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Damasco | CRÓNICA INTERNACIONAL
Columna
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Raíces y actualidad de la espiritualidad musulmana

BEN ARABI, conocido en la espiritualidad musulmana como el maestro supremo "al shayj al akbar", nació en Murcia (1165) y sus restos yacen en Damasco, donde en el esplendor de su enseñanza metafísica y visionaria residió durante los últimos años de su existencia. Fue un verdadero puente entre culturas en su largo periplo por la orilla sur del Mediterráneo, desde Al Andalus hacia el Oriente, al tiempo que encarnó una inspirada síntesis de la escolástica musulmana (kalám), la filosofía árabe (falásifa) y el esoterismo medioriental griego y persa. En una obra suya de juventud que podría traducirse como Libro sobre el esplendor de los frutos del viaje, se atrevía a proponer la tesis de que al tiempo que la existencia es constante actividad, y todos los seres se encuentran destinados a viajar en el universo, de alguna forma la divinidad también se halla involucrada en tal odisea, ya que se manifiesta a través de éstos. El viaje de la divinidad no es lineal, sin embargo, como el de las criaturas, sino una "creación renovada en cada instante", una suerte de infinito bombeo o latido que mantiene vivo todo el cosmos, atisbo que encuentra inquietantes ecos en los descubrimientos últimos de la astrofísica. De la misma manera, y en un ecumenismo en verdad avanzado para su tiempo, el místico murciano se aventuraría a decir contra todo fanatismo y de forma poética en su obra El intérprete de los deseos: "Mi corazón adopta todas las formas: unos pastos para las gacelas y un monasterio para el monje. / (El) es un templo para los ídolos, La Kaaba del peregrino, las tablas de la Torá y el libro del Corán. / Sigo sólo la religión del amor, y hacia donde van sus jinetes me dirijo, / pues es el amor mi sola fe y religión".

La borrachera espiritual, el trascender los límites impuestos al espíritu por los moldes de la propia personalidad y la vida social, es uno de los rasgos del sufismo, expresado tanto en poesía, donde esta sugerencia e invitación al arrebato imaginativo toma todo su vuelo, como en los escritos religioso-filosóficos de forma más o menos discursiva, tales como los del citado Ben Arabi en sus revelaciones de La Meca "futuhát al maqqiyya". El vino y la copa en que se escancia, la pasión extremada y los atributos idealizados del ser amado, el canto del ruiseñor, la rosa secreta o que milagrosamente nace en mitad del desierto, y el jardín escondido, son algunos de los elementos de esta lírica simbólica, que fundamentalmente nos queda en lengua árabe y persa; más sobria y directa en la primera y alambicada en la segunda.

Ninguna figura en la literatura mística musulmana como el egipcio Omar ben al Farid (1181-1235) ha dedicado un poema báquico "jamriyya" a la borrachera espiritual, con la intensidad y sentido de la transformación sustancial con que él lo hizo. Por añadidura fue, junto a Ben Arabi, de los muy pocos que se arriscaron tanto a dirigirse en femenino a la divinidad: la amada, como a emplear, aun en sentido metafórico, el vino como una sustancia espiritual: "Mi espíritu fue por el vino cautivado, hasta que fuimos uno solo, sin que uno al otro poseyera".

Las figuras clave de la época esplendorosa del sufismo, tales como Yalal ad Din Rumi (muerto en 1273), Ben Arabi o el referido Ben al Farid, son la antítesis misma de la conformidad y de la repetición ciega de los dogmas monoteístas. Sin embargo, significan en cada uno de sus versos la revivificación ihya' "más sutil, al tiempo de radical, que de esta religión pueda imaginarse. A través de sus escritos, ya sean poemas, acertijos, cuentos o exposiciones de teología mística, se respira el afán de descubrimiento, de renovación espiritual, como desde entonces, entre los siglos IX y XIII, no ha vuelto a conocer este credo, periódicamente rebajado como revelación y convertido en código político e ideológico. Hablan de encuentros como el de Ben Arabi con una joven mujer de origen persa, Nizam, investida de todos los poderes espirituales, quien durante una de sus peregrinaciones a La Meca le reveló los "secretos del islam", y a cuya presencia iluminada y fantasmagórica está dedicado El intérprete de los deseos. Por estos pasajes y muchos otros en los que trata de la divinización del cosmos, como cuerpo mismo, inmanente de la deidad, Ben Arabi fue perseguido y acusado de panteísmo.

La fuente del misticismo islámico y su particular ascesis se localiza tradicionalmente en los retiros periódicos del Profeta, algo antes de cumplir los 50 años, en una cueva cercana a La Meca en el monte Hira. Sin embargo, como sucedió en el terreno del arte, la ciencia o la filosofía musulmana, esa tendencia, tan esotérica como cotidiana de esta religión, nació de una forma compleja y motivada por un gran sincretismo: neoplatonismo, cristianismo ascético y zoroastrismo, junto a las danzas animistas ancestrales, y posteriormente la religiosidad hinduista y budista. Todos ellos, agregados que se articularon en los primeros siglos del islam, forman parte de las raíces literarias, conceptuales y prácticas de esta mística, que tras vivir su etapa dorada se hundió lentamente en la repetición y el comentario más y más depauperado.

A pesar de que esta corriente espiritual procede directamente del islam, su interés no se centra en la comunidad (umma), en la prescripción de ritos o en la moral externa, sino en el individuo, en los métodos de perfeccionamiento interior y de conocimiento de la "Unidad" divina, inherente a todas las cosas. Para el sufismo, la disolución (fana') de la propia personalidad, del ego en tanto que separación de la divinidad, es la meta última. Se trata también de un refinado humanismo, pues propugna una visión cualitativa e intensa de la vida, e introduce en la religión islámica la gnosis, el hermetismo, la poesía, la música y cuantos elementos activos ofrecen a la persona una apropiación del propio camino, de hecho, una de las posibles etimologías de la palabra procede del griego sophía (sabiduría).

El islam ortodoxo siempre consideró sospechoso e incompatible el concepto de "hombre perfecto" (insan al kamil), desarrollado en esta vía, y que ya estaba presente en la gnosis helenista. Aquéllos dan por dogma inamovible que su religión está dirigida a la comunidad de creyentes, para que las leyes (sunna) sean respetadas, con la vista puesta en el hombre como pasivo "esclavo de Dios", y no en que pueda seguir un camino interior. Dos de los más conocidos místicos musulmanes tanto Shihab ad Din Suhrawardi al maqtul (el asesinado) -muerto en Alepo (1191) bajo la acusación de sostener que Alá podía mandar nuevos profetas a la tierra tras Mohamed- como Al Hallay (muerto en 922) -quien en un arrebato místico gritó ¡yo soy la Verdad!- fueron ajusticiados por separarse de los dictámenes de los ulemas y sugerir los poderes de ese "hombre perfecto". Tras las vertiginosas conquistas de un imperio guerrero y cultural en ciernes, el sufismo supone para el islam una revalorización del ser humano, de su poder transformador frente al destino ciego, que devora épocas y pueblos, potenciando la concepción de éste como representante jalifa de Dios en la tierra (2,30). Nada de lo que le concierna puede escapar a la consideración divina, como queda claro en el Corán (50,16): "Estamos -Alá- más cerca de él que su vena yugular". El sufismo encuentra su base fundamental en versículos coránicos, tales como la aleya de la luz (24,35), según la cual, y mediante diversas interpretaciones, el corazón del hombre es una lámpara de cristal encerrada en una hornacina, que puede recibir el fulgor divino e iluminarse. El "hombre perfecto" es quien en sí actualiza ese fulgor "que aleja las tinieblas" y al tiempo obra como depositario de los "nombres divinos", los 99 atributos de Alá.

Esta concepción de la revelación como luz, como "vía" de esclarecimiento, se encuentra igualmente en numerosos credos, y en el sufismo dio una escuela o cofradía, la ishraqiyya, fundada por el nombrado Shihab ad Din Suhrawardi (1154-1191), que aun inscrita en el islam, bebe directamente de la antigua religión irania, basada en la lucha de la oscuridad y la luz. La "sabiduría luminosa" (hikmat al ishraq) descrita en su obra Relato del destierro occidental (qissa al gurba al garbiyya) debe ser buscada en Oriente y en los "seres de luz": los maestros investidos de un particular poder espiritual, entre quienes incluye a filósofos griegos, tales como Platón y Aristóteles. La búsqueda de la luz interna (kashf = descubrimiento) equivale a un resquebrajar el "yo" y sus paredes, que impiden ver el resplandor, por lo que el "destierro occidental", el mirar al sol poniente, no al astro cuando aparece por el Este, es desde esta perspectiva el atarse a la oscuridad y circular por los estrechos pasillos de la razón.

El sufismo representa una de las señas de identidad más positivas que la sociedad islámica posee, encarna su lado realmente progresivo y creativo, y resulta por ello de un valor inestimable para su supervivencia cultural, la que pasa por un necesario repristinar la religión, liberándola de los intereses tribales, nacionalistas y políticos que en la actualidad la atenazan.

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