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CULTURA Y ESPECTÁCULOS

La hija de Montreal

La mejor gimnasta de la historia nació en Onesti, cerca de los montes Cárpatos, en Rumania, el 12 de noviembre de 1961. Comenzó a practicar la gimnasia en la escuela y pronto se convertiría en una virtuosa de dicho deporte. Nunca hubo ninguna duda de la brillantez con la que ejecutaba sus ejercicios, del escalón superior desde el que miraba al resto de gimnastas. Era la "princesa" de Rumania, tanto que el heredero, Nicu, el hijo de Ceausescu, quiso a toda costa que ella lo acompañara en el ejercicio de su nobleza impuesta. Pero su vida cambiaría en los Juegos Olímpicos de Montreal, donde consiguió, a sus 15 años y 1,47 metros de altura, cinco medallas. Tres de oro (en paralelas asimétricas, barra de equilibrios y concurso general individual), una de plata en concurso general por equipos y otra de bronce en suelo. Su estelar ejecución convirtió la esperada actuación de las soviéticas en un numerito de recreo. Consiguió lo que nadie había logrado antes: siete veces el jurado otorgó un 10 a sus intervenciones. Tan brillante e insólito fue el resultado que Swiss Timing, una empresa suiza de cronometraje con gran experiencia en las competiciones deportivas, no había preparado sus marcadores para una puntuación de más de tres cifras -hasta entonces nadie había superado el 9,95-. Así que los tres primeros 10 que Nadia consiguió aparecieron en el marcador como 1,00. Una vez solucionado el problema, al día siguiente Comaneci consiguió cuatro nuevas máximas puntuaciones que subieron al marcador con la excelencia de sus cuatro cifras. Nadia Comaneci se convirtió ese día en "la hija de Montreal".

A la vuelta, en Rumania, su figura sería ya un mito. El régimen de Ceausescu le otorgaría la máxima distinción del país, la medalla al Héroe del Trabajo Socialista. Pero su aparente sintonía con el sistema despótico rumano terminaría pasándole factura entre la gente de a pie, que empezaba a sentirse cautiva de la tiranía.

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