Sácale la lengua
El cronista contó, hace años y en estas páginas, el episodio que le sucedió con un gendarme motorizado y sabio. Regresaba el cronista de Ginebra a bordo de su 600, a principios de los 70, cuando le dio el alto cerca de Perpiñán porque había pisado una línea continua. Sintiéndose indefenso ante la multa que se le venía encima, el cronista apeló a la socorrida artimaña del más absoluto desconocimiento del francés, a ver qué pasaba. Y pasó que el gendarme miró la matrícula del automóvil y le preguntó afablemente: Vosté és d'Alacant? El cronista dijo que sí y el gendarme le respondió, siempre con una sonrisa: Vosté i jo parlem la mateixa llengua, o siga, el català, en comprén ara? El cronista dijo que sí, que lo comprendía, y ya sin más pretexto que esgrimir, abonó la multa. Cierto que el gendarme tenía un acento y una entonación muy distinta a la que solía escuchar en Mutxamel o en la Vila, pero también, éstas eran distintas entre sí, y distintas de la que había percibido en Biar o en Alcoi. El cronista se felicita por ello. Se felicita de que un grupo social determinado sea capaz de influir no sólo en el entorno rural o urbano del lugar donde convive, sino hasta en el lingüístico, imprimiéndole, a base de sensibilidad popular, peculiaridades y giros propios, que dependen de la climatología, de la agricultura, del comercio, de los usos y modos de producción, y, por supuesto de la escuela. A los filólogos y lingüistas les compete el estudio científico, gramatical y lexicográfico de una lengua, de su literatura y "demás manifestaciones del espíritu a que ha servido de vehículo", y a los escritores divulgarla, recrearla y facilitarle patente de corso, si es preciso, para que tome al asalto las doctas y frágiles defensas de cuantas instituciones académicas no se pongan al día y no ofrezcan argumentos y denominaciones certeras, al margen de cualquier chovinismo interesado. Quienes parecen más dispuestos a armar la gresca son los políticos, y en esta materia los políticos tienen poco que decir. Con motivo de la presentación de la Constitución en las varias lenguas cooficiales de España, en Bruselas, se ha descubierto el chalaneo que algunos partidos llevan a cabo tan irresponsablemente, que ya tenemos dos textos repes: el llamado catalán y el llamado valenciano. Aquí, ya no se discute la unidad de la lengua; aquí se oculta un complejo de inferioridad y unas actitudes personales que nada tienen que ver con la filología y sí con las urnas. Unidad de la lengua que no cuestiona ni el popular Josep Piqué y que la Acadèmia Valenciana de la Llengua "reconoce en su preámbulo la pertenencia del valenciano a la familia lingüística del catalán", según este mismo diario del viernes. El cronista considera que Camps debería comprender que la lengua no es tema de negociación, sino de conocimiento y estudio. Otro asunto son los convencionalismos y las conveniencias políticas. Por todo eso, el cronista se queda con la aplastante sabiduría del gendarme que lo multó: su único interés era hacer cumplir el código de la circulación. Ay, flaco, mira, ¿ves?, con las prisas, el cronista ha escrito esto en boliviano en lugar de en español, ¿crees que lo entenderán?
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