Integrista de ida y vuelta
Durante 10 años fui un salafista en la senda del takfir, o, si lo prefiere, me ha costado 10 años reencontrarme. Ahora me considero un liberal", confiesa Jaled al Ghannami. Estamos sentados en el vestíbulo de un hotel de Riad y este profesor de inglés saudí de 39 años da la impresión de estar en paz consigo mismo. Pero el camino ha sido arduo. Su radicalización pudo haberle convertido en un terrorista suicida en busca del paraíso. No llegó a traspasar el fino velo que separa el extremismo religioso de la militancia violenta y lo cuenta a modo de advertencia.
El salafismo es una rígida y puritana interpretación del islam que sigue los pasos de los primeros musulmanes, los compañeros del profeta. El takfir, literalmente denuncia de la apostasía, es una secta que ha traducido ese rigorismo en un objetivo político: acabar con todos los Gobiernos no islámicos. Con un agravante, acepta la violencia para lograr sus objetivos. Ambos han encontrado un gran eco en la cuna del islam, Arabia Saudí, que desde hace dos años busca las raíces del terrorismo que le sacude.
Todo el mundo sabe que el Ministerio de Educación es lugar para la gente religiosa. Es su feudo. Está tomado por los Hermanos y el movimiento islamista
Ibn Taimiyya, un ulema sirio del siglo XIII, es el mentor del movimiento islamista suní. Muchos de los ideólogos del islamismo violento recurren a sus fetuas
Jaled inició el viaje a la frontera del infierno con 26 años. "Empezó como una experiencia espiritual, decidí ser más religioso", recuerda. Fue a finales de 1990, cuando la invasión iraquí de Kuwait y la llegada de tropas estadounidenses a suelo saudí enfrentaron a los imames con las autoridades y sus prédicas subieron de tono.
"Enseguida me dejé crecer la barba, acorté mi túnica y empecé a acudir a la mezquita no sólo cinco veces al día, sino también para clases y charlas. Encontré a gente que creía en el concepto del takfir, que consideraba infieles a quienes no seguían su interpretación del Corán. Tenían libros de Abu Mohammed Moqdisi, Juhayman al Utaybi y otros radicales. Resultaban muy atractivos para jóvenes llenos de entusiasmo y sin conocimiento religioso. Son ideologías muy tentadoras", explica.
"Pensé que no tenía sentido mantener mi trabajo como profesor de inglés en el Ministerio del Interior y lo dejé, pero enseguida me uní al de Educación. Todo el mundo sabe que ese es el lugar para la gente religiosa. Es su feudo. Está tomado por los Hermanos y el movimiento islamista. Así que volví a ejercer de profesor. En los últimos dos o tres años ha estado en el centro de todas las críticas, así que ahora tienen más cuidado y será difícil que alguien propague aquellas ideas abiertamente".
Jaled no lo dice, pero los edictos de algunos jurisconsultos (mujtahids) ocasionalmente han justificado que se diera muerte a quien ha abandonado la "verdadera fe" para convertirse en un infiel (kaafir). En esas teorías se fundamentan las interpretaciones violentas del islam, que buscan restaurar el Califato (imperio político islámico) que un día se extendió desde Asia hasta Al Andalus. Son ideas que se repiten en los comunicados de Al Qaeda o de los grupos que miran en su espejo.
"Para mi fortuna no soy una persona violenta y nunca crucé el umbral de la acción", asegura Jaled cuando le pregunto si ha participado en algún atentado o ha estado detenido. Aun así, reconoce que existe "una conexión ideológica entre los ulemas y los terroristas. Todos han tenido lazos con Safar al Hawali, el número dos del movimiento islamista saudí, y es a él a quién recurrieron las autoridades cuando ofrecieron una tregua". Jaled ha llegado a escribir que son ellos los verdaderos culpables de los ataques. "El joven de 22 años que se suicida es también una víctima", argumenta.
"Al Hawali era uno de los clérigos que a principios de los noventa hablaba del takfir y todos los takfiris le visitaban en La Meca. Le echaron de la Universidad y pasó cinco años en la cárcel entre 1995 y 2000", precisa Jaled, lo que parece indicar que las autoridades saudíes conocían el peligro que representaba. "Tal vez, aun así estoy con el Gobierno en no atacarles frontalmente, en dejarles una vía de salida, porque tienen muchos seguidores", defiende.
"Ésta es una sociedad basada en el miedo", admite Jaled, "las charlas que nos daban los clérigos hablaban de la muerte, de lo que te sucede después de muerto. Nos transmitían la idea de que los jóvenes éramos todos unos pecadores. Nos hacían sentir culpables. Yo, sinceramente, me uní por miedo".
"Un buen amigo mío, Sultán Bijad, resultó muerto hace poco más de dos meses
[en el ataque suicida contra el Ministerio del Interior, el 29 de diciembre]. Todavía recuerdo el día que decidió hacerse religioso. Era 1995. Tenía 22 años. Primero siguió unas clases en la mezquita, luego se unió a la policía religiosa. Ese cuerpo es el mejor lugar para ellos porque les da poder, les permite practicar la violencia. Pueden detener a la gente, citarla en su sede y humillarla", resume.
Jaled también conoció entonces a Saud al Utaybi, número siete en la lista de terroristas más buscados de Arabia Saudí y en la actualidad jefe de Al Qaeda en la península Arábiga, después de que la policía saudí haya dado muerte a sus tres predecesores.
"Me encontré con él cinco veces en 1994", rememora. "Ya estaba en las listas de búsqueda y captura de la policía. Me contó cómo huía a Yemen cada vez que le pisaban los talones. Un día le invité a cenar a casa. Hablamos mucho. Estaba convencido de que todos los miembros del Gobierno eran infieles. Es un hombre muy tranquilo, con una voz profunda y pausada como la de Bin Laden. Era un buen tipo, una persona atractiva, que nunca se enfadaba. Unos años después, en 1997, le vi en la mezquita del Viernes con su hijo. Lo siguiente que supe de él fue por los periódicos".
Otros mundos
¿Qué llevó a Jaled a alejarse de los radicales? "En 1998 empecé a viajar, conocí a otra gente y leí otros libros. Dos años después lo había dejado atrás". Sin embargo, no fue fácil. "Intentaron recuperarme. Al principio, sólo me daban consejos. Me preguntaban por qué me había vuelto a poner el aghab sobre el pañuelo [quitarse ese cordón negro que sujeta el pañuelo árabe a la cabeza es uno de los signos por los que se reconoce a los piadosos]. Pero en mayo de 2003, después del triple atentado de Riad, escribí un artículo en Al Watan en el que culpé de lo sucedido a Ibn Taimiyya. Decía que sus ideas habían alentado el ataque. Entonces estalló el infierno".
Ibn Taimiyya, un ulema sirio del siglo XIII, es el mentor del movimiento islamista suní. Muchos de los ideólogos del islamismo violento recurren a sus fatuas. Pero mentarle en Arabia Saudí es como mentar al padre de la patria.
"Recibí cientos de llamadas en el móvil, la mayoría de ellas intimidantes. Tuve amenazas de muerte. Incluso fui citado por la oficina de supervisión del ministerio. Durante dos meses estuve muy asustado, pero mantuve mi vida normal y no sucedió nada. Bueno, echaron al director de Al Watan por haber publicado mi artículo. Me prohibieron publicar durante seis meses. Ahora la situación es diferente. Ahora se puede discutir".
Rigidez religiosa
POR MUCHO QUE LA LÍNEA OFICIAL del Gobierno saudí sea condenar el terrorismo como un fenómeno ajeno a las tradiciones y los valores del reino, Jaled no tiene duda de que hay dos elementos que lo alientan: la falta de expectativas de la juventud y la educación. "¿Cómo se evita que los jóvenes sigan ese camino? Dándoles medios de diversión que les alejen de esta rigidez. Si estás rodeado por este ambiente y los religiosos, te sientes culpable de fumar, de afeitarte la barba, de todo. La única forma que tienes de hacer frente a esa situación es unirte a ellos. Los que ya se han unido a la violencia es difícil que se vuelvan atrás, han cruzado la línea roja", reflexiona Jaled.
"La educación también es muy importante", apunta. "En nuestro sistema no se discute, sólo se escucha, se repite y se memoriza. Algunos profesores han estado enseñando a los niños a odiar a quienes no son musulmanes, incluso a los chiíes. El año pasado se empezó a cambiar el currículo, pero ahora acaban de nombrar un ministro de Educación fundamentalista, lo que ha decepcionado a muchos saudíes. Tal vez eso le dé más margen de maniobra para hacer los cambios. Tenemos que esperar y ver qué pasa en los próximos años".
¿Qué le gustaría a Jaled? "No espero que nos convirtamos en una sociedad liberal, pero sí en una sociedad islámica más abierta, donde nadie pueda venir a decirte que tienes que cubrirte la cara o dejarte crecer la barba. Me gustaría que hubiera más diversiones para los jóvenes. Me gustaría ver vida. ¿El modelo? Tal vez Kuwait. Dubai no, porque se interpretaría que queremos permitir el alcohol y ése no es el objetivo. Sólo queremos libertad".
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