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Crítica:TEATRO | 'Els deu manaments' | GREC 2005
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El sueño alemán

Domingo, día del Señor, en una asociación católica de la Nápoles de la posguerra. Unos feligreses esperan la llegada de la procesión mientras entonan un salmo acompañados al órgano. Los anuncios de las apuestas deportivas comparten las paredes desconchadas con la ropa tendida. En este contexto se desarrollan los 10 cuadros que componen I dieci comandamenti, Decálogo in due tempi (versi prosa e musica) de Raffaele Viviani (1888-1950), el poeta de la gente corriente que vive en las callejuelas de Nápoles, según otro gran observador de la realidad, Christoph Marthaler, uno de los directores más radicales y brillantes de la escena suizo-alemana.

La región del Mezzogiorno de Italia representa para los alemanes una cultura muy cercana y a la vez muy lejana en la que Marthaler, como señala Andrea Koschwitz -responsable de la escenografía y del vestuario del montaje-, busca el paralelismo con la Alemania oriental, otra región desfavorecida que necesita de estrategias de supervivencia. Y de supervivencia, los italianos del sur saben un rato. La vida comunitaria y callejera marcada por los pequeños rituales alrededor de los añicos que reciclan de manera improvisada componen el mosaico teatral de las macchiette o caricaturas dialectales de Viviani. Y ese teatro de sonidos, voces, rumores, cantos y carcajadas, esa amalgama de pasajes y pequeñas escenas en los que los sucesos mínimos toman el protagonismo es lo que Marthaler nos ofrece con su espléndida versión de la obra de Viviani.

Els deu manaments

Basado en Decálogo en verso, prosa y música de Raffaele Viviani. Dramaturgia: Anna Viebrock. Intérpretes: Hildegard Alex, Rosemarie Bärhold, Susanne Düllmann, Bettina Stucky, Matthias Matschke, Horst Westphal, Sophie Rois, Jürgen Rothert, Clemens Sienknecht, Ulrich Voss, Winfried Wagner, Martin Wuttke. Escenografía y vestuario: Andrea Koschwitz. Dirección musical: Clemens Sienknecht. Dirección: Christoph Marthaler. Teatre Lliure, Sala Fabià Puigserver, Barcelona, 6 de julio.

"Son tutte belle per far l'amor", descubrimos que cantan los feligreses del primer cuadro, a quienes de entrada imaginábamos santificando la fiesta del Señor. La subversión está servida. El primer mandamiento se transforma aquí en "me amarás a mí sobre todas las cosas y dirás tres veces que me quieres". Mujeres entradas en carnes y en años están dispuestas a cambiar sus ropas por un trozo de pizza a domicilio. No es que cometan actos impuros, es que tienen hambre. Al sexto mandamiento le sale en este montaje un apéndice: "No cometerás actos impuros ¡tú solo!". Un tipo engatusa a otro al que le ha tocado la lotería para que le compre un retablo falso. No codicia los bienes ajenos, es que también tiene hambre. Una joven en sostén se refresca en la pila de agua santa, a falta de la Fontana di Trevi en la que la exuberante Anita Ekberg hacía otro tanto, y revive en la mente del espectador La dolce vita de Fellini. El agua santa y sucia es sorbida con fruición y pajita por un hombre que piensa más en la sed que tiene que en la impureza del agua. Un viejo esconde cartones de tabaco. No es que robe, es que de algo tiene que vivir. Junto a la picaresca del pueblo, sus melodías, como la napolitana Santa Lucia, que corean todos juntos. Y frente a los preceptos de la iglesia, el hit de Mina y Alberto Lupo Parole, parole, parole, que bordan Sophie Rois y Matthias Matschke.

Los temas musicales y los gags más hilarantes (tronchante Martin Wuttke en su recreación del tipo cojo) se suceden y se intercalan sin que nada rechine. El tempo de un dolce far niente, aunque algo amargo por el contexto, fluye con naturalidad, como los sueños, y el de los alemanes sigue siendo Un viaje por el Mediterráneo, otro tema popular que al órgano se transforma en una plegaria. Sensacional.

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