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MÚSICA

Akim el Sikameya, dulce mediterráneo

AUNQUE APARENTA poco más de 30 años, al afable y sonriente argelino Akim el Sikameya nacido en Orán, como Rachid Taha, le vence la coquetería y prefiere ocultar su fecha de nacimiento. Toca el violín a la manera árabe, en posición vertical sobre su muslo izquierdo, pero sobre todo ha encandilado a los amantes del Magreb por el optimismo que irradia su voz bellísima, de luminosidad mediterránea. En el reciente Womad de Las Palmas de Gran Canaria sedujo a millares de curiosos con la alegría contagiosa que desprenden las melodías de su segundo disco, Aïni, publicado este mes por toda Europa.

"¿Hay motivos para la felicidad?", repite sin perder su perenne sonrisa. "Sí, ya sé que la realidad cotidiana es tan catastrófica que entran ganas de meterse un tiro en la sien. Pero yo me siento un hombre privilegiado: tengo la suerte inmensa de vivir de mi pasión, intento estar a gusto dentro de mi pellejo y quiero transmitir esa alegría vital que forma parte sustancial de mí".

Las canciones de El Sikameya son una llamada permanente a la tolerancia y la comprensión entre los hombres, más allá de lenguas, religiones o nacionalidades. "No me gusta hablar tanto de integración como de curiosidad recíproca", puntualiza. "Me encanta ese espíritu mediterráneo en el que cada cual respeta la cultura del vecino y es lo bastante curioso como para interesarse por ella. A fin de cuentas, todos los que hemos nacido junto al Mediterráneo compartimos artes milenarios, un clima similar y hasta una parecida afición por hablar mucho... Quizá yo sea un utópico, pero creo firmemente en que el entendimiento entre los pueblos es posible".

Su música bebe en la tradición árabe, pero también se asoma a la España andaluza y a otras latitudes más inesperadas. "Para mí es del todo natural que me gusten al mismo tiempo Paco de Lucía, Tomatito, Gilberto Gil y la música celta. Un compositor debe escuchar docenas de discos sin preocuparse por su procedencia, igual que un escritor tiene que haber leído mucho antes de redactar su primera novela". No muestra, en cambio, el menor interés por los sintetizadores, desterrados en beneficio de guitarras, laúdes, flautas, saxos, clarinetes, acordeones y demás arsenal acústico. "Siempre puedo evolucionar, pero espero no hacerlo en la dirección de las maquinitas", anota, cómo no, entre carcajadas. Y concluye: "Sólo espero que, dentro de 50 años, pueda escuchar cualquiera de mis discos sin que me salgan más arrugas en la cara...".

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