La crisis en la UE
Al reflexionar sobre la Crisis Europea (me parece que las mayúsculas están justificadas), me encuentro cada vez más tentado de leer a Toynbee. No a Polly Toynbee, la columnista de The Guardian cuyos escritos sigo siempre con el máximo placer, sino a su difunto y olvidado antepasado, Arnold Toynbee, el historiador que escribió sobre el auge y la caída de las civilizaciones.
Una de las posibles interpretaciones a largo plazo de la caótica reacción que ha suscitado en Europa el no francés del 29 de mayo es que estamos ante los síntomas de una civilización en declive, si no en decadencia. Qué ridículo que el primer ministro de Luxemburgo insista, como hacían algunos viejos dirigentes comunistas de Europa del Este, en que lo blanco es negro y que, por tanto, todo sigue como estaba. El Gobierno disolverá al pueblo y elegirá a otro. Qué absurdo que, ante el mayor desafío popular que ha tenido el proyecto europeo desde su nacimiento, a Francia y el Reino Unido no se les ocurra nada mejor que prepararse para una disputa entre los dos sobre sus respectivas aportaciones a un presupuesto de la UE que, al contribuyente francés o británico, le cuesta menos de cinco euros semanales. Igual que los Borbones, nuestros dirigentes no se han olvidado de nada y no han aprendido nada.
Qué ridículo que el primer ministro de Luxemburgo insista, como hacían algunos viejos dirigentes comunistas del Este, en que todo sigue como estaba
El 'nee' holandés fue, en gran parte, un no contra la inmigración musulmana, y el 'non' francés habló contra la integración de Turquía en la UE
Si Europa se derrumba es posible que la nueva Europa del otro lado del Atlántico (EE UU) se beneficie a corto plazo, pero sufrirá un perjuicio a la larga
Si fuera chino, me estaría riendo mientras veo crecer mi dinero. Después de los siglos europeos, aproximadamente desde 1500 hasta 1945, y el siglo de Estados Unidos, desde 1945 hasta algún momento en la primera mitad de éste, se vislumbra en el horizonte el siglo asiático. Como observa con sarcasmo Tom Friedman en The New York Times, mientras Europa intenta alcanzar la semana laboral de 35 horas, la India está inventando las 35 horas al día. Independientemente de las ventajas que proporcionan los conocimientos, ninguna economía puede competir eficazmente en esas condiciones. Las cosas tienen que cambiar si queremos que sigan igual.
Toynbee se sintió obligado a preguntarse cuáles eran los motivos de la decadencia y la caída de las civilizaciones por su experiencia de lo que se ha llamado la guerra civil europea, entre 1914 y 1945. Los historiadores profesionales no dan demasiado valor a sus respuestas, globales y esquemáticas, pero la pregunta sigue siendo válida. Como ocurre con todos los grandes simplificadores, algunas de sus ideas son, por lo menos, atractivas. Por ejemplo, llegó a la conclusión de que uno de los rasgos característicos de las civilizaciones en desintegración era la inseparable pareja del arcaísmo y el futurismo. Algunas personas se recrean en el recuerdo de una edad dorada que nunca existió, mientras que otros ensalzan un futuro imaginado. ¿Les suena? También está lo que él llamaba la tendencia a idolatrar una institución efímera. Para algunos europeos actuales, ese ídolo efímero es la nación-Estado; para otros, la UE. Y no hay que olvidar su argumento, esencial y quizá bastante obvio, de que el declive de las civilizaciones suele consistir en una serie de derrotas y recuperaciones. En una frase que resulta casi una parodia de sus propias ideas, Toynbee decía que el ritmo normal parecía consistir en derrota-recuperación-derrota-recuperación-derrota-recuperación-derrota: tres compases y medio.
Pueblos ricos y libres
En la primera mitad del siglo XX, Europa se infligió a sí misma la mayor derrota de todas. En la segunda mitad tuvo una recuperación espectacular. Aunque la UE no puede (ni quiere, en general) equipararse con Estados Unidos en poder militar, sí está a su altura en cuanto al producto interior bruto combinado y el atractivo social. Es la mayor agrupación de pueblos ricos y libres del mundo. Y acaba de crecer aún más. Se trata de un triunfo extraordinario que, cuando murió Toynbee, el año del primer referéndum británico sobre la pertenencia a Europa, no podía prever casi nadie.
Al año siguiente, 1976, Raymond Aron escribió un libro titulado Plaidoyer pour l' Europe décadente (En defensa de la Europa decadente). Su gran preocupación era que Europa occidental estaba perdiendo la seguridad en sí misma, su deseo de vencer, lo que Maquiavelo llamaba virtù: "La capacidad de emprender acciones colectivas y la vitalidad histórica". El rival al que temía no era el Lejano Oriente, que, aparte de Japón, no parecía ser un gran adversario en aquellos tiempos, sino el Este más cercano, la mitad de Europa que gobernaban los comunistas y controlaba la Unión Soviética. (Dada la connotación negativa que ha tenido la palabra "liberal" en el reciente debate sobre el referéndum francés, es curioso que el título alternativo de su libro fuera En defensa de la Europa liberal).
Sus temores sobre el Este comunista resultaron injustificados, aunque un pesimista podría decir sencillamente que, en un proceso de "decadencia competitiva", el Este se desintegró antes. Como consecuencia, y debido al magnetismo y las políticas de la Unión Europea, el 1 de mayo del año pasado se incorporaron a la UE ocho democracias poscomunistas. Nunca hasta ahora había contado Europa con tantas democracias liberales, unidas en una sola comunidad económica, política y de seguridad. Sin embargo, la Crisis Europea se produce sólo un año después de esa victoria, y en parte debido a ella. Porque, entre otras muchas cosas, los votos franceses y holandeses fueron también un no a las consecuencias de la ampliación y la perspectiva de ampliaciones futuras.
Hace 30 años, a Aron le preocupaba una especie de complacencia hedonista que caracterizaba a las sociedades en decadencia. A riesgo de parecer un viejo conservador cultural, a veces se me ocurre esa misma idea cuando recorro los canales de televisión británicos y europeos, con la Isla de los famosos, Gran Hermano o los interminables y onanistas programas alemanes de entrevistas. Aron también estaba preocupado por el escaso número de nacimientos en Europa, que desde entonces ha disminuido todavía más. "La civilización del placer egocéntrico", se atrevió a escribir, "se condena a sí misma a muerte cuando pierde interés por el futuro".
Por supuesto, si se examina desde otro punto de vista, en otro sentido de la palabra liberal, los bajísimos índices de natalidad en países como España, Italia y Alemania son prueba de una mayor libertad; en concreto, del derecho de la mujer a decidir. Pero es de sentido común que los Estados del bienestar necesitan a alguien que mantenga a tantos jubilados. Y ese alguien está al alcance: una población joven, vigorosa y creciente que se encuentra al otro lado del Mediterráneo y está dispuesta a venir a trabajar aquí. Sin embargo, Europa está demostrando ser mala anfitriona para los inmigrantes musulmanes. El nee holandés fue, en gran parte, un no contra la inmigración musulmana, y el non francés habló contra la integración de Turquía en la UE.
Tal vez se hayan dado cuenta de que este análisis de la decadencia europea se parece sorprendentemente al que hacen los neoconservadores y antieuropeos de Estados Unidos, unas burdas caricaturas contra las que con tanta frecuencia he luchado. Puedo responder a eso con dos argumentos. Primero, los neoconservadores estadounidenses harían mal en alegrarse. Europa y Estados Unidos son dos partes de una misma civilización. Si la vieja Europa de este lado del Atlántico se derrumba, es posible que la nueva Europa de la otra orilla salga beneficiada a corto plazo por la correlación de poder, pero los intereses de Estados Unidos, a la larga, sufrirán un perjuicio enorme.
Sermones
Segundo, somos nosotros quienes debemos demostrar que se equivocan. Ninguna de las cosas que he insinuado es inevitable. Las lamentaciones tienen el propósito de evitar que se cumplan las profecías más siniestras. El proyecto europeo ha avanzado, muchas veces, precisamente a través de una crisis. Mi fórmula, extraída de Romain Rolland vía Antonio Gramsci, es "pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad". En un momento en el que la mayoría de los artículos en la prensa británica y europea se dedican a soltar los conocidos sermones de "debemos hacer esto, debemos hacer aquello", puede ser útil apartarse un poco y, con el pesimismo del intelecto, contemplar con calma el abismo. Luego, tras un periodo de reflexión, hay que actuar. Permítanse un capricho: demuéstrenle a un neocon que se equivoca.
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