El remate final

Eran las rebajas de las rebajas. Fue el remate final. La despedida de los empresarios por la puerta de atrás. Una baratija en toda regla. Y no se daba crédito a un saldo tan descarado, tan inmenso de desvergüenza torera. Una encerrona indigna por los descastados e inválidos animales; por los jinetes sacados de un tebeo, por los caballos de una cuadra infame; por unas varas torticeras; por unos novilleros con pretensiones galácticas; por unos gestores que perpetran insufribles atropellos; por unos presidentes acomodados; por una Comunidad de Madrid que no se reponsabiliza de lo que sucede. Y mientras tanto, la afición soportando el desconsuelo más absoluto.

En la tarde de ayer no sucedió nada con verdad. Quizá, la ilusión de los jóvenes matadores, pero insuficiente si faltan rescursos. Se les perdonaría la osadía triunfalista si hubieran estado mínimamente poderosos. Malísimas bregas, capotazos sin fin, mantazos a diestro y siniestro.

Queda un invierno caliente, una plaza que sale a concurso, un agujero negro con dimensiones espeluznantes, una afición que espera un milagro. Y no lo hará Dios, sino alguien que sepa y exiga, y sobre todo que tenga ganas, además de afición, para arreglar este desaguisado. Lo dicho, un milagro.