablar a los estudiantes de la Marshall. Y fue un desastre. El piloto era extraordinario en vuelo, pero catastrófico en tierra. El pasado lunes esperaban impacientes la presencia de Hellen Thomas, la periodista veterana que más años (tiene 87) ha estado informando para Associated Press desde la Casa Blanca. La conozco. He coincidido con ella muchas veces en ruedas de Prensa de Ronald Reagan y después de Bush, padre del actual y desastroso presidente. Y de no haber tenido ya cerrado mi billete de vuelta a España me habría quedado en la Marshall para escucharla. Los presidentes atienden el turno de preguntas de los corresponsales respondiendo siempre en primer lugar a Hellen Thomas. Ellos dejan el cargo a los pocos años, mientras que esta excepcional periodista permanecerá en el suyo hasta la jubilación forzosa que le impondrá la muerte.

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No entendían demasiado bien los estudiantes esta permanente bronca del Partido Popular inspirada por ese personaje, patético y pedante, que es José María Aznar. ¿Es que no se ha retirado?, me preguntó uno. No lo entendía porque cuando en los EE UU se retira un presidente se va a su casa, o escribe, o enseña, o monta la famosa President's Library, que es como un museo que se abre en su pueblo natal. En fin, deja el cargo y deja a la gente tranquila. ¿Por qué no ocurre lo mismo en España? ¿Se echa al ruedo un torero después de cortarse la coleta?

Así que era preciso retroceder al franquismo y explicar al menos dos cosas: que el franquismo no ha muerto -ahí tenemos a sus herederos directos, Acebes, Zaplana y Rajoy, por este orden- y que la transición estuvo muy bien pero no se cerró lo bien que merecíamos los españoles, algo que un cuarto de siglo más tarde nos sale a la cara. Luego parecía oportuno añadir que el presidente Zapatero tuvo un abuelo al que mataron las huestes de Franco, algo que no es una broma aunque de esa canallada se mofe uno de los payasos del PP en el Parlamento. Por su parte, el ex presidente Aznar no tuvo abuelo alguno asesinado por la República. Algo, pues, los distingue. No resultó tan fácil explicar en qué consiste -hablando de nacionalismos- la normalización lingüística del valenciano, que no es otra cosa que una variedad del catalán extendida varios kilómetros al sur del litoral. O explicar que algunos historiadores vascos propugnan que dos siglos antes del descubrimiento de América atribuido a Colón, los pescadores de boina grande y nariz colorada ya estaban en el Nuevo Mundo esperando a Cristóbal. Pero lo más divertido fue la rabieta de Acebes ocasionada por la devolución de los Papeles de Salamanca a Cataluña, pues aquí el auditorio se partía de la risa. Ese ex ministro del PP les hizo más gracia que Woody Allen.

Cada siete años las universidades reciben la visita de unos auditores no contables sino de calidad. Una agencia independiente se encarga de hacer este trabajo que financian las mismas universidades. Profesores de prestigio evalúan el funcionamiento de cada centro y sugieren, si procede, cómo mejorar la enseñanza. Pueden llamar a quien estimen oportuno, desde el presidente o el rector, hasta los estudiantes pasando por los profesores.

En este lugar perdido de la América profunda los esclavos negros que huían de las plantaciones sureñas cruzaban el río Ohio para alcanzar la libertad que ofrecía el norte. West Virginia no tenía esclavos porque no había plantaciones. Y eran abolicionistas. Las mujeres sacaban a los porches vistosas colchas hechas con retales de colores para que los negros supieran que, si cruzaban el río, en esas casas serían bien recibidos. Pero muchos no llegaron a la otra orilla.

Hablar a los estudiantes de la inmigración ilegal en España fue, en cierto modo, como hablarles de los cubanos que llegan en pateras a Florida, o de los esclavos ahogados en las corrientes Ohio, o de las ONG en las alambradas de Melilla, o de los Médicos sin Fronteras en un mundo que ha dejado de tenerlas.

www.ignaciocarrion.com

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