El mosaico andalucista
Ortega y Álvarez se disputan la dirección del PA en un congreso que comienza muy abierto
Después de ocho años de gobernar la Junta en coalición con el PSOE, los andalucista volvieron al término de las elecciones de marzo pasado a su legendario desierto, y la débil estructura interna que sostenía una paz tan temporal como simulada terminó por dislocarse. Fuera de las instituciones, el PA ha mostrado desde entonces la crudeza de la crisis -en realidad, nunca dejo de existir-, que tiene su origen en un problema endémico: la ausencia de un liderazgo claro para todo el territorio andaluz y el excesivo protagonismo de los alcaldes.
En el anterior congreso, el fundador del partido, Alejandro Rojas-Marcos, y el secretario general, Antonio Ortega, vencieron por un escaso margen a la candidatura impulsada por el ex alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, virtualmente expulsado. El asunto parecía resuelto, pues a la actitud siempre díscola de Pacheco -enfrentado desde la década de los noventa con Rojas-Marcos- se había atribuido la mayoría de los males del PA. Sin embargo, pronto surgieron las contrariedades.
Antonio Ortega, quien hasta ser consejero de la Junta en 1996 había estado al lado de Alejandro Rojas-Marcos, consideró que era el momento de acabar con la hegemonía del fundador y fortalecer su posición. Como movimiento táctico, a mitad de la legislatura pasada decidió dar un salto desde el departamento que ocupaba, Relaciones Institucionales, a Turismo y Deportes, la otra consejería que controlaba el PA, con más medios económicos y, sobre todo, proyección ante la sociedad para mejorar su imagen de candidato a las elecciones autonómicas. El titular de Turismo, el rojasmarquista José Hurtado, fue desalojado de un plumazo. El fundador accedió a la operación, según dicen, convencido de su conveniencia, pero entre sus partidarios y otros sectores emergentes la gestión de Ortega en el partido empezó a crear cierto rechazo tras varias declaraciones desafortunadas y estar al borde de la reprobación parlamentaria por decir que "sería preferible dos casos de corrupción al año que una administración lenta". A ello se unió la opinión cada vez más extendida de que el pacto con los socialista en la Junta, especialmente en la segunda etapa, lejos de relanzar al PA, lo había fagocitado. Un porcentaje muy bajo de electores, apuntaban las encuestas, sabía que los andalucistas gobernaban en coalición, y en la organización preocupaba que el PA se consumiera en el fuego lento de una nueva alianza con el PSOE.
20 días antes de las elecciones andaluzas, Rojas-Marcos y Ortega se pelearon en público a cuenta del acuerdo con los socialistas. El primero quería que se rompiera el pacto de inmediato y no volver a reeditarlo aunque se produjeran las circunstancias para ello. Pero Ortega tenía ya diseñado un detallado organigrama de su posible colaboración con el PSOE en el que, por cierto, se otorgaba el rango de vicepresidente. Con estos mimbres, la armonía era un imposible. Los comicios autonómicos, y luego los europeos -en los que Rojas-Marcos no logró escaño-, apenas amortiguaron la crisis, que para entonces había explotado en toda su magnitud.
Como en los pasados congresos, la acritud entre las candidaturas de Antonio Ortega y Julián Álvarez es extrema. El oficialista sostiene que la lista rival (Andalucismo XXI) es una tapadera de Rojas-Marcos, quien supuestamente planea una operación electoral al margen de la siglas del PA. Los críticos dicen que la avidez de Ortega y su equipo por mantenerse en sus puestos institucionales ha conducido al partido al borde de la desmembración definitiva.
También, como en asambleas anteriores, ambas opciones se apoyan en alianzas del alcaldes o portavoces municipales, es decir, se nutren de la unión temporal de un puñado de dirigentes locales, sin especial afinidad ideológica, en torno al objetivo táctico de derribar al adversario. El plato fuerte de Ortega, por ejemplo, son los apoyos de los virreinatos de San Fernando y Algeciras (Cádiz), que controlan Antonio Moreno y Patricio González, además del respaldo del alcalde de Almuñécar (Granada), Juan Carlos Benavides, quienes en otras ocasiones han jugado en el ajedrez andalucista con las piezas contrarias. El gran soporte de Álvarez es Sevilla (un centenar de delegados), cuya capital, es por entero afín a Rojas-Marcos. Su lista, además, está repleta de alcaldes y portavoces.
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