Ancianos
Un día llegué a una parada de autobús en el centro de mi ciudad. No me dí cuenta que había cola para el autobús que iba a coger, cuando éste llegó y al abrir las puertas puse mi pie en el primer escalón. Fue justo en ese momento cuando una mano me echó hacia atrás con fuerza, haciéndome bajar del bus y perder casi el equilibrio. Tal fue mi sorpresa cuando me fijé que aquella mano pertenecía a la de un respetable anciano que, acompañado de su nieto, empezó a insultarme y a maldecir mi madre.
Como he comentado, estaba tan sorprendido que no hice nada, me quedé parado y esperé a que todo el mundo entrara al autobús. Y estas son mis preguntas: ¿Por qué este comportamiento del anciano? ¿Por qué no me pudo decir lo mismo de un modo más respetable? Curiosamente, pasa casi lo mismo cuando voy a comprar el pan y muchos ancianos o ancianas, que acaban de llegar, piden antes que yo, mientras que he estado esperando un rato largo, sin inmutarse o preguntarme.
Desde luego no niego que haya honradas excepciones o despistes, lo malo es cuando, tratando de justificar tu turno, te vean con malas caras. Otro caso es el de mi madre. Ella trabaja de enfermera en un Centro de Salud y algunos días, cuando llega a casa, habla de algún anciano que, esperando sólo 10 o 15 minutos, empieza a quejarse de que todo va lento, va mal, y empieza a maldecir a ella y a la doctora.
Me pregunto cómo puede ser esto posible, mientras que hay otras personas que esperan pacientemente aún más tiempo y tienen que ir a su trabajo. ¿Qué prisa tienen los jubilados, sentados y esperando su turno? Soy un joven de 19 años y respeto mucho a esta parte de la sociedad, a los ancianos y jubilados, y hago esta crítica lo más cuidadosamente posible. No hablo, por supuesto, de todos, pero sí puedo referirme a estos, más o menos, en modo general. Lo único que pido es que no sólo también tengan ellos consideración a los jóvenes, que al fin y al cabo también somos personas, sino también a los funcionarios y cualquier sector social.
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