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A PIE DE PÁGINA

Zeziña

Hoy, 21 de junio, es el día del cumpleaños de mi hija mayor, y siempre en esta fecha vuelvo a sentir la alegría y la rabia que tuve, no el día veintiuno sino, casi una semana después, cuando llegó por la radio, letra a letra, la noticia de su nacimiento y me alejé de las barracas en las que vivíamos hasta la alambrada de espinos, sin palabras, sin lágrimas, atontado, encendiendo dos cigarrillos al mismo tiempo y alzando la vista hacia los milanos, golosos de los polluelos del soba, el régulo africano. Mi indignación y mi amor eran tan grandes como los bosques y llamas del Chiúme y allí me quedé, con un cigarrillo en cada mano, en el espacio entre los centinelas, acuclillado en el muro del refugio. Otro oficial se acercó sin decir nada y se acuclilló a mi lado. Y dentro de nosotros, sin necesidad de hablar, la misma pregunta siempre, obsesiva, desesperada, casi infantil

Mi indignación y mi amor eran tan grandes como los bosques y llamas

-¿Por qué?

mientras el ejército de Catanga volvía de una canallada cualquiera con los gritos de costumbre

-Uhuru

y un milano remaba hacia arriba con un polluelo entre las uñas, escalando, uno a uno, los escalones que forman el aire. Los catangueses, sesenta angoleños y nosotros presos allí, además de las ruinas de la casa del comisario

(no había ningún comisario, huyeron de la guerra)

en la hierba, la tierra roja, lo que, bajo la niebla, ni río era y donde a veces, por la noche, parpadeaban unas luces, que los morteros no alcanzaban, misteriosas y vagas, del Movimiento Popular para la Liberación de Angola, de fantasmas, quién sabe de qué.

-Tienes dos cigarrillos encendidos

dijo el otro oficial, no apagué ninguno y el tipo se calló. Me gustaba porque llegaba siempre del bosque con una furia muda, con el pelotón detrás, exhausto, y se tumbaba en la cama con un libro que no conseguía leer. No se quejaba de no poder leer, sólo se notaba que no podía leer, recorriendo las páginas con la vista. ¿Cómo sería mi hija? ¿De qué color eran sus cabellos, sus ojos? Acuclillado en el muro del refugio, en los barrotes y en los sacos de arena, me dedicaba a observar a los milanos. Unos perros infelices, flaquísimos, acurrucados allá. Y una soledad que jamás he vuelto a sentir.

Me apetecería que el día de tu cumpleaños, hija, fuese feliz para mí y no lo es: son barracas y tablas, catangueses con un pañuelo rojo al cuello

(¿hablo de las orejas en los frascos?)

miseria

(no hablo de las orejas en los frascos)

y dos cigarrillos encendidos que se van consumiendo sin que me los lleve a la boca. A ti te conocí unos meses más tarde, durmiendo en un moisés: tu madre quería llamarte Maria, exigí a gritos, por carta, que fueses Maria José, mi nombre preferido pero que tú detestas y, al encontrarnos por primera vez, ya eras Maria José, eras Zeziña y no me dabas ni la hora. Rubia de ojos claros, yo te observaba de lado inventando parecidos y no encontré ni uno para muestra, qué desilusión. Y después me fui de nuevo a Chiúme: allí estaban los perros flaquísimos, allí estaban los catangueses y las luces en el río, allí estaba el mismo

-¿Por qué?

desesperado. La casa del comisario que una bazuca hizo estallar. Y me fui volviendo cada vez más violento.

Hoy es el día veintiuno de junio, que sólo una semana después me enteré de que era importante para nosotros; claro que no enciendo dos cigarrillos ni hay muro de refugio donde acuclillarme. Me quedo en la silla escribiendo esto y el vuelo de los milanos se estremece en algún punto de mi memoria. ¿Qué les habrá ocurrido a los milanos, a los polluelos, al régulo ese al que nadie obedecía? ¿Qué me habrá ocurrido a mí, a este tipo con uniforme de camuflaje indignándose? Sólo de pensar en tu moisés vibra como una hoja, pobre, no se atreve a tocarte, tiene miedo de hacerte daño el pasmarote. Allá va en la columna en dirección al bosque, allá está hoy con el bote de estilográficas delante y un reloj siempre en pie que no marca la hora justa, escribiendo. Hay ocasiones en que el reloj no marca ninguna hora, otras en que se acuerda de repente

-Soy un reloj

e introduce en la esfera unos números imposibles. Por ejemplo ahora, por la mañana, anuncia que son las veintitrés y once. En otras ocasiones se le pasa la fecha por la cabeza

-Déjame que diga la fecha

y sugiere un mes al tuntún. Como éste, junio, con la intención de hacerme acuclillar en el muro del refugio. O tal vez sin intención, soy injusto, discúlpame, reloj. Me lo regaló un visitador médico, uno que se ocupa de la promoción de un antidepresivo, lo toco con la yema del dedo y se queda siglos danzando en la bola cromada de la base. Por extraño que parezca, es una compañía. Si tú nacieses ahora, no me sorprendería si me advirtiese

-Tienes dos cigarrillos encendidos

y se quedaría conmigo observando la pared en la cual, poco a poco, asoman encendidas las luces diminutas de las llamas.

Traducción de Mario Merlino.

FERNANDO VICENTE

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