Niebla

Escuchar a este cuarteto islandés es perderse en la niebla de un paisaje helado en un día de depresión y con la brújula rota. Esto, sin embargo, no afecta a su aceptación por parte del público en todo el mundo: en Madrid las entradas para su concierto, nada baratas, llevaban agotadas dos meses. Es lógico, por tanto que el público asistiera a su actuación con el mismo arrobo que los devotos se acercan al templo en día de misa.

Músicas estratosféricas, protagonizadas por la voz siempre en falsete de su solista, su modo de tocar la guitarra con un arco de violín, una instrumentación que se decanta por acentuar el efecto emocional y el acompañamiento de un cuarteto femenino de cuerdas dieron lugar a un concierto extraño, alejado de tópicos y de los trillados surcos del pop-rock habitual.

Para unos, la mayoría de los asistentes, escucharlos y verlos fue como tocar el paraíso. Pero, para los que no están tan entregados a la causa nórdica pos-rock, un concierto suyo puede llegar a resultar un peñazo difícil de aguantar sin irse al bar varias veces. Se recomienda escuchar el disco antes de ir a verlos.