El día que Messi fue decisivo
El equipo correspondió a la euforia de la hinchada, que apuntaba goles y más goles en cada porra en la que participaba, y muchas fueron las apuestas cruzadas, signo de la excitación con la que el barcelonismo afrontaba el partido. El Barça lo preparó muy bien, lo diseñó mejor y lo jugó de forma estupenda, hasta el punto de que salió aplaudido del Bernabéu, en un claro signo de admiración. Agrada el Barcelona, en casa y en cancha ajena, porque su fútbol es musical, delicioso, nada agresivo, sino que se saborea. Los azulgrana se despliegan por el campo a un toque, con tanta velocidad como precisión, de manera que sus goles son serenamente bellos. Eto'o se ganó el remate de forma exquisita al cuarto de hora y los dos tantos de Ronaldinho resultaron majestuosos porque pudieron ser jaleados desde el origen hasta el final: tomó la pelota y, en carrera, se arrancó por la izquierda, eliminó al símbolo defensivo del Madrid, Sergio Ramos, con un quiebro, y definió delicadamente ante la salida de Casillas, un portero imposible para cualquiera y, sin embargo, rendido ante el embrujo del brasileño, inalcanzable en las transiciones ganadas por la línea de medios barcelonista.
Ronaldinho juega a la carta como corresponde al mejor futbolista del mundo. La actuación que tuvo ayer es la mejor respuesta al Balón de Oro que recibirá próximamente, un trofeo que ya se ganó el año pasado en Chamartín, en Stamford Bridge y en San Siro, además de en el Camp Nou. Futbolista generoso por naturaleza, se ha agrandado desde que apareció Messi. La titularidad del argentino fue la declaración inequívoca de que el Barcelona iba ayer a por el partido desde la alineación. Rijkaard tiró de Gio, Márquez y Edmilson, porque el encuentro exigía experiencia defensiva para evitar errores que resultan decisivos en los clásicos, y apostó por Messi como delantero.
Messi es un futbolista vertical, directo y profundo, siempre dañino con la pelota, nada distraído, muy difícil de tirar porque también tiene carrocería. El fútbol del argentino ha resultado determinante para un equipo que a veces era demasiado meloso, excesivamente paciente y combinativo, poco atrevido y que desperdiciaba demasiadas ocasiones de gol para ser competitivo. En una lección de cómo ocupar las bandas sin extremos naturales, las diagonales de fuera para adentro de Messi y de Ronaldinho destrozaron a un Madrid tieso y que, a diferencia del Barça, entregó la cuchara desde que Luxemburgo cantó el once inicial, empachado de jugadores fuera de forma, desbordados por la rapidez azulgrana, cuyos jugadores alcanzaron el área con paredes y triangulaciones sin tirar ni un solo centro.
El juego más que el resultado subrayó la diferencia que hay entre uno y otro equipo y que la clasificación se negaba a reflejar o cuanto menos dismulaba. El Barcelona va madurando a partir de un plan inequívoco. Favorito en los torneos que demandan regularidad, hasta ahora se le había reprochado su dificultad para majarse en los mano a mano, especialmente en campo contrario. Desde su triunfo precisamente en el Bernabéu (1-2) hace dos años, no había alcanzado una victoria de tanto rango internacional. Ayer agrandó el triunfo de entonces con una actuación memorable tanto desde el punto de vista colectivo como individual puesto que los azulgrana salieron ganadores en cada uno de los duelos planteados por Rijkaard, el primer entrenador barcelonista que gana dos veces en Chamartín, un estadio que, cansado de un equipo inexcusable, levantó la bandera blanca. Rijkaard es una persona decisiva para entender el encanto y singularidad del Barça de Ronaldinho, un equipo tan seductor que el 0-3 de anoche le supo futbolísticamente mejor que el 0-5. Una cosa es la épica y otra la estética
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