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Reportaje:GOLF | Masters de Augusta

Los españoles, a la deriva en medio de la tormenta

Carlos Arribas

Ni siquiera el New York Times, evidentemente, acierta en todos sus pronósticos. Disputados sólo 18 hoyos del 69º Masters (Golf+, 21.30 / Canal+, 23.50), jugada solamente la cuarta parte del torneo, sólo mediante la intervención de un milagro podría convertirse en realidad su magnífica profecía, sólo así podría darse que el domingo, finalmente, Phil Mickelson, ganador de la anterior edición, cierre la tarde ayudando a José María Olazábal a ponerse una chaqueta verde sobre el green de prácticas.

Y quien dice Olazábal, podría decir Sergio García, quien, como el golfista de Hondarribia terminó la primera ronda -jugada en dos días por culpa de la lluvia- con unos pésimos 77 golpes (+5). Ningún jugador con 77 golpes de primeras ha ganado nunca el Masters. Sólo de entre los españoles, el malagueño Miguel Ángel Jiménez, que terminó con 74 (+2), podría, pues, aspirar a la victoria el domingo. Pero difícil parece, difícil. El líder del primer día era el habitual Chris DiMarco (67 golpes, -5), un norteamericano de gatillo fácil que cuando está caliente no falla ni una en el green. Le perseguían, alegres, un par de veinteañeros ingleses (Luke Donald y David Howell) y también estaban colocados, palabras serias, Vijay Singh (ganador en 2000) y Phil Mickelson. Retief Goosen tampoco andaba muy lejos, pero sí Ernie Els y Tiger Woods, a quien también se le habían atravesado los greens.

El jueves por la noche, el abuelo Billy Casper (73 años, ganador del Masters 70) terminó la primera ronda con 106 golpes (+34), incluidos unos insólitos 14 golpes en el hoyo 16 (un par tres con lago al que cayó cinco veces). Tales números merecerían pasar a los libros de estadísticas como récords inverosímiles, pero eso no sucederá porque Casper, de Salt Lake (Utah), 11 hijos y decenas de nietos, no firmó tan horrísona tarjeta, ni la entregó. Se la guardó en el bolsillo y se la levó. "La voy a enmarcar", dijo. "Es histórica". Históricos son también todos los golpes que da en su santuario el abuelo Jack Nicklaus, a quien lo que más le cuesta en el campo de golf (aparte de andar erguido: operación en la espalda, cadera de porcelana) es doblar sus rodillas artríticas para marcar la bola o extraerla del agujero. Si se pudiera, si hubiera una técnica disponible, habría que enmarcar su temple manejando los hierros, tal el Faraón de Camas con el capote, su dominio del campo, su fluidez. En un campo tan largo como la Augusta del siglo XXI, sus 77 golpes de la primera ronda (los mismos que Olazábal) valen por 67.

De Olazábal, que no tenía una primera ronda tan mala desde 1989, cuando era un pipiolo de 23 años que logró terminar octavo, lo único que se podría enmarcar son las dos frases con las que resumió sus miserias: "No he jugado nada bien. No hay nada que objetar". Las pronunció cinco minutos escasos después de que un atroz doble bogey en el 18 aumentase hasta límites exagerados la frustración que arrastraba desde el primer hoyo, desde que el mediodía del jueves, tres putts en el green del 1 marcaran la tendencia de sufrimiento. Antes de comenzar a darle a la bola, sus próximos, los que han vivido de cerca su descenso a los infiernos los dos últimos años y se han regocijado esta primavera con su resurrección, sus amigos, optimistas, anunciaban: "Por primera vez en 20 años ha llegado a Augusta y ha dicho que se encontraba donde quería, que estaba jugando bien". Mediada la partida, y visto lo visto, Olazábal crispado, acelerado, destemplado, torpe, el discurso, pesimista, era: "Viéndolo ahora vosotros, pensaréis que os hemos mentido, que Olazábal esta primavera ha sido el mismo de los últimos dos años, el mismo que estáis viendo ahora..." O peor, víctima de sus hábitos: Olazábal, el que siempre se transformaba (para bien) en la semana del Masters, ha seguido transformándose, aunque ahora para mal.

Nada más comenzar la segunda vuelta se volvió a suspender la jornada. Hoy sábado se intentará reanudar el torneo.

Miguel Ángel Jiménez, con cara de preocupación, espera su turno.
Miguel Ángel Jiménez, con cara de preocupación, espera su turno.AP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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