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Dual

En la novela El caballero inexistente, Italo Calvino califica de personalidad individual inexistente, la de quien aún existiendo no lo comprueba mediante la búsqueda de algo distinto dentro de sí, y se limita a funcionar aisladamente sin relacionarse con lo que por historia está a su alrededor. Acaso fuera ello también aplicable a quienes como colectivo no desarrollan todas sus capacidades de relación.

Porque en efecto, en cada momento ¿cuál es nuestra estrategia? ¿cuál es nuestro posicionamiento social? ¿cuál nuestra opción ciudadana? De hecho no llegarán a reconocernos los demás cuando no lleguemos a identificamos nosotros mismos. Y no valen respuestas que se conformen con nuestro esplendoroso pasado, donde abundan desde magnánimos reyes a controvertidos Papas, sino preguntas que aviven nuestras conciencias precisamente para volver a alcanzar las glorias de antaño.

Decía Fernando Pessoa, que el lugar al que se vuelve es siempre otro. En ocasiones somos nosotros quienes hemos cambiado, en otras lo somos en la percepción de los demás. Es la dualidad humana, que también comporta percepciones distintas de una misma realidad. Manes, el primer maniqueo, pretendía separar el bien del mal, olvidando que si hay sombra es porque existe luz, y que en distinta proporción todos tenemos de ambas. Incluso la una da lugar a la otra, como un no faculta otros síes, o como todo camino cerrado abre el paso a nuevas vías.

Hace ya unos años Damià Mollà y Eduard Mira, con De impura nationae, iniciaron la vía que apostaba porque Valencia desempeñara un papel dual atendiendo a su posición de frontera entre la cultura catalana y la castellana. La impureza no era tal sino quizás su esencia, la dualidad. Somos duales atendiendo a la procedencia de nuestro conocimiento y al objeto de nuestra percepción. Valencia, con dos lenguas y dos culturas, es ambicionada y codiciada por unos o por otros según los casos.

Aquella tesis del libro, podríamos decir de la ambivalencia, no fue tomada en consideración por considerarla acomodaticia. Más tarde otras líneas de argumentación contenidas en Document 88, de Colomer, Company, Franch y Nadal, reincidieron en la misma. Era precisamente la simplicidad de los planteamientos lo que confería validez a los mismos. Pues resulta difícil referirse a la realidad valenciana sin reconocer precisamente su dualidad. Y ello en sí mismo no es ni bueno ni malo, o mejor dicho es ambas cosas a la vez, es tal cual somos.

Efectivamente ante tantos muros que derribar no podían levantarse otros nuevos. Mientras nuestras discusiones nos lleven a vía muerta con la denominación de la lengua, el conflicto del agua, el trazado del AVE, y tantas cuantas cuestiones sucesivamente vayamos abordando, otros continuarán avanzando. Veamos en lo que coincidimos no en lo que disentimos. Será obvio, pero la verdad es así de simple. No hay nada más testarudo que lo razonable. Y en ocasiones un nombre puede que no haga la cosa pero puede impedir que se haga, como hablar valenciano.

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Hoy la sociedad valenciana debe afrontar nuevas empresas colectivas siendo consciente que todas están a su alcance si las estrategias son razonables pero nunca si nos refugiamos en nuestro individualismo, que nos hace inexistentes, pues la dificultad de sentirnos a gusto con nosotros mismos acrecienta nuestras limitaciones ante los demás. El país, hoy, para existir, ha de reconocerse dual y Valencia, su capital, sin particularismos, recuperar el orgullo de conformar la sociedad.

Alejandro Mañes es licenciado en Ciencias Económicas y Derecho.

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