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Tradición, evolución

EN LA familia de Ferran Adrià no hay antecedentes en su afición a la cocina. De pequeño era el típico niño al que sólo le gustaba el bistec con patatas. La aventura de la hostelería empezó con un trabajo ocasional en Ibiza a los 16 años para pagarse las vacaciones. También se pasó la mili entre fogones, y después, a los 21 años, recaló en un pequeño restaurante de la Costa Brava llamado El Bulli, que ya tenía dos estrellas Michelin, pero que acababa de perder una. Al principio quiso imitar el estilo nouvelle cuisine que había dado fama al lugar, pero pronto se decidió a probar sus propias ideas. Ahora, junto a su socio Juli Soler y su hermano Albert, han convertido El Bulli en una referencia mundial (con tres estrellas Michelin y más de medio millón de peticiones de reserva al año, aunque sólo atienden a 800). Abren siete meses al año y el resto del tiempo investiga con su equipo nuevas técnicas y platos en el taller que tienen cerca del mercado de La Boquería, en Barcelona.

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