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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Respetos

Timothy Garton Ash

En el espacio de unas cuantas horas polvorientas y varias manzanas vociferantes, he contribuido con mi litro de leche a los ríos que se vierten ritualmente sobre la estatua del dios hindú Ganesh (para eliminar todos los obstáculos que impiden la prosperidad, la paz y el éxito), me ha iluminado, bajo un árbol bodhi, un empresario budista nacido en Sri Lanka, he inhalado el incienso que ofrendan los chinos a unos cuantos dioses escogidos para señalar el final de su año nuevo en el templo de See Yeoh, he escuchado a un coro malayo que ensayaba himnos ingleses en la iglesia anglicana de St Mary, y he discutido las complejidades del trabajo bancario islámico con un malayo en la bella mezquita de Jamek. Lo que hay en Kuala Lumpur no es sólo multiculturalismo, es multicultismo. Todas las confesiones humanas están presentes aquí. Y, sin embargo, Malaisia es un país de mayoría musulmana, en el que el islam es la religión oficial.

En Malaisia, todas las sociedades son iguales, pero algunas son más iguales que otras. Hay discriminación positiva a favor de los malayos musulmanes
La ley que prohibió el 'Sarawak Tribune' [publicó una viñeta danesa] concede al Gobierno poderes draconianos para limitar la libertad de los medios
Hay literalmente una ley para los musulmanes y otra para los demás. Los musulmanes no sólo pueden, sino que deben acudir a esos tribunales

A primera vista, se diría que he encontrado el santo grial del mundo posterior al 11-S, la prueba irrefutable de que el islam en el poder puede permitir, e incluso fomentar, una sociedad pacífica, tolerante y multicultural. Desde luego, eso es lo que los dirigentes políticos del país -que participan con nosotros en una conferencia sobre las relaciones entre el islam y Occidente, reunida en un hotel de nombre tan apropiado como Shangri-La- quieren que pensemos. Y, en comparación con Oriente Próximo o incluso con la mayoría de los estados musulmanes, Malaisia es un caso ejemplar de coexistencia entre confesiones. Es, desde hace siglos, una encrucijada del comercio marítimo del sureste asiático y, como tal, un lugar de encuentro de todo lo que los europeos llaman "Oriente": indios, chinos y japoneses, además de los habitantes locales. Su población se diversificó aún más bajo el gobierno, a la vez represivo y transformador, de los ocupantes portugueses, holandeses y británicos (desde la ventana del Museo de Historia Natural, situado en un edificio en el que John Major trabajó en su tiempo como banquero, se puede ver todavía un campo de críquet). Éste es un lugar que estaba globalizado mucho antes de que nadie hablara de globalización.

Pero fijémonos un poco más, hablemos con malaisios de las confesiones minoritarias y con observadores críticos dentro de la comunidad musulmana, y la imagen que obtendremos será mucho más turbia, como corresponde a una ciudad cuyo nombre significa "turbia confluencia". Para empezar, las comunidades, más que convivir, coexisten. Según me dicen, hay un número relativamente escaso de matrimonios mixtos. Esto no es ningún melting pot. "Vivimos y dejamos vivir", explica el empresario budista de origen esrilanqués. Entre otras cosas, muchas veces, los preceptos religiosos de los distintos grupos prohíben consumir alimentos de otros. Por supuesto, esta coexistencia pacífica no tiene nada de malo: la había también, antes de la II Guerra Mundial, en otro caso frecuentemente celebrado de multiculturalismo, Sarajevo, y la hay seguramente hoy en zonas de Londres y Nueva York. La mezcla es más honda sólo cuando predomina el carácter laico (como en Sarajevo bajo el régimen comunista del mariscal Tito) o una verdadera asimilación (como ha ocurrido tradicionalmente en Francia y EE UU). En cambio, la persistencia de comunidades separadas significa que la política se centra en los distintos grupos y que siempre existe la posibilidad de que estalle un conflicto violento -como ocurrió aquí en 1969- cuando uno de los grupos se considera muy desfavorecido.

En Malaisia, todas las comunidades son iguales, pero algunas son más iguales que otras. Aunque la coalición del Frente Nacional, que está en el poder desde 1957, engloba partidos chinos e indios, la mayoría es malaya musulmana. Los chinos siguen ocupando una posición dominante en los negocios, pero existe discriminación positiva a favor de los malayos musulmanes y otros grupos "indígenas" en el acceso a la enseñanza superior, los puestos de trabajo en la administración, los contratos del Gobierno y la vivienda.

Evitar conflictos

El conflicto interétnico e interreligioso se evita, no mediante los mecanismos sistemáticos de equilibrio propios de una democracia liberal, con una política totalmente representativa, medios de comunicación libres y tribunales independientes, sino mediante un sistema semidemocrático y semiautoritario que inclina la balanza claramente hacia el lado de los malayos musulmanes. El día de mi llegada, el Gobierno anunció la suspensión indefinida del periódico Sarawak Tribune, que había publicado uno de los dibujos daneses. Además calificó de delito el hecho de que alguien publique, importe, produzca, haga circular o incluso posea copias de las caricaturas. Un portavoz gubernamental explicó que, dado que Malaisia preside en la actualidad la Organización de la Conferencia Islámica, que se dedica a promover la solidaridad islámica entre los 57 estados miembros y sus poblaciones, "sería incómodo que Malaisia criticase violentamente a Occidente por falta de sensibilidad cuando en nuestro propio jardín no podemos controlar las cosas".

La ley utilizada para prohibir el Sarawak Tribune data de 1984 y concede al Gobierno poderes draconianos para limitar la libertad de los medios, mientras que otras leyes (de las que por lo menos una, la Ley de Seguridad Interna, se remonta a la represión de los rebeldes comunistas por parte de los británicos durante lo que se conoce como la emergencia) le permiten contener otras formas de disidencia. Es decir, el método malaisio consiste en mantener tapada la olla, en vez de dejar que suelte vapor. Pero, como sabe cualquiera que haya cocido pasta alguna vez, si se mantiene la olla tapada y el fuego, debajo, es muy fuerte, el agua acaba por salirse.

Si bien los tribunales laicos del país siguen empleando una versión del derecho consuetudinario inglés, existe una estructura paralela y separada de tribunales islámicos. Hay literalmente una ley para los musulmanes y otra para los demás. Los musulmanes no sólo pueden sino que deben acudir a esos tribunales para casi todos los asuntos de derecho de familia y algunos de derecho penal. La sharia se aplica de acuerdo con una interpretación que es más o menos rigurosa según en cuál de los estados federales se produzca la acusación. Los delitos van desde comer en público durante el Ramadán, o beber alcohol, hasta la apostasía, la separación del islam o la renuncia a él, que aquí se castiga con la cárcel. Un joven malayo me explicó con penosa claridad que para un hombre -y mucho menos para una mujer- de familia musulmana, renunciar públicamente al islam no es una opción, sobre todo cuando se trata de renunciar en favor de un secularismo de corte occidental. Lo que crean en el fondo de sus corazones sólo lo saben ellos ("Yo voy a mi aire", fue el críptico comentario que me hizo uno), pero la familia, la comunidad y el Estado obligan a la conformidad en público.

En definitiva, en comparación con la mayor parte del mundo musulmán, Malaisia es un ejemplo positivo de coexistencia multicultural en la que se vive y se deja vivir, pero no es ningún Shangri-La. Al llegar aquí, tal vez ustedes se rebelen: ¿qué derecho tengo yo, occidental, invitado en este país y descendiente de los británicos imperialistas, a señalar estas cosas? La religión en la que me educaron enseña que uno debe criticar sus propias faltas antes que las de los demás. Y todavía me parece una buena norma. Así que mi primera responsabilidad es examinar cómo tratan las comunidades políticas en las que vivo -Oxford, Reino Unido, la UE, Occidente (en la medida en que es posible generalizar)- a sus propias minorías, entre ellas las musulmanas. También nosotros tenemos mucha discriminación y mucho doble rasero.

Hablar por otros

¿Pero acaso eso me desautoriza a comentar los fallos de otros países? Creo que no, sobre todo cuando lo que estoy haciendo no es tanto criticar por mi cuenta como transmitir comentarios críticos hechos por malaisios, lo mismo budistas que hindúes, cristianos, chinos e incluso personas de la comunidad musulmana mayoritaria. Personas que consideran que no pueden hablar con entera libertad en su país y que, si lo hicieran, no verían publicadas sus palabras. Es más, creo que, como escritor y como alguien con acceso a medios de comunicación libres, tengo la obligación de hablar en nombre de quienes no pueden hablar con libertad. Lo creo firmemente, y confío en que los dirigentes políticos de otras confesiones, incluido el islam, respeten mis convicciones. Entonces podremos tener un diálogo interconfesional productivo.

www.timothygartonash.com Traducción de M. L. Rodríguez Tapia

Ciudadanos de Malaisia acuden a felicitar el año nuevo musulmán al primer ministro, Abdullah Ahmad Badawi.
Ciudadanos de Malaisia acuden a felicitar el año nuevo musulmán al primer ministro, Abdullah Ahmad Badawi.AP

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