Ha sido usted borrado de la memoria de alguien
¿QUÉ SUCEDERÍA si un buen día su pareja decidiese hacerle desaparecer, literalmente, de su memoria, olvidarle para siempre? El introvertido Joel Barish (un comedido Jim Carrey) descubre que su alocada novia, Clementine Kruczynski (Kate Winslet), se ha hecho borrar de su memoria todo lo relacionado con su insatisfactoria relación. Y decide hacer lo mismo. ¿Adiós al amor? No. No está todo perdido, queda un resquicio para la esperanza: Joel se lo replanteará cuando sus recuerdos, también los buenos, empiecen a desaparecer.
Se trata de ¡Olvídate de mí! (Eternal sunshine of the spotless mind, 2004) de Michel Gondry, una comedia romántica cuyo título en inglés (está extraído de un poema de Alexander Pope) resulta mucho más sugerente: Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Plantea una original revisión del tema de la alteración de la memoria humana que tanto juego ha dado: el cerebro como un disco duro (Johnny Mnemonic), el borrado ocasional (Paycheck), la implantación de recuerdos (Desafío total, Abre los ojos), los fallos y la recuperación de la memoria (Memento, Recuerda), etcétera.
Una compañía de nombre harto elocuente, Lacuna Inc., se encarga del borrado selectivo de la memoria. Si usted tiene un recuerdo que le gustaría olvidar o una persona a la que desearía no haber conocido nunca, contrate sus servicios. No se arrepentirá. Es más, como no se acordará de ello, ese recuerdo desagradable o esa persona no grata habrán dejado de existir. Una posibilidad inquietante. Dada la relevancia del método, resulta paradójico que sólo lo realice un médico, el doctor Howard Mierzwiak, en una consulta privada y con unos ayudantes de lo más incompetente. Los graves efectos que un fallo o mal uso podrían tener en el sujeto que se somete a esta técnica recomiendan su práctica en un gran centro hospitalario que reúna todas las garantías. No hay que ser muy perspicaz para entender que anularse un recuerdo no sería (o no debiera ser) lo mismo que acudir al dentista para extraerse una muela.
Ingenuo resulta también el dispositivo de borrado. Se echa en falta un poco más de rigor tecnológico. El borrador recuerda a una especie de secador de peluquería, donde el paciente introduce su cabeza, conectado a un ordenador de sobremesa. Demasiado simple para trazar un mapa cerebral similar al que se obtiene con técnicas de amplio uso médico como la tomografía de emisión de positrones (PET). En esa imagen del cerebro de Joel destacan unas manchas verdes que se supone que son los fragmentos de los recuerdos que el operario persigue, tecla en mano, con ahínco y destruye, cual marciano de videojuego, dejando un destello rojo. Aquí es patente la analogía entre el proceso de borrado de archivos en un soporte magnético (acceso a una zona concreta del disco duro o disquete y modificación de las propiedades magnéticas) y el de paquetes de memoria en la superficie cerebral.
La memoria humana se presenta como muy parecida a la de un ordenador. Pero esto no se ajusta del todo a la realidad. Una de las muchas características sorprendentes del cerebro humano es su capacidad para almacenar información tanto sobre sí mismo como sobre el entorno. Los expertos señalan que todas las regiones cerebrales almacenan algún tipo de memoria, si bien este término se reserva para designar al conjunto de experiencias personales que un individuo adquiere durante su vida. Mientras que algunos investigadores sugieren que la memoria se sitúa en zonas específicas, para otros la memoria implica a amplias regiones cerebrales que funcionan conjuntamente.
Según el neurofisiólogo J. M. Fuster, la memoria se almacena en su mayor parte en la neocorteza, la región de aparición más reciente en la evolución de la corteza cerebral. Las pruebas disponibles indican que la memoria en los humanos se almacena en redes de neuronas corticales que se superponen y se interconectan. De la idea que se tenía sobre la localización de los diferentes tipos de memoria en lugares concretos del cerebro se ha pasado a la consideración de la memoria como una propiedad conjunta de los sistemas de neuronas. Demasiado complejo y desconocido aún como para someterse sin reservas a una técnica de manipulación. Fíjense con qué ingenuidad nuestro protagonista se dirige al doctor instantes antes de ser sometido a la intervención: "¿Hay algún riesgo de lesión cerebral?", pregunta Joel. A lo que aquél responde: "Bueno, técnicamente hablando, la operación es en sí una lesión cerebral, similar a una noche de borrachera...".
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