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Columna
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Día del amigo

La modernización del comercio madrileño se debió a dos emprendedores asturianos, Pepín Fernández y Ramón Areces, que compraron dos negocios mortecinos, uno "Sederías Carretas" a dos pasos de la Puerta del Sol y el otro una declinante camisería y sastrería, en la calle de Rompelanzas, a dos pasos, con el petulante nombre de "El Corte Inglés". El primero lo transformó pronto en "Galerías Preciados" y Areces se atuvo a la denominación sajona. Apasionantes biografías las de aquellos hombres, a quienes traté personalmente y que, contra viento, marea y autarquía, trajeron nuevos aires al comercio de nuestra ciudad. Aún está por ocurrírsele a un alcalde -que yo sepa- atribuirles alguna calle o parque principales con los que se perpetúe su memoria y quede constancia del agradecimiento de la ciudad.

Ambos procedían del mismo sitio, de los almacenes "El Encanto", en la Habana, que había asumido la técnica americana de la venta al público. Recuerdo cómo me maravilló, en la capital de Cuba, cuando la visité, por primera vez, en el verano de 1958, la monolítica arquitectura ciega de aquellos almacenes, un oasis de frescor producido por el aire acondicionado. Tardaríamos en España varios años en utilizarlo dentro de los grandes centros comerciales.

Pepín fue más innovador y alegre en su travesía empresarial; Ramón, más conservador, no aceptó socios ni hipotecas y la empresa le sobrevive con una envidiable fortaleza económica. Pepín Fernández andaba todo el tiempo imaginando novedades que popularizaran su firma. Y nos trajo el "Día de la Madre", el "Día del Padre", el de "San Valentín" y la rebajas, secundadas por su primo silenciosa y eficazmente.

Aquí quería llegar, meditando -quizá sea una atribución petulante- acerca de ese empeño tan difícil que es el de tener amigos, porque son un tesoro, aunque otro, más pesimista, resume que tener un tesoro es lo que proporciona muchos amigos. Lo de su entraña, es otra cosa, pues, según el dramaturgo inglés, Noel Coward -citemos las fuentes cuando son conocidas- lo que proporciona el vil metal no son buenos amigos sino enemigos de mejor calidad. Lo cierto es que tan raro y precioso bien necesita de solicitud y no debe tenerse como paño de lágrimas o libro permanente de reclamaciones. El contacto excesivo puede arruinar una excelente relación y el prolongado alejamiento agosta la entrañable camaradería que creímos eterna. Si ha mediado un dilatado lapso temporal nos llevamos numerosos chascos, al no distinguir al camarada de juventud en el tipo calvo, tripudo y quizá con barba que nos saluda zurrándonos las espaldas: "¡Chico, qué alegría verte! Te acuerdas de mí, ¿no?". Residuos de buena educación nos llevan a mentir miserablemente cuando tenemos olvidado por completo a aquel personaje. Me recuerda la historieta del sujeto que llega a su casa y le plantea a la esposa una cuestión que la trae sin cuidado: "¿Sabes a quién me he encontrado hoy? A Fulanito, de quien tanto te he hablado. Por cierto, le vi tan estropeado y viejo que me parece que no me ha reconocido".

Hay quien sostiene que la mejor forma de conservar a los amigos es no pidiéndoles nada y limitarse a compartir con ellos las buenas noticias y, si es posible, la próspera fortuna. Existen, claro, personas abnegadas que ayudan a su prójimo, he conocido alguna, pero lo más frecuente es el paisaje de espaldas que contemplan los que han sufrido reveses, especialmente financieros. Hay quien defiende la tesis de que la mejor forma de conservar la amistad es no dar lo que se nos solicita, filosofía que lleva, con frecuencia, a malograr el préstamo, el favor y el amigo. Mezquina propuesta que sólo nos ahorra el dinero entregado porque, en el caso de facilitarlo también vamos a perder las tres cosas.

Asunto muy complejo y puede que por ello no se les ha ocurrido, a las mentes espabiladas que inventaron las citadas efemérides, la posibilidad de instaurar el "Día del Amigo". Si alguna vez fue tenido en cuenta, no creo que ahora, que está prácticamente desterrado el hábito de regalar corbatas, pudiera ser habilitado. Que yo recuerde, en España, aparte de los amigos del Museo del Prado o de la Ópera, y una Sociedad Matritense y de Amigos del País, de la que nunca más se supo, la amistad no es gregaria. Nunca debemos dar por desesperado un caso y, si la prospección del mercado lo aconseja, no estaría de más instituir, el Día del Amigo. Así se venderán, todavía, más teléfonos móviles.

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