Justicia
LAS REPRESENTACIONES de la Justicia y el Amor comparten el tener vendados los ojos, símbolo de la imparcialidad, y el portar un arma, que es respectivamente la espada y el arco flechador. Son, pues, ambos fuerzas ciegas, pero de muy distinto jaez, porque es justo, en primera instancia, quien cumple la ley, producto del raciocinio colectivo, mientras que el enamorado está dominado por una pasión que no atiende a razones. Se trata, por tanto, de dos actitudes antitéticas, aunque su radicalidad les haga tener en común atributos figurativos parejos. La Justicia es una de las cuatro virtudes cardinales, mientras que el Amor es un sentimiento producido por una causa exterior. Todo lo anterior viene a cuento de la novela de Sándor Márai, titulada La mujer justa (Salamandra), en la que se describe un triángulo amoroso, pero que gira, como anuncia el título, en torno a si cabe la existencia de un amante que encarne lo justo. Desde la perspectiva de la tradición clásica occidental, que distinguía varios niveles de amor, siendo el más elevado el que nos hacía apetecer la sabiduría, el problema planteado tenía una importancia relativa y secundaria, pero en nuestra época se enredó bastante la cuestión con la revolucionaria concepción erótica del burgués, basada casi exclusivamente en lo sentimental, que es lo que se entiende como matrimonio o emparejamiento por amor.
De esta manera, el amor burgués vive el desafío de dar carta jurídica a lo que un travieso niño ciego apunta con los aleatorios disparos de su arco, lo cual, además de establecer un reino de lo arbitrario, hace casi imposible una auténtica concertación entre los enamorados porque es harto difícil que una misma flecha atraviese simultáneamente a dos individuos. Al final del primer relato, en el que se explica uno de los amantes de la novela de Márai, la abnegada esposa llamada Marika, que cumple todos los requisitos de una perfecta y muy sentida ama de casa, ésta acepta que, aun sin ser su marido Péter, un hombre justo y haberla abandonado por otra, lo sigue amando. En el tercero, donde nos habla Judit, la criada adolescente que encandiló de tal forma a Péter hasta lograr que se divorcie de su primera mujer para casarse con ella, también el hilo conductor es el fracaso. Mientras en el segundo, en el que toma la palabra el marido de ambas, se reduplica, como no podía ser menos, la sensación de la inviabilidad del amor sentimental.
No obstante, el citado Péter, en su personal confesión, afirma lo siguiente: "La mayoría de la gente no puede dar ni recibir amor porque es cobarde y orgullosa, porque tiene miedo al fracaso. Les da vergüenza entregarse a otra persona y más aún rendirse a ella porque teme que descubra su secreto (...) Pero no hay nada de qué avergonzarse en la vida excepto de la cobardía, que hace que uno no se atreva a dar sentimientos o no se atreva a aceptarlos". En eso estriba quizá la superioridad del amor sobre la justicia, como afirmó el muy clásico Aristóteles, porque "si fuéramos amigos" -cito su Ética a Nicómaco-, "no tendríamos necesidad de la justicia" pero "si fuéramos justos, todavía tendríamos necesidad de la amistad".
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