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Columna
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El tunelazo

El pasado jueves 5 de mayo, a las doce y once minutos, una de las dos tuneladoras que perforaban en la vertiente madrileña se hacía visible desde el agujero horadado por la vertiente segoviana. Los equipos de ambos lados, que llevaban casi tres años perforando, se fundían en un abrazo. Allí estaba, con su casco reluciente, la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, para felicitar a los curritos y a los jefes de la obra. El túnel del AVE que atraviesa la zona oeste de la sierra del Guadarrama, el quinto del mundo en longitud, veía la luz. La cala final, por la envergadura y complejidad del proyecto, constituía un acontecimiento histórico digno de celebrar. Al día siguiente, la prensa hostil a la ministra le dedicaba duros titulares acusándola de "apropiarse" el éxito de esa obra a pesar de que la señora Álvarez reconoció in situ haberse encontrado los trabajos muy avanzados. Apoyaba las críticas, con entusiasmo, el secretario ejecutivo de organización del PP, Sebastián González, afirmando que la ministra de Fomento había protagonizado un acto oficial propagandista y sectario en el que no alabó el esfuerzo del PP en esta infraestructura. La amnesia es una enfermedad endémica en la política.

Han pasado apenas siete años desde que se tomó la decisión de acometer esta obra y se olvidan hasta el oprobio las tormentosas circunstancias que la precedieron. Déjenme que les recuerde que en diciembre de 1997 los planes del Ministerio de Fomento para enlazar Madrid con Valladolid con alta velocidad ferroviaria eran muy distintos. Pasaban por atravesar el valle del Lozoya a cielo abierto y partirlo en dos creando el efecto barrera en una de las zonas más sensibles y protegidas de nuestra región. Aquel disparatado trayecto contemplaba la construcción de tres túneles que sumaban 30 kilómetros trazando un ángulo casi recto que incrementaba notablemente el recorrido. Ése era el plan aprobado y el que los técnicos de Fomento defendían, para su vergüenza, como el único realmente viable. Y así iba a ser ejecutado sin que nadie le plantara cara desde la oposición de izquierdas, ni desde los grupos ecologistas a los que hubo que despertar. Tampoco el Gobierno regional, que entonces lideraba Alberto Ruiz-Gallardón, presentó batalla oficialmente a pesar de tener estudiada otra opción que salvaba el valle. Gallardón no quería enfrentamientos con Aznar y mantuvo callado a su consejero de Obras Públicas, Luis Eduardo Cortés, firme partidario de atravesar la sierra por la vía corta y con un gran túnel, el llamado tunelazo. Fueron tres alcaldes, tres alcaldes de pueblo (Bustarviejo, Canencia y Gargantilla), el mayor con un millar de habitantes, quienes levantaron la bandera en defensa del valle del Lozoya contra un proyecto técnicamente absurdo y medioambientalmente desastroso. Tres alcaldes del Partido Popular que pusieron por encima de los intereses del partido los de aquellos municipios que representaban y, por ende, los de toda la región. Tres alcaldes que sacudieron conciencias dormidas y que aguantaron el tipo cuando les fue enviado desde Génova un emisario para acojonarles e intentar comprarles con unas farolas y unas porterías de baloncesto. Tres alcaldes que, por supuesto, fueron debidamente represaliados.

Como tuve el honor de participar en ella, algún día les contaré con detalle la sofisticada estrategia urdida por esos "tres paletos" (así les llamaban en la sede regional de su partido) para salvar el valle y forzar la opción del tunelazo cuyo éxito de ejecución ahora todos se disputan. Atrás quedan los temores apocalípticos de aquellos técnicos del Ministerio de Fomento que hablaban de riesgos ocultos entre la masa de rocas que habrían de perforar. Manuel Melis, ese ingeniero cabezón que ahora despacha directamente con Gallardón, se preguntaba entonces: "¿Qué dificultades pueden encontrar que no hayamos encontrado ya horadando el metro de Madrid?". Melis fue el que dijo desde el primer momento que había que atacar la montaña con cuatro tuneladoras, una por cada boca del subterráneo. Esa alternativa terminó convenciendo al ministro Arias-Salgado, que tuvo la lucidez de reconocer el error al que le indujeron y el acierto de rectificar a tiempo. Éstos son, a grandes rasgos, los personajes que intervinieron en la génesis del tunelazo. Juzguen ustedes los méritos de cada cual.

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